Nunca me viste desnuda, nunca supiste de mis sueños
Nunca me viste desnuda, nunca supiste de mis sueños. Mis sueños consumidos por el paso del tiempo que se puso en espera pensado que volveríamos a encontrarnos. Ahora me he dado cuenta que esa espera fue un tiempo perdido con la mente llena de musarañas y quimeras. Si se está suficientemente enamorada/o, no hay nada que deba cambiar, solo aumentar las ganas por estar juntos y franquear las dificultades que lo impiden.
Además me doy cuenta que nuestros idealizados encuentros íntimos no eran nada más que la polvareda que distrae de saber la verdad sobre la persona que abrazas. Desnudarse ante alguien es mostrar que apuestas hasta el final, pese las trampas y los dramas del camino. Ahora me doy cuenta que mi desnudez solo te mostraba mi disponibilidad, pero nunca intuiste la entrega que había detrás de ella.
Desnudarse no es lo mismo que desnudarse de cuerpo y alma
Aún estando desnudos, lo que se pasa por nuestra mente estándolo es la verdadera intimidad, que a veces se queda impertérrita e inherte entremezclada entre caricias y pasión, una intimidad que se calla por pensar que puede entorpecer el desarrollo de la pasión.
“No me gusta invertir en quimeras, me han traído hasta aquí tus caderas y no a tu corazón”
-Joaquín Sabina-
Conversaciones de futuro y de lo que se espera que se evitan por aquello de “que todas las palabras sobran cuando se da un abrazo de verdad”. Pero, ¿Cómo creer en ese lenguaje del abrazo si para alguien es un momento y para el otro es la eternidad que desea ser compartida?. Cuando dos almas están en paz, no se debería declarar la guerra con el silencio. Es bueno hablar de miedos, de expectativas, de sentimientos.
Porque cómo poder lograr que una relación se desarrolle con normalidad sin saber qué pasa con los sueños de la otra parte. Sus ideas ante la vida, su forma de ser feliz como persona. Cómo hacer la vista gorda ante un sentimiento muy fuerte dentro de uno, en el que el otro está atrapado.
Desnudarte ante la otra persona, cuando lo que se guarda dentro es la verdadera intimidad
Cualquier persona se entrega al otro no pensando recibir nada, nada que no sea lo que se deriva de la misma calidad de la intimidad. Sin embargo, se espera sin pedirlo que pasados los besos, los abrazos y las pasiones, eso que hay dentro de nosotros mismos salga a la superficie. Porque esconder lo que se siente no es un amor libre, sino un amor prisionero.
No se puede gozar del amor romántico ignorando las ilusiones e imágenes que de él están surgiendo. A veces se ignora por miedo a ser lastimados, por una prórroga del inconsciente o por la evitación del compromiso mal entendido, que no es cumplir condena sino librarte de ella cuando realmente se vive lo que se siente.
Podemos estar dispuestos a esperar a que el miedo se vaya, pero podemos quedarnos esperando sin acabar nuestra existencia sabiendo lo que somos realmente. Quizás es ese el riesgo que no se quiere correr, pero si se evita correrlo, jamás se sepa lo que alguien pudo encajar en los sueños del otro más que en su desnudez.
El efecto Zeigarnik de algunas relaciones
No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió y no hay peor certeza que saber que algo bueno se perdió para siempre. Dicen que los finales abiertos y las historias inacabadas son más encantadoras, que lo que se interrumpre siempre se recuerda mejor, “el efecto Zeigarnik” que describe la psicología en sus estudios sobre la memoria.
Si embargo, lo que se aplica a la memoria no sirve para el deseo ni para el lamento. Interrumpir lo que se desea y se ama es un lamento que no se recordará nunca de forma heroica, sino revelando la cobardía que se tuvo en aquel momento. Callarnos desnudos por no molestar, perdedores de un amor que arrastrará el olvido.