Querer sentirse importante y no lograrlo
¿A quién no le gusta sentirse importante o especial para los demás? Es un deseo humano completamente legítimo y, además, saludable. Sin embargo, a veces querer sentirse importante no equivale a lograrlo. De hecho, algunas personas se sienten frustradas por ello y se miran a sí mismas como “alguien del montón” que quisiera dejar de sentirse en esa condición.
El problema no está en ese deseo de recibir reconocimiento, despertar admiración o ser significativo en la vida de otros. Quizás lo que hace que querer sentirse importante se convierta en un problema es lo que entendemos por “importante”. También el tipo de respuesta que esperamos de los demás frente a lo que somos.
“Los grandes egos son grandes escudos para mucho espacio vacío”.
-Diana R. Black-
En el lenguaje coloquial hay expresiones que aluden a todo esto. Se habla de “ser alguien” o “no ser nadie”. Ese tipo de referencias nos llevan a pensar que ser y existir no nos otorga un valor por sí solo, sino que la misma existencia se define en función de otros factores. Eres “nadie” o eres “alguien” si vives en el marco de ciertos parámetros. ¿Hasta qué punto esto es cierto?
Ego sano y ego lastimado o distorsionado
Los budistas y los lacanianos dicen que el “yo” o el “ego” es fuente de sufrimiento. Con las diferencias obvias, ambas corrientes de pensamiento señalan que el excesivo énfasis en uno mismo no ayuda a ver más allá, generando así dificultades y, por tanto, infelicidad. Ese yo tiene un apetito enorme. Y cuanto más se le alimenta, más voraz se vuelve.
Si se parte de la idea de que no somos lo suficientemente valiosos, básicamente no habrá nada que nos haga cambiar de opinión. Es un hecho que podemos destacar en algunos aspectos, pero no en todos. No obstante, al alimentar el ego nos ubicamos en una posición en la que siempre vamos a estar enfocados en lo que nos falta, en aquello que no hemos alcanzado. Eso nos lleva a ser muy infelices.
También ocurre que a veces una persona ha estado expuesta a entornos que lo invalidan, lo menosprecian o simplemente lo ignoran. Esto da lugar a heridas perdurables en el amor propio, especialmente si ese entorno es muy próximo o este tipo de experiencias se dan durante la infancia. En esos casos, aparece un deseo de reivindicación que podría ser exagerado. Es entonces cuando una persona desarrolla un deseo excesivo de querer sentirse importante.
Querer sentirse importante
Los estudios antropológicos nos muestran que hay sociedades en las cuales solo los guerreros son realmente valorados. Otras, en cambio, demeritan a quienes no mantienen una posición pacífica consigo mismos y con el mundo. Para unos solo “es alguien” quien da muestras de ser lo suficientemente violento como para imponerse a los demás. Para los otros, esa misma persona sería “nadie”.
En ese ejemplo, un tanto extremo, ¿la persona pacífica por naturaleza debe volverse violenta, solo con el propósito de sentirse importante para su grupo? ¿O el que es guerrero por naturaleza debe pacificarse completamente para que sea objeto de admiración de quienes le rodean?
La trampa del ego está precisamente ahí: en que ese querer sentirse importante puede llevar, en algunas circunstancias, a desfigurar o negar lo que somos. Todo, simplemente por obtener el visto bueno o la exaltación de los demás. La pregunta es ¿vale la pena?
Brillar con luz propia
No es gratuito que en la entrada al famosísimo Oráculo de Delfos estuviera grabada la frase de Sócrates: “Conócete a ti mismo”. Conocerse a fondo es el primer acto de amor propio que cualquier persona se debería regalar. Y conocerse no es hacer una lista de virtudes y defectos, sino comprender lo que somos. Nuestra historia. Nuestros miedos y fortalezas. Nuestros talentos y vacíos.
Quizás nuestro principal deber está en pulir incesantemente eso que somos para llevarlo a la máxima plenitud posible. Más que admiración, lo que realmente necesitamos es aceptación, apoyo y afecto. Ahora bien, esto no es algo que “llegue” a nuestras vidas, sino que lo construimos aceptando, apoyando y amando a los otros. Todo eso es lo que nos lleva realmente a sanar el ego. A valorarnos genuinamente, tal y como somos. De este modo se disipa el deseo de querer destacar a toda costa.
Querer sentirse importante para otros es una trampa del ego. Por lo general, solo nos conduce a frustraciones porque la opinión ajena es cambiante y pasajera. Porque somos humanos y no siempre logramos acertar. También porque esa admiración, a diferencia del afecto verdadero, no llena. Genera satisfacción, pero esta se diluye rápidamente. Es un espejismo que desaparece y solo deja vacíos tras de sí.