Mudarse de casa, más que una elección
Movilización familiar, multiplicidad de significaciones personales, turgencia emocional, estrés, problemas de problemas… en síntesis una verdadera crisis. Estos son solo algunos de los aspectos que se ponen en juego cuando alguien debe mudarse de casa, construye una nueva o decide remodelar la que ya tiene.
Porque los hogares dicen mucho más de nosotros de lo que pensamos y cumplen más funciones de las que creemos. Incluso, también tiene su papel el hecho de mudarse o cuando están en construcción. A continuación, lo veremos. Profundicemos.
La casa, un lugar de apego seguro
La casa es un referente importante de nuestra vida. En nuestra infancia, nos acoge, nos da afecto y nos protege. Y durante la adultez, nos afirma y nos da seguridad, nos afinca a un lugar y nos hace tener raíces.
Solemos buscar en nuestra casa un referente de apego seguro. ¡Cuántas veces anhelamos llegar a ella! Como si nos diera ese calor afectivo que tanto necesitamos y nos arropara con seguridad y calma. Home sweet home (“hogar dulce hogar”) como dice la canción…
A nivel general, se le suele otorgar un sentido protector y no es para menos: las primeras casas del hombre primitivo fueron cuevas que no solo daban calor, sino lo protegían de las inclemencias climáticas y los animales depredadores que ponían en riesgo su vida.
La casa es una gran madre que nos cuida y nos da calor. Así, es lógico que mudarse o cambiar de hogar sea muy movilizante. En principio porque dejar el lugar en el que vivimos es una pérdida y como tal es angustiante.
Por lo tanto, el duelo por la casa perdida es uno de los principales tópicos movilizantes a la hora de mudarse. Alguien que se muda se despoja de su protección para a posteriori adquirir una nueva, pero si además de mudarse se trata de construir o remodelar, la situación se agrava.
Además, la casa también expresa nuestro mundo interno, nuestros afectos, creencias y valores y esto se puede observar en su arquitectura. Su diseño de acuerdo a ciertos parámetros lo refleja y deja al descubierto los deseos, las restricciones y fundamentalmente un estilo de vida.
Los lugares de la casa preferidos reflejan quienes somos
¿Dónde pone la familia más énfasis? ¿cuáles son los lugares más privilegiado? ¿en qué habitación se encuentra más cómodo cada uno? Todo conlleva más información de la que pensamos.
Por ejemplo, hay familias más sociales que dan importancia a los sectores enfocados a compartir con amigos, parientes, compañeros de trabajo, etc. Son aquellos que eligen salones amplios para colocar sillones en L o grandes ventanales a un jardín. De hecho, esa tipología social se emparienta también con las familias lúdicas que privilegian el juego.
En cambio, otras familias escapan a la sociabilidad y optan por una especie de ostracismo: dan más importancia a la intimidad de los cuartos de baño -con hidromasajes-, escritorios, bibliotecas, pantallas de TV gigantes y hasta un pequeño balcón donde desayunar. Se trata, por ejemplo, de esas parejas que adoran comer en la cama o ver una película.
Baños, cocinas, salitas y otros lugares de la casa
La intimidad de la intimidad, así podría definirse a los baños. De hecho, hay personas que pasan mucho tiempo en ellos: aquellas que los utilizan como salón de lectura y ubican en ellos hasta un revistero o escuchan música e incluso ponen una ducha escocesa o un hidromasaje de grandes proporciones.
Por otro lado, hay parejas que conviven, pero duermen en cuartos separados con baños separados. El de ella, por ejemplo, es un baño rococó con colores pasteles y olores perfumados, mientras que el de él es baño minimalista, austero y de una simpleza franciscana.
Para otras familias es la cocina el lugar principal de la casa. Son aquellas que hacen del buen comer un culto y tienen grandes alacenas y mesas, una isla en medio y una prominente heladera más un frigorífico de grandes proporciones.
También el énfasis en lo intelectual, hace que los escritorios tengan relevancia. Cuartos destinados a la lectura o la investigación; grandes bibliotecas con sillones cómodos y grandes ventanales, etc.
Otros tienen una habitación tipo gimnasio: con aparatos, cintas y bicicletas porque son familias deportistas y necesitan su dosis semanal de ejercicio físico.
Como curiosidad, destacar que las familias que viven de la apariencia colocan la ostentación en el frente. Jardines, rejas ornamentadas, puertas ampulosas y un largo etc. hacen gala de millonarios, a pesar de que la casa no sea de grandes dimensiones por dentro o no tenga materiales de primera calidad. Eso sí, también existen familias más congruentes con su estilo de vida, necesidades y diseño del hogar.
El arquitecto es un mediador familiar
Cada familia pone en juego su escala de valores y su estilo. Sin embargo, cuando se construye una casa es el arquitecto el receptor de ideas, pero también el asesor, el guía, el sugerente. De hecho, una de las tareas fundamentales del arquitecto es la mediación.
Los integrantes de una familia no siempre se ponen de acuerdo y las deliberaciones, disputas y hasta discusiones se realizan frente al arquitecto. Es el típico ejemplo de los pares complementarios de las parejas: mientras que un cónyuge es social, el otro es ermitaño; uno es intelectual y el otro lúdico; uno el deportista y el otro sedentario.
Estas polaridades, que en la vida posiblemente son complementarias, a la hora de diseñar y construir se vuelven un obstáculo: ¿cuáles son los lugares que se van a privilegiar?
Las diferencias pueden ser entendidas como complementariedades o antagonismos. Mientras que en una pareja se acepte la complementariedad marcha todo en orden, pero si las diferencias se entienden como oposiciones se establecerán juegos de rivalidades y escaladas, y otras dinámicas de poderes que llevan a la catástrofe.
Estas diferencias pueden activarse en contra, en la construcción o remodelación de una casa, y es el arquitecto quien se transforma en árbitro, en juez, psicólogo y mediador de la disputa.
Más allá de las disputas sobre la nueva casa y cómo mudarse
Dos cónyuges cuya relación tambalea en algunos de sus flancos, frente al hecho de construir o mudarse, es factible que recrudezcan profundos conflictos no superados. No es la construcción en sí misma, sino que esta es el gatillo, el percutor, que activa el disparo que hiere a la relación.
Contrariamente, muchas parejas durante una remodelación, ni que decir una construcción, se unen. Aunque resulte paradójico, muchas personas desvían el foco del conflicto y se colocan una zanahoria que funciona como distractor para ir hacia adelante, mientras dure la obra.
Otras parejas se separan, dejando la obra por la mitad, son esas construcciones que se venden y el vendedor de la inmobiliaria, nos cuenta la triste historia de la pareja que se separó antes de terminar la construcción. Otras escalan subiendo la apuesta de descalificaciones en el intento de imponer las ideas personales.
También están los que colocan como juez al arquitecto, que debe levantar el pulgar o no a favor de la vida o la muerte como un emperador romano. Algunos cónyuges dejan que decida el arquitecto y después se unen para criticarlo o incluso uno delega en el otro y cuando se lleva a cabo la decisión de ese otro, lo descalifica. O se mantienen unidos casi en contra del arquitecto y cuando se termina la obra duran pocos meses juntos y se separan.
No obstante, no todo se desarrolla en un escenario de notable neurosis. Hay parejas y familias funcionales que disfrutan de la nueva empresa, que aportan ideas, que les encanta el proceso y hacen de cada decisión un avance en la construcción. Es un proceso plagado de alegría y cuando se discute una decisión, se hace con respeto y empatía.
Sea como sea, la construcción de una casa y el hecho de mudarse son una crisis que puede dañar al sistema familiar y de pareja y quizás transformarse en un problema, porque cada integrante puede tener diferentes perspectivas de la realidad y generar un nivel de estrés importante.
Así, el arquitecto es una pieza fundamental, quien debe tener herramientas (no un lápiz, un ordenador, un metro, etc.), pero herramientas clínicas y de mediación para hacer intervenciones que permitan a la pareja aunar criterios o directamente enviarla a un psicoterapeuta que ayude a resolver el conflicto que ha explotado.
En este sentido, el arquitecto o cataliza el conflicto o lo detiene, aunque él no debería asumir semejante responsabilidad, ¡pues entonces cada arquitecto debería hacer formación en psicología clínica o trabajar con un terapeuta en su equipo!