No hay nada malo en el cambio, si es en la dirección correcta
En más de una ocasión nos ha sucedido que creíamos haber edificado un hogar de confort en el que teníamos todo controlado y, de repente, han surgido las alarmas: pequeñas lucecitas rojas que nos incitan al movimiento para no quedarnos parados en el mismo sitio por más tiempo. Esta es una manera muy peculiar de la vida para poner a prueba nuestro equilibrio emocional frente al cambio.
Porque lo cierto es que el cambio no espera a nadie, habita con lo que somos y exige reacciones constantes. De hecho, en un primer momento siempre nos suele producir un tipo de incomodidad a la que nos cuesta adaptarnos fácilmente: no estamos habituados a sus llamadas de atención, aunque nos acompañe desde que nacemos.
“No nos bañamos dos veces en el mismo río,
no entramos dos veces en el mismo cuerpo,
no nos mojamos dos veces en la misma muerte”
-Óscar Hahn-
Dado que nada de lo que existe permanece en el tiempo de forma indefinida, es importante que sepamos que todo es perecedero: todo evoluciona, se contrapone, se superpone o se transforma. Así que, nos queda aprender a fluir con las modificaciones y encontrar las herramientas que nos permitan estar preparados lo mejor posible para su devenir.
El cambio nos puede incomodar
Quizá lo que más nos impresione del cambio sea su carácter arbitrario e incierto, pues en él siempre hay un poso de incertidumbre. En otras palabras, no podemos conocer de antemano su duración, ni sus resultados, ni la energía que vamos a emplear en no perdernos en él.
Además, el cambio nos incomoda porque queda la mayoría de veces fuera del alcance de nuestras manos, sin que podamos evitarlo: no tenemos el privilegio de decidir siempre que queremos quedarnos como estamos, aunque estemos bien. Es más, hay decisiones que cambiarán tu vida pero igualmente habrá vidas que cambien tus decisiones sin que seas consciente.
“¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio.
¿Por qué hemos de temerle?”
-George Herbert-
Consecuentemente, lo que sí podemos hacer es afrontarlo con garra y valentía con el fin de asimilarlo de la mejor manera posible: sin olvidar que, en cualquier caso, no hay nada malo en la mudanza si nos guía durante el camino en la dirección correcta.
El cambio que nos hace felices
Reflexionando acerca de lo que nos suponen los cambios recordé una conversación que se da en la película animada de El Rey León. En la primera parte del siguiente vídeo, el viejo Rafiki aventura que cambiar es bueno a pesar de que no sea fácil y aunque en ocasiones suponga enfrentarse a un pasado doloroso.
Es verdad que existen tiempos que nos afectan mucho y que son necesarios para que maduremos y nos hagamos más fuertes. Sin embargo, también hay otros que nos hacen felices: está bien arriesgar por seguir avanzando, buscar otras metas, reconocer defectos y modificar principios, etc. El cambio puede ser positivo.
La dirección correcta está siempre al frente
Te equivocas si estás mirando hacia atrás pensando que tu sitio sigue ahí donde ya no estás. Te confundes también si has creado una nube en el futuro y no bajas de ella para forjar tu presente. Cometes un error si no grabas en tu mente que la dirección correcta está en el “aquí” y “ahora”, y siempre mirando al frente.
‘La vida no te está esperando en ninguna parte, te está sucediendo. No se encuentra en el futuro como una meta que has de alcanzar, está aquí y ahora, en este mismo momento, en tu respirar, en la circulación de tu sangre, en el latir de tu corazón. Cualquier cosa que seas es tu vida y si te pones a buscar significados en otra parte, te la perderás’
-Anónimo-
Si te encuentras experimentando un cambio profundo (de esos que zarandean todo el interior de una persona y sus alrededores externos) recíbelo sin miedo. Mira a la cara a las posibles salidas que tiene el laberinto en el que estás y localiza un rincón en el que volver a sentirte seguro: tómalo como un reto y hazlo tuyo.