Lo que revela el “amiga, date cuenta” sobre cómo vemos los problemas ajenos


Revisado y aprobado por la psicóloga Macarena Liliana Nuñez
Imagina una situación como la siguiente: Carlota, con tono firme, pero cariñoso, le dice a su mejor amiga, Francesca, que debería valorarse más y dejar esa relación que no le hace bien. Lo curioso es que, mientras habla, Carlota sigue atrapada en un trabajo que la desgasta y ya no la motiva. Lo sabe, pero no actúa. A veces, es más fácil dar consejos que aplicarlos.
Ahí es donde la expresión “amiga, date cuenta” cobra sentido, porque cuando no estamos involucrados emocionalmente pensamos con más lógica y distancia, mientras esquivamos lo que duele mirar por dentro. ¿Por qué nos pasa esto? ¿Qué nos hace tan lúcidos al opinar, pero tan lentos al actuar en lo propio?
Tomar distancia cambia cómo vemos las cosas
Tenemos más claridad con los problemas ajenos porque, al observarlos desde fuera, no sentimos la misma carga emocional. En psicología, esto se asocia a fenómenos como el distanciamiento psicológico o el efecto actor‑observador, que explican por qué analizamos con más lógica lo que viven otros, pero nos cuesta hacer lo mismo con nuestras propias decisiones.
Es como cuando ves una película de terror y gritas: “¡No abras esa puerta!”. Desde tu sofá, el peligro es evidente, pero para el personaje inmerso en la tensión y la incertidumbre, pensar con claridad es más difícil. En cambio, si atravesamos un conflicto personal —una relación inestable, el desgaste en el trabajo o una decisión que posponemos—el miedo, el deseo o el afecto nos llevan a justificar lo que, desde fuera, resultaría insostenible.
Además, un estudio publicado en Psychological Science en 2019 encontró que dar consejos a otros puede aumentar, de forma temporal, la sensación de eficacia y control personal. Esto explicaría por qué cuando aconsejamos sentimos que todo se ordena… hasta que nos toca aplicarlo en nuestra propia vida.
Caemos en la trampa de la autojustificación
Otra razón por la que es más fácil dar consejos que aplicarlos es que, al tomar decisiones cuestionables, solemos justificarlas para no sentir que fallamos. Nuestro cerebro rechaza la idea de haber cometido un error, así que construye argumentos que respalden lo que hicimos, aunque en el fondo sepamos que no fue lo mejor.
Esto tiene un nombre en psicología: disonancia cognitiva. Se refiere al malestar que sentimos cuando hay una contradicción entre lo que pensamos y lo que hacemos. Para reducir esa incomodidad, nuestra mente busca explicaciones que nos hagan sentir mejor con nosotros mismos.
Por ejemplo, si sales con alguien que no te valora, puedes pensar que “las cosas buenas pesan más que las malas”. Así suavizas el conflicto interno entre lo que sabes y lo que decides. Pero si una amiga te cuenta una historia parecida, detectas fácil lo que no funciona, porque no necesitas proteger su ego… ni el tuyo. Y no es que seamos incapaces de autocrítica, sino que a veces necesitamos conservar una imagen coherente de nosotros mismos.
La presión del entorno también pesa
En ocasiones, no aplicamos el consejo que daríamos a alguien más porque no estamos solos en nuestra historia. Hay padres que esperan que seas fuerte, amigos que te repiten que “todo se arregla con paciencia”, parejas que se ofenden si decides cambiar o jefes que insinúan que no deberías quejarte.
Cuando aconsejamos a otros, lo hacemos desde un lugar sin consecuencias: no tenemos que enfrentarnos a la reacción de su entorno. Pero, al contrario, el miedo al qué dirán, a decepcionar o a romper una imagen que otros tienen de nosotras puede ser paralizante. Sabemos qué hay que hacer, pero no queremos cargar con el juicio que puede venir después.
Por eso, aunque digamos con convicción “mereces algo mejor”, a veces seguimos tolerando situaciones incómodas para no desentonar. Aplicar un consejo implica valentía, pero también hacernos cargo de todo lo que podría sacudir a nuestro alrededor.
¿Cómo empezar a aplicar lo que aconsejamos?
Si ya entendiste por qué es más fácil dar consejos que aplicarlos, quizás te preguntes qué puedes hacer para ser más consciente de tus propias decisiones. Aquí van algunas ideas prácticas:
- Practica la autocompasión: el juicio no ayuda. Mejor es preguntarte por qué estás actuando como lo haces y qué necesitas para tomar decisiones más alineadas contigo.
- Piensa como si fueras tu mejor amigo: ¿le recomendarías quedarse en la situación en la que estás tú? ¿Le justificarías lo que tú te estás justificando ahora mismo? Este cambio de perspectiva ayuda a ganar claridad.
- Escribe tus propios consejos: toma papel y lápiz. Describe tu situación como si fueras otra persona, luego redacta qué le dirías. Al leerlo en voz alta, notarás si hay contradicciones o verdades que has estado evitando.
- Acepta que a veces duele abrir los ojos: no siempre estamos listos para ver todo. Y está bien. En ocasiones, se necesita tiempo o alguien que te diga con amor “amiga, date cuenta”, para que empieces a ver lo que tú misma no podías.
Todos, en algún momento, hemos visto con claridad lo que alguien más no ve. Y todos estuvimos en el otro lado, sin darnos cuenta de lo que es evidente para los demás. Así que la próxima vez que sientas ganas de dar un consejo, pregúntate: ¿esto también lo aplico en mi vida? Y si la respuesta es no, no te culpes. Solo respira, obsérvate con honestidad y date permiso para avanzar a tu ritmo, incluso si al principio no todo está tan claro.
Todas las fuentes citadas fueron revisadas a profundidad por nuestro equipo, para asegurar su calidad, confiabilidad, vigencia y validez. La bibliografía de este artículo fue considerada confiable y de precisión académica o científica.
-
Eskreis-Winkler, L., Fishbach, A., & Duckworth, A. (2018). Dear Abby: Should I Give Advice or Receive It? Psychological science, 29(11), 1797-1806. https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC6728546/
Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.