Por favor, no me dejes: el esquema de abandono en terapia
Dentro de la terapia de esquemas de Jeffrey Young, encontramos, entre muchos otros, el curioso esquema de abandono. Antes de explicar en qué consiste, es preciso empezar definiendo qué es un esquema.
Dentro de la psicología cognitiva, existen varias partes diferenciadas: los pensamientos negativos, que son vocecitas de carácter telegráfico, intrusivas, negativas y rígidas; las creencias que son frases interiores, aprendidas en la infancia o en las experiencias tempranas de la vida en las que creemos firmemente sin cuestionarnos y que están a un nivel más profundo que los pensamientos negativos.
Por último, aun más arraigados se encuentran los esquemas, que son aquellas formas de interpretar el mundo de forma global, es lo que nos guía el día a día. Los esquemas determinan nuestro comportamiento diario, tanto con nosotros mismos, con los demás y con la vida en general y también son aprendidos en la infancia.
Cuando hablamos de esquema de abandono, nos referimos a una forma particular de interpretación de la propia vida, en la que la persona que la padece se siente muy sola, aunque en realidad no lo esté. El temor al rechazo, a la no aceptación o a que lo abandonen es tan enorme que su comportamiento se basa en la sumisión, por una parte, o en la agresividad, en el otro extremo.
Tanto de una forma o de otra, estas personas acaban dándose la razón a sí mismas y reforzando el esquema una y otra vez. Así es como finalmente se topan con ese abandono tan temido. Ahora profundizaremos en cómo funciona este proceso.
El origen del esquema de abandono
Los esquemas se adquieren de diversas formas, pero todas ellas tienen en común el hecho de que se producen en la infancia y en la primera adolescencia. El niño percibe un abandono, ya sea porque uno de sus progenitores ha fallecido, ha sido rechazado o separado de alguno de sus padres durante una larga temporada o bien porque ha sido dado en adopción.
Además, parece ser que también existe una predisposición biológica a la ansiedad por separación o a la dificultad para estar bien en soledad.
Todos los seres humanos, al igual que el resto de animales, necesitamos figuras de apego seguro para lanzarnos a explorar el mundo. La separación de la madre es un tema vital para los recién nacidos. Las crías dependen de sus madres y si una cría pierde a su madre, es muy probable que acabe muriendo.
Del mismo modo, los niños, cuando son separados de algún modo de sus padres -tutores o figuras de confianza en su defecto- muestran conductas destinadas a que se satisfaga su ansiada seguridad: lloran, protestan, enfurecen… Es su reclamo natural para que sean atendidos porque si no es así, no sobrevivirán.
Por lo tanto, el niño que se sintió abandonado, desamparado, sin esa base de protección que eran sus padres, es muy probable que proyecte en su futuro de adulto esta trampa vital.
Sus relaciones con los demás estarán condicionadas por el miedo a que les abandonen, ya que eso supondría volver a revivir aquel trauma infantil que está todavía sin cicatrizar. Para que esto no ocurra, suelen adoptar conductas sumisas, negándose a sí mismos sus propias necesidades; o bien agresivas, con el objetivo de luchar contra ese posible abandono.
Es cierto que el adulto “abandonado” no ve comprometida su supervivencia como le ocurre a un niño, pero las personas que llevan a sus espaldas esta carga vital no pueden remediar experimentar de nuevo esos sentimientos de desolación, como si se les fuese la vida, cuando alguien les rechaza de algún modo. Se activa su esquema y su niño interior vuelve a sufrir.
El círculo vicioso del abandono
Si las personas que sufren esta trampa vital no rompen de alguna forma con ella, cada vez irá haciéndose más y más fuerte y se verán a sí mismas inmersas en un círculo sin salida. El círculo comienza cuando conocen a alguien: suelen ser personas muy enamoradizas, de estas que terminan con una pareja y al mes ya están con otra haciendo planes de futuro.
Cuando están con esa persona, también están pensando que ella acabará cansándose de él o ella, que lo acabarán dejando. Entonces aparece el miedo a una soledad que parece insoportable.
Estos pensamientos hacen que se sientan tremendamente ansiosos, con mucha presión. Así, mantienen una actitud hipervigilante para que no ocurra nada, por mínimo que sea, que pueda poner en peligro al relación.
La ansiedad les lleva a producir conductas destinadas a evitar el rechazo. Piensa que hay personas que se vuelven tan dependientes que están dispuestas a soportarlo todo con el objetivo de que no las dejen. Otras personas se vuelven celotípicas e incluso agresivas con el mismo propósito, instaurando la amenaza como forma de protección.
El resultado es que la pareja acaba cansándose, la relación se deteriora y en un gran porcentaje de los casos la persona con miedo al abandono acaba siendo abandonada. De esta manera se confirma a sí misma la creencia de que adherida a ella mora la condena del abandono.
Para salir de este circulo es necesario romper con los pensamientos y creencias negativas que vienen de nuestro pasado y que mediatizan nuestra manera actual de relacionarnos. Se trata de hacer lo contrario a lo que el esquema te está pidiendo y de esta manera, poco a poco, harás que ese niño que habita en el adulto que eres no tome de forma constante el control de tus actos para impedir el abandono.