El valor de la muerte

Cada día es único. Cada tiempo que compartimos con el otro es efímero e irrepetible. El valor de los momentos que vivimos bebe de la conciencia de la muerte y de la singularidad de cada experiencia.
El valor de la muerte
Andrea Pérez

Escrito y verificado por la psicóloga Andrea Pérez.

Última actualización: 22 octubre, 2021

Cuando la muerte se cruza en nuestro camino, nunca pasa desapercibida. Fijar la mirada en su manto y ver la estela que deja nos inquieta y nos remueve por dentro. Algo cambia en una persona cuando percibe su figura o logra mirarla a la cara. En este contexto, hoy queremos hablar del valor de la muerte.

Podemos ver a la muerte en muchas situaciones de nuestro día a día. Aquel conejo que vemos en el arcén de la carretera del que ya solamente quedan los restos y que nos traslada mentalmente al día en que nuestro perro, gato o mascota dejará de existir. Ese accidente de coche que hemos sobrepasado conduciendo que nos eriza la piel pensando en sí aquellas víctimas habrán fallecido y en cómo recibirán sus familiares la noticia.

La muerte asoma en nuestra televisión, en cada telediario que cuenta como un niño ha desaparecido, una mujer ha sido asesinada o un hombre ha muerto por una paliza. También está en las conversaciones cotidianas de nuestro barrio o en las charlas con familiares y amigos cercanos.

Mujer en casa triste

Cuando la vida te obliga a mirar a la muerte a la cara

La vida está conectada irremediablemente con la muerte. Durante nuestro recorrido por la vida nos tocará vivir situaciones que nos enfrenten a nuestra naturaleza caduca. La enfermedad terminal de nuestra pareja, la muerte de un padre o un hijo, así como la propia edad o las circunstancias vitales que, a cada uno, nos acercan al final.

Cuando la muerte viene y se lleva de nuestro lado a un ser querido, o nos avisa de que el final de nuestra propia vida llegará pronto, podemos experimentar un sin fin de emociones, muchas de ellas desgarradoras. Sentimos que algo ha cambiado, aunque en apariencia todo siga igual, no llegamos a creerlo, sentimos punzadas de dolor, injusticia, pena, rabia, amargura…

Al tomar conciencia de la muerte y, por tanto, de la vida, nuestra percepción del mundo y de las prioridades se transforma. Detalles que antes pasábamos desapercibidos pueden empezar a tener un valor inimaginable. Esas experiencias que forman parte de tu día a día empiezan a tener un sabor diferente.

La muerte como vehículo para dar sentido a la vida

¿Qué importancia tendrían nuestras acciones si nuestra existencia fuese infinita? Si siempre tuviésemos tiempo de rectificar y rehacernos, si la otra persona existiera para siempre, si cuidarse o no fuese irrelevante porque no tendría consecuencias graves en nuestra salud, ¿a qué se reduciría todo?

La utopía para algunos, o distopía para muchos, de vivir para siempre nos arrancaría gran parte del valor y el sentido que le concedemos a la existencia de un ser vivo. Conseguimos valorar la vida en todas sus formas gracias, en parte, a que somos conscientes de que terminará y no volverá a repetirse.

La cercanía a la muerte nos enseña de una forma realista, y a veces cruel, que necesitamos asumir una responsabilidad consciente sobre nuestra escala de prioridades. Revisar dónde ponemos nuestros esfuerzos o a quién le ofrecemos nuestras caricias se convierte en urgente cuando analizamos nuestra naturaleza.

Mujer con los ojos cerrados

El valor de cada momento

Las personas necesitamos darle sentido a la vida más de lo que necesitamos comer pan o beber agua. Especialmente en vivencias dolorosas encontrarle un sentido a la experiencia es fundamental. De no ser así los sentimientos de vacío, crisis e injusticia se pueden volver una carga muy pesada de sobrellevar.

El acto de dar sentido se escenifica en una manera de estar, antes que de hacer. En la importancia de los pequeños detalles o en cómo establecemos nuestras prioridades.

Actos cotidianos, sin significado trascendental aparente se convierten en revoluciones de sentido vital cuando comprendemos que son únicos e irrepetibles y le damos el valor que merecen.

Quizás mirar a la muerte de cerca no solo haga que veamos su rostro, sino también que aportemos sentido a aquello que vivimos en el día de hoy y le demos importancia a esas vivencias que son únicas e irrepetibles.


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