¿Por qué cada vez sufrimos más ansiedad?
Cada vez sufrimos más ansiedad: eso nos dicen los estudios. Para las instituciones médicas, es el problema mental más recurrente y el mayor desafío. Para las industrias farmacéuticas, un negocio y para los millones de personas que la sufren en todo el mundo, esa realidad angustiante que limita por completo sus vidas. Ahora bien, ¿por qué se está convirtiendo la ansiedad en poco más que una epidemia?
Hay quien dice que el mundo se divide ahora en dos tipos de personas: en quien sufre ansiedad y en quien no la conoce. Asumir esta idea es un error porque la propia ansiedad forma parte del ser humano. En cierto modo, todos sabemos a qué sabe, lo que provoca y lo cenicienta que puede llegar a ser la realidad cuando nos visita esta oscura inquilina.
Matizando, la sociedad podría dividirse por tanto en tres tipos de perfiles: en quienes han recibido el diagnóstico de esta condición psicológica (en cualquiera de sus formas y variantes), en quienes saben lidiar y manejar la ansiedad y, por último, en esas personas que, posiblemente, nunca recibirán un diagnóstico porque no acudirán a su médico o a un profesional especializado para pedir ayuda.
El tema es increíblemente complejo. No obstante, la buena noticia (si es que podemos ver algo positivo) es que cada vez se está normalizando esta realidad. Un ejemplo: en Estados Unidos tiene mucho éxito una revista llamada Anxy, la cual intenta visibilizar no solo la propia ansiedad, sino también gran parte de los trastornos mentales.
Son pequeños pasos que nos ayudan a comprender mucho más estas situaciones. No obstante, nos queda la más importante, el por qué de su elevada aparición.
“He llegado a la convicción de que la ansiedad acompaña a la actividad intelectual como su sombra, y de que cuanto más sepamos sobre la naturaleza de la ansiedad, más sabremos acerca del intelecto”.
-Howard Liddell-
¿Por qué cada vez sufrimos más ansiedad?
¿Es cierto entonces que cada vez sufrimos más ansiedad? Aún más… ¿es verdad que estamos ante una auténtica “epidemia”? Para empezar, las definiciones actuales sobre el término “epidemia” han cambiado bastante desde el siglo pasado.
Esta palabra no alude solo a una enfermedad orgánica, a una condición vírica, etc. Epidemia es también cualquier hecho que tenga un impacto negativo en la calidad de vida de la persona.
Los datos clínicos nos dicen que, efectivamente, los diagnósticos de ansiedad están en aumento desde la última década. Estudios como el llevado a cabo en el Centro Médico Universitario de Göttingen (Alemania) nos señalan que, al menos, en Europa, un 33,7 % de la población sufre algún tipo de trastorno de ansiedad, como puede ser un trastorno de pánico con o sin agorafobia, el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno de ansiedad social, las fobias específicas y el trastorno de ansiedad por separación, etc.
Por otro lado, la tasa de prevalencia es en muchos casos crónica. No obstante, algo que se está observando en los últimos años es que la población de mayor edad lidia mejor con esta condición psicológica. Ahora, la población más joven es quien está experimentando un mayor número de diagnósticos.
Veamos qué razones pueden explicarlo.
Cuando el estrés se transforma en angustia
El estrés es ese leitmotiv que acompaña gran parte de nuestros días. Hay quien lo define como un mecanismo heredado que nos permite encarar y adaptarnos a los desafíos que aparecen en nuestros contextos. Sea como sea, este conjunto de reacciones mentales y fisiológicas se activan como respuesta a nuestros trabajos, a los estudios, a nuestras relaciones y presiones del entorno.
Si lo manejamos de manera adecuada, todo fluye y se canaliza por una vía que puede avanzar. Si el estrés es constante y nos supera, no tarda en emerger la ansiedad y la angustia. Pero… ¿qué es la angustia exactamente? Es la peor de todas las emociones: es el miedo. Cuando esta entidad asoma aparecen las siguientes dinámicas internas:
- La persona experimenta un temor constante y sin nombre. Ya no sabe a qué le tiene miedo, su entorno está lleno de amenazas que no puede controlar. Ese es ahora su peor enemigo: una entidad sin forma que no siempre sabe por qué surge.
Un mundo marcado por la incertidumbre
Vivimos en lo que los sociólogos denominan la era de la incertidumbre. La crisis económica y sus efectos en nuestra realidad más cercana, la revolución digital y esos cambios constantes a nivel político, social e incluso personal nos sumergen en una extraña sensación de desamparo.
Libros como Manual para vivir en la era de la incertidumbre de Antonio Garrigues Walker nos hablan de ello. Estamos inmersos en un escenario en el que es difícil hallar la estabilidad profesional. Un mundo donde los jóvenes estudian sin tener perspectivas de futuro.
Si nos preguntamos por qué cada vez sufrimos más ansiedad esta es una de las causas. Nuestro cerebro necesita certezas y seguridades, pero nuestro entorno nos ofrece justo lo opuesto.
Me siento solo, estoy mal, pero nadie me ve (una sociedad hiperconectada pero aislada)
Si la ansiedad es una epidemia, la soledad es otra epidemia de iguales (o peores) características. Sabemos que nuestros mayores sufren cada vez más el aislamiento y que este es un desafío que atender desde todos los agentes sociales. Ahora bien, hay otro cohorte poblacional que está sufriendo el peso de la soledad: nuestros jóvenes.
Los datos nos dicen que los millenials muestran cada vez más índices de ansiedad. Tampoco podemos dejar de lado que el número de suicidios se elevan incluso entre los adolescentes.
Factores como el bullying, las relaciones sociales dañinas, la baja autoestima, la mala gestión emocional y la presión de las redes sociales donde se distorsiona tanto la realidad, pasa una enorme factura a nivel psicológico.
Esta es otra causa de por qué cada vez sufrimos mayor ansiedad.
Si sufrimos mayor ansiedad cada vez ¿qué podemos hacer?
¿Cuál es entonces la solución ante estos datos? Cabe señalar que no hay una única solución, hay muchas. La primera es tener consciencia de que no siempre tenemos el control sobre aquello que nos rodea. La sociedad es cambiante, nos presiona, nos demanda y pocas cosas son seguras.
Ante algo que no se puede controlar solo cabe una opción: desarrollar adecuadas habilidades de afrontamiento y gestión emocional para tener el control “sobre nosotros mismos”. En la actualidad, terapias como la cognitiva-conductual nos pueden ser de gran ayuda en este aspecto. No obstante, necesitamos mayores estrategias.
Los fármacos tampoco son la solución; ayudan, pero ni tratan ni solucionan. Necesitamos más recursos, apoyo social y adecuados sistemas de prevención. En las escuelas, institutos, universidades, centros de trabajo y centros de salud deberían existir recursos y personal especializado, de forma que el apoyo psicológico sea accesible y de calidad.
Por otro lado, también necesitamos “culturizarnos” en materia emocional. Aprender a manejar los miedos, los pensamientos irracionales, aprender a responder mejor ante las dificultades cotidianas.
Sea como sea, todo esto sigue siendo a día de hoy un reto inmenso. Por ello, lo más adecuado es tener siempre claro un aspecto: pidamos ayuda. No dejemos que el miedo y la angustia nos lleven al límite.
Todas las fuentes citadas fueron revisadas a profundidad por nuestro equipo, para asegurar su calidad, confiabilidad, vigencia y validez. La bibliografía de este artículo fue considerada confiable y de precisión académica o científica.
- Baxter AJ, Scott KM, Vos T y Whiteford HA (2012) Prevalencia global de trastornos de ansiedad: una revisión sistemática y una metarregresión. Medicina Psicológica, 43, 897-910.
- Baxter AJ, Scott KM, Ferrari AJ, Norman RE et al. (2014) Desafiando el mito de una “epidemia” de trastornos de salud mental comunes: tendencias en la prevalencia global de ansiedad y depresión entre 1990 y 2010. Depression & Anxiety, 31, 506-516.
- Martin P & Martin-Grane E (2006) Evolución de 2,500 años del término epidemia. Enfermedades infecciosas emergentes, 12, 976-980.
- Kaczkurkin AN & Foa EB (2015) Terapia cognitivo -conductual para los trastornos de ansiedad: una actualización sobre la evidencia empírica. Diálogos en la neurociencia clínica, 17, 337-346.