Perseguir el error para enfrentarnos a la culpa
La culpa es una de esas emociones complejas que muchas veces resultan difíciles de reconocer. Es compleja porque tiene una facilidad enorme para esconderse detrás de otros síntomas, sentimientos o comportamientos que aparentemente no tienen nada que ver con ella. De hecho, dentro de las culturas judeo-cristianas se nace con culpa, porque todos seríamos herederos del “pecado original”.
Hay sentimientos de culpa que sobrevienen después de haber cometido un acto que tú valoras como reprobable. Cuando percibes que has actuado de manera injusta o excesiva o cuando rompes deliberadamente una norma, un pacto o un acuerdo previo. En ese caso, la culpa señala lo que hemos hecho.
“Una persona que se siente culpable, se convierte en su propio verdugo”
-Séneca-
Pero también existen sentimientos de culpa que son mucho más enrevesados. En algunas personas, la culpa es previa a cualquier acto. En otras palabras, no necesitan hacer algo reprobable para sentirse culpables, porque ya llevan la culpa dentro de ellas, aunque no sean conscientes. Simplemente, una y otra vez, se envuelven en situaciones en las que terminan haciéndose daño a sí mismos y no entienden por qué. En realidad, se trata de una expiación para una culpa inconsciente.
La culpa y el fracaso
Hay personas que inconscientemente buscan cometer errores e incluso fracasar, para ser castigadas, o autocastigarse y así aliviar un sentimiento de culpa que llevan dentro de sí. Podemos apreciarlo en los niños, cuando sistemáticamente desatienden las órdenes que les dan los adultos, a sabiendas de que van a obtener un castigo. Son los llamados “niños necios”.
En estos casos, el niño sufre, no quiere ser como es y no quiere hacer lo que hace, pero no sabe cómo termina cayendo siempre en el mismo círculo vicioso. Sus padres tampoco lo entienden. Les parece inconcebible que el pequeño no quiera obedecer, que no valgan los castigos. Y es posible que comiencen a verlo como alguien que “hace daño a propósito”.
Este mecanismo, obviamente, también opera en los adultos. Son personas que siempre encuentran alguna manera de automartirizarse. Deciden actuar de tal manera que su comportamiento atraiga alguna suerte de censura, de rechazo o de sanción. De una u otra forma, necesitan del castigo y de la crueldad de otros para aliviar un sentimiento de culpa que llevan en el fondo de su corazón.
Una mujer llega a una tienda y es recibida por una vendedora que se muestra desatenta y hostil. La mujer se demora escogiendo y al final se decide por un vestido de promoción. Cuando llega a su casa siente que la prenda no le queda bien. Evidentemente no es su talla y debe cambiarlo.
Pero ella no había reparado en el gran letrero que decía “Las promociones no tienen cambio”, así que cuando regresa a la tienda se enzarza en una discusión con la vendedora, pero al final pierde su dinero. Paso a paso, diseñó una situación que la perjudicó. Y al final dice “Parece que no tengo derecho ni a estrenar un vestido”.
¿De dónde viene la culpa? ¿De dónde viene el deseo de castigo?
La situación relatada es más bien anecdótica, pero también se dan los casos en los que la necesidad de castigo puede llevar a realidades verdaderamente difíciles. Como cuando se elige la pareja en función de atormentarse. O cuando se llega a cometer un delito para obtener una sanción ejemplar de la ley.
¿De dónde viene esa culpa que puede llegar a esas situaciones extremas y mortíferas? Sigmund Freud hipotetizó que buena parte de ese sentimiento de culpa proviene de fantasías de la infancia. Desde entonces una gran parte del psicoanálisis ha sostenido que estas fantasías operan por debajo de la conciencia, dando lugar a sentimientos que se repiten continuamente y para los que les buscamos una explicación alternativa, ya que al real no la podemos ver. Un sentimiento importante en este sentido, sería la culpa.
Los defensores de esta corriente piensan que es un drama de tres: el padre, la madre y el niño o niña. El pequeño desarrolla sentimientos agresivos contra el padre del mismo sexo y de amor erótico por el padre del sexo opuesto. Y puede ocurrir una de dos situaciones: o el padre que es objeto de amor cede a esa especie de seducción que el niño pretende ejercer sobre él o marca un límite preciso para que el niño entienda que no puede ocupar el lugar del otro padre.
Si el niño se sale con la suya, se origina el sentimiento de culpa inconsciente, que posteriormente lleva a esa ansia de castigo. “Salirse con la suya” no es que comience a ser la pareja de su padre, o de su madre, sino que logre anular simbólicamente a la otra figura. Los “niños de mamá” y las “niñas de papá” tienden a acumular una dosis mayor de culpa y, por lo tanto, un mayor número de fracasos “auto inducidos” en la vida.
¿Qué piensas de esta explicación del Psicoanálisis?, ¿de dónde procede la culpa -para ti- de esas personas que se castigan continuamente? Nos encantaría saber qué piensas!