Precrastinar: un peligro para la eficiencia
“Me gusta tener mis asuntos al día”, “no puedo relajarme mientras tenga tareas pendientes”, “prefiero terminar los proyectos con tiempo”. ¿Te sientes identificado con estas afirmaciones? Si es así, seguramente te consideras una persona bastante productiva y eficiente. Sin embargo, cumplir con tus obligaciones lo antes posible no siempre es la mejor estrategia y es posible que esto sea un síntoma de tu tendencia a precrastinar.
Quizá nunca hayas escuchado este término, pero es probable que sí conozcas otro similar: la procrastinación. Podemos decir que se trata de los dos extremos de un continuo: mientras que procrastinar es aplazar las tareas pendientes, precrastinar es apresurarse a realizarlas lo antes posible, incluso antes de que sea necesario. Aunque es la primera opción quien tiene mala fama, ninguna de las dos es apropiada ni beneficiosa, y a continuación te contamos por qué.
¿En qué consiste precrastinar?
La precrastinación es la tendencia a ocuparse de las tareas pendientes lo más pronto posible, a librarse de ellas rápido incluso si ese momento no es el más adecuado para abordarlas.
Quienes precrastinan quieren terminar el trabajo pronto y cumplir con todas sus obligaciones en el menor tiempo posible, de esta forma se sienten productivos y responsables. No soportan tener asuntos pendientes y son incapaces de dejar algo para más adelante.
Podemos definir algunos rasgos que comparten este tipo de personas y que caracterizan bien su forma de proceder. Son los siguientes:
- Son personas muy activas, nerviosas y con dificultades para regular sus niveles de energía.
- Tienen poca paciencia y tienden a la inmediatez, les cuesta tolerar la espera.
- Tener tareas pendientes les genera un gran estrés y una carga mental que no saben gestionar, por ello optan por “limpiar el terreno” tan pronto como les sea posible. De hecho, investigaciones sugieren que en pro de aligerar esa carga mental podemos optar por acciones que requieren más esfuerzo físico y son menos eficientes.
- Pueden ser personas inseguras y con baja autoestima que se aferran a este “producir rápido” para demostrar su valía. Sienten que al cumplir antes de tiempo están demostrando ser eficientes y válidos.
- Tienen dificultades para distinguir entre lo urgente y lo importante. Necesitan ocuparse de todo “ya”, aunque esto suponga una mala inversión de recursos y de tiempo.
¿Cómo afecta a la eficiencia?
Todos tenemos claro que procrastinar nos hace más ineficientes. Si posponemos las obligaciones y las dejamos para el último momento, es probable que las hagamos con una dosis de presión extra que no va a favorecer el rendimiento. Sin embargo, precrastinar también tiene desventajas importantes.
Convengamos que la eficiencia es la capacidad para cumplir adecuadamente una función, para obtener el mejor resultado con la menor inversión posible. Sin embargo, para realizar un buen trabajo es imprescindible contar con planificación, análisis y tiempo. Un exceso de rapidez en la ejecución de una tarea fácilmente puede llevar a que la ejecución contenga errores, esté incompleta o no presente la calidad esperada.
Es fundamental saber escoger el momento más adecuado para atender a cada actividad con el fin de invertir los recursos necesarios en cada una. Redactar un proyecto a las once de la noche, tras haber trabajado todo el día, quizá no sea la mejor opción, ya que estaremos cansados física y mentalmente.
Igualmente, tomar una decisión de forma inmediata nos impide sopesar las opciones, analizar los pros y los contras y escoger la mejor opción. Las prisas no son buenas consejeras y “hacerlo antes” no significa “hacerlo mejor”, generalmente suele ser al contrario.
¿Cómo dejar de precrastinar?
Abandonar el hábito de precrastinar es complicado, especialmente porque se percibe como una virtud. Actuar lo más pronto posible, se asocia con responsabilidad, eficiencia, productividad y valor. Además, al ocuparse de estos asuntos con celeridad se alivia la ansiedad y la culpa que produce tener tareas pendientes.
La rapidez en la ejecución se suele considerar una ventaja, incluso si al actuar a destiempo y adelantar esfuerzos estamos obteniendo un resultado mucho más pobre del que podríamos lograr. Por ello, el primer paso es tomar conciencia de cómo está tendencia nos está llevando a ser menos eficientes.
Además, pueden ponerse en práctica los siguientes consejos:
- Comenzar a distinguir entre urgente e importante, y establecer una jerarquía de prioridad entre las tareas.
- Planificar el tiempo en función de los plazos disponibles para cada tarea. Buscar el momento idóneo para realizar cada una de ellas.
- Respetar el tiempo asignado y no adelantar plazos. Aprender a regular la impaciencia y la intolerancia a la espera.
- Acostumbrarse a trabajar con calma y serenidad.
Implementar estas pautas puede ser complicado al inicio si durante años hemos tendido a precrastinar. No obstante, pronto veremos una mejora en nuestra eficiencia. Escoger sabiamente la mejor forma de invertir el tiempo y la energía nos permitirá obtener unos resultados mucho mejores que los derivados de actuar con prisa y de forma prematura.
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- Rosenbaum, D. A., Gong, L., & Potts, C. A. (2014). Pre-crastination: Hastening subgoal completion at the expense of extra physical effort. Psychological Science, 25(7), 1487-1496.
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