No se prefiere al hipócrita, sino su farsa existencial
En griego, el hipócrita es el actor, el que habla bajo una máscara, el que hablará mientras disfraza su pensamiento real. No vamos a negar que todos en alguna ocasión nos hemos puesto esa máscara, pero en la mayoría de las ocasiones nos hemos avergonzado de ella.
Al hipócrita se le aprecia más en los reality shows, en las películas de intriga, en las noches aburridas. Se hace notar como alguien de valor, en sus ideales, vida amorosa, laboral. Da juego, diversión. Su farsa nos divierte aunque notemos también algo de vergüenza ajena por momentos.
Pero, ¿sabéis lo que siempre sucederá con un hipócrita? Que jamás se le echará de menos. Mientras nos rodean, los toleramos o nos reímos con su farsa, pero el hipócrita al que se le cae la máscara nadie lo extraña. No hay nada valioso en esa persona.
La farsa del hipócrita deslumbra y entretiene
Algunas personas se sienten realmente mal cuando no destacan o se distancian de la mayoría. Prefieren criticar las cualidades de los demás, en lugar de observar el silencio y la discreción, porque no pueden soportar pasar desapercibidos. Muchas personas recurren a la hipocresía para obtener reconocimiento.
Una celebridad obtenida mediante la astucia, el engaño, el discurso halagador, aprovechando las rivalidades; es vil y despreciable ante mis ojos, pero no ante los de otros.
Hay muchas otras personas que necesitan de este tipo de farsa de vez en cuando: necesitan información para un reproche, para sentirse mejor, para tener información comprometida que les haga sentirse especiales, etc.
Estamos describiendo al hipócrita como si fuera alguien muy fácil de identificar, cuando para nada es así. Puedes pasarte años creyendo al hipócrita.
Sin embargo, aunque algunas personas pasen tiempo con ciertos hipócritas, no terminan tolerándolos. Siempre sospechan que algo no encaja. No son detectives ni superdotados. Suelen ser las personas empáticas.
La persona ingeniosa no necesita de hipocresía
La persona ingeniosa encuentra en sus propios pensamientos y en su propia fantasía con qué divertirse agradablemente, mientras que el ser limitado puede asistir infinitamente a festivales, a espectáculos de lo más variopinto sin quitarse de encima el aburrimiento que lo tortura.
Un buen carácter puede contentarse con simplicidad, mientras que toda la riqueza puede no ser suficiente para satisfacer a un personaje ávido, envidioso y mezquino.
Nada juega un papel más decisivo que una personalidad fuerte para garantizar y proporcionar los medios para hacer frente al ajetreo vital. En este sentido, la empatía nos ayuda a tratar a los demás, mientras que el amor propio nos ayuda a tratarnos a nosotros mismos.
Las personas empáticas no toleran a las hipócritas
La empatía es la experiencia de comprender los pensamientos, los sentimientos y las condiciones de otra persona desde su punto de vista. Intentas imaginarte en su lugar para comprender cómo se siente. La empatía facilita los comportamientos prosociales (de ayuda) que provienen del interior, de modo que nos comportamos con más compasión.
Los empáticos son personas muy sensibles que rara vez se defienden. Generalmente son muy tímidos y observan todo a su alrededor. Incluso frente a personas que usan una máscara agradable, suelen darse cuenta de comportamiento o palabras que no encajan.
Cuando se encuentran con personas que buscan aceptación desesperadamente, personas que esconden su ira para parecer tranquilas, personas que construyen un muro para compensar sus inseguridades, personas que realmente buscan mezclarse, en definitiva, los hipócritas… la gente empática se vuelve insensible. No saben reaccionar.
La razón es que saben ponerse en el lugar del otro, pero el otro aparece cada vez como alguien más difuso. Sin palabra, personalidad, valores. Cambia según las personas que lo rodeen de forma drástica.
Se refiere a sí mismo con un victimismo exagerado. No podemos saber qué le ocurre, pero es que en realidad no le ocurre nada. Normalmente está fingiendo o exagerando. Las personas empáticas acaban completamente fuera de juego.
¿Cuál es la hipocresía que más nos molesta?
¿Cuál es exactamente el problema con la hipocresía? Cuando alguien condena el comportamiento de los demás, ¿por qué nos parece tan objetable si nos enteramos de que él mismo tiene el mismo comportamiento?
La respuesta puede parecer evidente. No practicar lo que predicas o carecer de la fuerza de voluntad para estar a la altura de tus propios ideales son claros defectos morales.
Pero una investigación en la revista Psychological Science, sugiere una explicación diferente. La razón por la que a las personas no les gustan los hipócritas es que su moralización abierta señala falsamente su virtud.
La gente se opone, en otras palabras, a la implicación engañosa, no a un fracaso de la voluntad o una debilidad de carácter.
Hacen de su moralidad referida a cualquier cosa una farsa, un espectáculo. Y eso es algo que es difícil de soportar para el que de verdad está comprometido o valora la verdad y la honestidad.
El hecho de que un hipócrita no cumpla con su palabra, no es lo más dañino. Es que ataca a los que sí lo hacen porque se siente intimidado por ellos, sabe que es una forma clara de plasmar su farsa.
Además, es que su abierta moralización transmite falsamente su propia virtud, lo que le otorga beneficios de reputación indebidos y a expensas de las personas a las que avergüenza públicamente.
Estaría mejor si simplemente admitiera que a veces él mismo no cumple con estos ideales. Se quedaría más tranquilo, no robando tanto tiempo a los demás.