Mente abierta sí, pero sin que se te caiga el cerebro
Los niños muestran de manera natural algunas habilidades que a los adultos no dejan de asombrarnos. Una de ellas es que son capaces de mirar al mundo con una cantidad muy reducida de ideas preconcebidas, lo que hace que su resistencia al aprendizaje sea mucho menor. En este sentido, representan el paradigma de la mente abierta.
Los adultos, por el contrario, trabajamos con esquemas ya elaborados que vamos modificando, puliendo, perfeccionando. Estos esquemas hacen que el mundo sea más predecible, pero en ocasiones también hacen de resistencia frente a lo nuevo, alimentando el miedo frente al cambio. La ciencia quizá sea un perfecto escaparate de esta idea. Copérnico, Galileo o el propio Einstein experimentaron la fuerza que puede desplegarse a partir de un punto de apoyo equivocado, pero vigente.
Por otro lado, según el estudio de Sierra y Pérez Vega (Universidad Nacional Autónoma de México), estos esquemas influyen en aspectos tan importantes como las prácticas en la crianza y los posibles problemas en el comportamiento infantil que se derivan de ellas.
Mente abierta y primeras impresiones
Volviendo al nivel microscópico, al personal, vemos lo difícil que es cambiar la primera impresión que nos formamos de una persona. ¿Por qué? Porque a partir de esa primera impresión comenzamos a inferir intenciones o hipótesis sobre lo que ocurre a su alrededor. Un castillo de arena que supone un esfuerzo (inversión) cognitivo que nos resistimos a despreciar, como el jugador de póker que se ha tirado un farol y al que le han seguido el juego hasta el final.
De esta manera, nos gusta ver a los demás como seres consecuentes, apartando de un manotazo una de nuestras principales certezas: somos pura contradicción. Seres interesados cuyo interés varía. Seres emocionales cuyo estado de ánimo cambia. Seres con una personalidad, que aprenden y tratan de adaptarse.
Somos seres interesados cuyo interés varía. Seres emocionales cuyo estado de ánimo cambia. Seres con una personalidad, que aprenden y tratan de adaptarse.
Así, permanecer con nuestra mente abierta significa renunciar en parte a una posición en la que nos sentimos cómodos. Significa cuestionar lo que ya conocemos y sobre lo que ya hemos construido. Si hemos pensado que Pedro es generoso, tenderemos a interpretar sus actos como un interés por los demás. Por otro lado, si pensamos que es una persona egoísta, tenderemos a interpretar un acto de generosidad como, quizás, una manera de lavar su conciencia.
Alguien podría pensar que esto en el fondo da igual, porque Pedro es el que es. Sin embargo, nuestra interpretación del mundo en base a ideas preconcebidas tiene consecuencias importantes. Por ejemplo, en nuestra forma de tratar a los demás. Aceptaremos la ayuda de un Pedro al que le atribuimos generosidad y sospecharemos de la que nos brinde un Pedro al que asociamos con egoísmo.
En este sentido, mantener una mente abierta posibilita un mente flexible, dispuesta a realizar esquemas con los que ya ha trabajado. Por los ejemplos expuestos, seguro que se nos ocurren muchos ejemplos de ello. Sin embargo, ¿en qué sentido un exceso de apertura nos puede perjudicar?
Mente abierta, pero sin dejar a un lado la capacidad de análisis
Lo puede hacer frente a esas nuevas corrientes que se vuelan de boca en boca, de juglar en juglar y que se disuelven cuando las miramos bajo la lupa, inquisidora y audaz, de la ciencia. Son muchos los fenómenos que fueron encontrados en un primer estudio y que después ningún estudio ha sido capaz de replicar. También son muchos que nacieron de una experiencia personal y bajo los que después solo ha actuado el favorecedor sesgo de confirmación.
Además, todos los años encontramos alguna noticia en los medios de personas que han abandonado un tratamiento médico, depositando toda su fe y esperanza en un tratamiento alternativo con un gran marketing, pero nula eficacia. Personas con una menta abierta a lo nuevo, con necesidad de un punto de apoyo; una necesidad que hace que terminen depositando todo su futuro en este tipo de intervenciones que no tienen detrás ningún estudio serio que las respalde.
En este sentido, contar con una mente abierta puede enriquecernos, ayudarnos a encontrar soluciones, pero de poco sirve si por el camino nos dejamos la voluntad, la actitud y la capacidad de ser críticos, junto a la prudencia, con aquello nuevo que adoptamos y que puede tener consecuencias desastrosas.