¿Por qué la tristeza nos lleva a aislarnos?
Es posible que en múltiples ocasiones hayas sentido una fuerte presión social respecto a lo que tienes que sentir y hacer en cada momento. Emociones consideradas negativas, como la ira, la tristeza o el miedo no gozan de buena fama y se nos insta a rechazarlas, no permitirlas, a fingir que no están ahí. Así, nos forzamos a sonreír, a salir, a mantenernos activos; pero, en realidad, la tristeza nos lleva a aislarnos por un motivo y es importante respetarlo.
Piensa en la última vez que te sentiste triste. Seguramente notaste que tu energía física y mental era mucho más baja, que necesitabas tranquilidad, silencio y reposo; y puede que incluso te sintieras culpable por no querer o poder cumplir con los niveles de productividad que se esperaban de ti. Sin embargo, el cuerpo es sabio y hemos de atender a sus señales.
De hecho, no es algo que podamos elegir, ya que estamos condicionados a nivel biológico. Ante la tristeza, el organismo disminuye la segregación de serotonina y noradrenalina y aumenta la de cortisol. Esto no solo afecta a nuestro bienestar emocional, sino que produce apatía, cansancio, disminución de fuerza y resistencia física e hipotonía muscular.
La función adaptativa de la tristeza
Generalmente, categorizamos las emociones en positivas y negativas en función de cómo nos hacen sentir. En realidad, sería más ajustado clasificarlas como agradables y desagradables, ya que de por sí todas ellas son adaptativas. Es decir, cada una de tus emociones aparece por una razón, cumple una función importante y es necesaria y beneficiosa para ti, incluso si se siente mal y únicamente deseas librarte de ella.
En el caso de la tristeza, esta aparece como una reacción natural ante la pérdida, la decepción o la desesperanza. Nos acompaña cuando no podemos actuar para evitar lo que ha sucedido. Al contrario que la ira, que nos moviliza a defendernos, la tristeza nos invita a replegarnos sobre nosotros mismos para gestionar lo sucedido a nivel interno.
Así, algunas de sus principales funciones son las siguientes:
La tristeza nos lleva a aislarnos para dar espacio al dolor
Cuando la pérdida o la decepción ya han sucedido, aparece un dolor emocional que necesita ser visto, escuchado y atendido. Para ello, necesitamos sacar el foco de lo exterior y mirar hacia adentro.
Procesar un suceso adverso requiere tiempo y por ello la tristeza nos obliga a bajar el ritmo, a ralentizar la actividad y aprovechar los recursos energéticos para sanar. No es momento ahora de construir, proyectar o crear, sino de atender a lo que ya hay.
Para comprender y sacar conclusiones
La tristeza pone en marcha un proceso reflexivo que resulta fundamental para el crecimiento personal. Nos permite hacer introspección, analizar lo ocurrido y comprenderlo. Nos lleva a preguntarnos: ¿qué ha sucedido?, ¿cómo me afecta esto?, ¿de qué manera va a cambiar mi vida a partir de ahora?, ¿hay algún aprendizaje que pueda extraer de la situación?
Gracias a este análisis, podemos situarnos en nuestra nueva realidad y aceptarla. En algunos casos, además, nos permite aprender para evitar vernos en tesituras similares en el futuro.
Finalmente, nos enseña cuáles son nuestras necesidades, valores y deseos, nos ayuda a clarificar y priorizar, algo que no podemos hacer si continuamos escondiéndonos en el constante movimiento y refugiándonos en la estimulación exterior.
Para restaurarnos
En última instancia, la tristeza nos lleva a aislarnos para que podamos restaurarnos. Del mismo modo que el dolor físico requiere reposo y cuidados, el dolor emocional también necesita de estas pausas antes de continuar.
Durante este periodo de aislamiento, invertimos la energía en nosotros, recobramos fuerzas y logramos integrar lo ocurrido en nuestra historia para poder seguir adelante.
Cuando la tristeza nos lleva a aislarnos por los motivos equivocados
En definitiva, el aislamiento que sigue a la tristeza es adaptativo, ya que nos permite comenzar a procesar los eventos, comprenderlos, integrarlos y continuar adelante en la realidad que ahora nos encontramos. Sin embargo, en ocasiones este aislamiento es excesivo o viene motivado por factores inadecuados. Por ejemplo, es posible que evitemos el contacto con otras personas debido a sentimientos de culpa, fracaso o vergüenza.
Ante un acontecimiento adverso, podemos sentir que somos los responsables de lo sucedido, que somos insuficientes o inferiores a los demás. Cuando nos avergüenza nuestra situación personal, cuando consideramos que estar tristes en inaceptable, podemos aislamos para evitar esa sensación de fracaso. Sin embargo, esto solo nos lleva a incrementar los sentimientos de desesperanza.
Recordemos que la tristeza tiene valor social: les muestra a los demás que necesitamos apoyo y propicia que nos lo ofrezcan. Extender ese aislamiento por demasiado tiempo o llevarlo al extremo genera una retroalimentación negativa en la que perdemos reforzadores sociales.
Por lo mismo, es importante escuchar al cuerpo, bajar el ritmo y mirar hacia dentro pero también es necesario permitirnos expresar la emoción, comunicársela a otros y gestionarla adecuadamente. Si tienes dificultades para lidiar con la tristeza, el acompañamiento profesional puede serte de gran ayuda.
Todas las fuentes citadas fueron revisadas a profundidad por nuestro equipo, para asegurar su calidad, confiabilidad, vigencia y validez. La bibliografía de este artículo fue considerada confiable y de precisión académica o científica.
- Cruz Pérez, G. (2012). De la tristeza a la depresión. Revista electrónica de psicología Iztacala, 15(4).
- José, P., & Alberto, J. (2015) Neurofisiología y Psicofarmacología de los Trastornos del Estado de Ánimo y su aplicabilidad en la Depresión. Paraninfo Digital: monográficos de investigación en salud. Disponible en: http://www.index-f.com/para/n22/pdf/214.pdf