La única y mejor fórmula es la que hacemos nosotros mismos
Da lo mismo los consejos que te den, bienintencionados o no. Si te los dan con frecuencia es que tu estilo de vida, tu forma de narrar los obstáculos y tus dudas existenciales parecen demandarlos. Te muestras como una “delicatessen” para aquellas personas a las que les gusta guiar y ayudar, pero también manipular.
Pides ingredientes para que la receta al final salga sabrosa y consistente. Para que al final tu vida resulte fácil de digerir. No te das cuenta de que los demás tienen otros gustos en su paladar, han pasado por más, menos o diferentes tragos amargos que tú. Lo que para unos es un fracaso, para otros es una victoria incomparable a todo lo hecho en su vida.
No dejes que den más mordidas a tu plan de vida, que deshagan la receta que estás creando para conseguir al fin un resultado que, para ti, ya es consistente. No pidas más fórmulas para tu vida porque, al fin y al cabo, solo tú sabes de qué ingredientes dispones y cuáles nunca estarán a tu alcance.
El padre, el niño y el adulto: las claves de un plan de vida
El psicólogo Eric Berne plantea una teoría con raíces en el psicoanálisis pero que termina ubicándose dentro del movimiento humanista-existencial. Berne señala que existen tres estados del yo, que resultan verdaderamente reveladores para entender por qué a veces quedamos atrapados en uno de ellos.
Los tres estados descritos por Berne son los siguientes:
- El padre o exteropsique: es la figura de autoridad interiorizada, nuestro padre resonando en el interior. Sus funciones son críticas y protectoras.
- El adulto o neopsique: es la objetivización de la realidad, la capacidad de tener una función racional y analítica ante la vida, aquí y ahora, valorando las circunstancias reales en las que nos encontramos.
- El niño o arqueopsique: representa los deseos infantiles, funciones básicas para adaptarse al medio como la mera sumisión o el salto a la rebeldía.
La importancia de lo que se desprende de estos conceptos es que una persona en su infancia puede diseñar un plan de vida, consciente e inconscientemente, que está marcado por los mensajes que van lanzando sus padres u otras personas del medio. Pero a veces, nos quedamos atrapados en el “yo niño“. Cuando esto ocurre, somos incapaces de crear fórmulas realistas y demandando las mismas a nuestros allegados.
Tu plan de vida, tu yo adulto: tu propia fórmula
Muchas teorías se centran en la alteración del plan de vida de una persona como posible base de un trastorno psicopatológico, pero lo interesante del análisis transaccional propuesto por Eric Berne es el hecho de visualizar distintos estados funcionales del yo de una forma tan clarificadora.
“Quien no haya sufrido lo que yo, que no me dé consejos”.
-Sófocles-
Así, nos damos cuenta de que cuando actuamos como niños, con tendencia a las polaridades y proyecciones ilusiorias, los demás lo perciben y nos tratan desde su versión de “padre”. Ponen en marcha todo tipo de estrategias para ayudarnos a salir de un “hoyo” que en realidad no es tal, sino tan solo una situación distinta a la suya.
Mi yo niño tiene que existir, pero me impide decidir
Fracasamos cuando interiorizamos los deseos de los demás. Volvemos a perder cuando seguimos senderos que otros jamás han transitado y sin embargo nos recomiendan. Volvemos a fallar en la fórmula cuando no agregamos nuestros propios ingredientes y sí recetas preconcebidas que no tienen sentido alguno para nuestras vidas.
“Pídeles consejos a los viejos y a los jóvenes, pero sigue tu propio sentido común”.
-Proverbio árabe-
Si necesitas que los demás te den consejos, es porque no confías en tu propia fórmula. Si no quieres que te digan lo que debes hacer, haz lo que tú creas que es mejor para ti. Después, con posteridad, siempre puedes contarlo. No como algo digno de opinión u objeción, simplemente como una reafirmación de tu proyecto de vida, adueñándote de tus errores para algún día conseguir tus propias victorias.
Cuando pedimos recetas sin tener en cuenta nuestras circunstancias, nuestra fórmula nunca encontrará ingredientes, jamás cuajará…