3 falacias que entorpecen nuestras vidas sin darnos cuenta
Las falacias se definen como afirmaciones o ideas que tienen apariencia de verdad, pero que en realidad no lo son. A veces son construcciones propias, pero en otras ocasiones llegan a convertirse en argumentos que se invocan colectivamente y que todos dan por ciertos. Las falacias no son fáciles de detectar, porque no son planteamientos absurdos, ni triviales, sino que mantienen la lógica aunque no sean ciertos.
Un buen ejemplo de falacia se da cuando se instala un prejuicio. Supongamos que hay alguien que ha sido pillado diciendo una mentira. Después, cuando afirma alguna cosa, alguien dice que no se le puede creer porque es un mentiroso. O sea, de una situación particular, se extrae una conclusión general y se aplica indiscriminadamente. Aunque el hecho pasado es cierto, el razonamiento al que se llega es falso.
Las falacias no solamente se instalan en relación con otros, sino que también se construyen para ser aplicadas a uno mismo. Estos razonamientos errados terminan torpedeándonos el bienestar y llevándonos al equívoco. Hay tres falacias que se han vuelto comunes y que constituyen un obstáculo para estar mejor. A continuación te hablaremos de ellas.
“La opinión, sin conocimiento, argumentada con falacias ajenas, es el primer paso hacia la soledad”.
-Anónimo-
Falacias de control
Existen dos grandes falacias relacionadas con el control sobre las circunstancias y sobre las demás personas. La primera se podría denominar como “falacia de impotencia”. Se refiere a todos esos ejemplos particulares que planteamos para intentar apoyar una la hipótesis de que no podemos hacer nada frente a una situación, cunado esta hipótesis no cierta.
Esto nos lleva a justificar la total falta de acción por nuestra parte, bajo el supuesto de que todo escapa a nuestro control. Esta falacia se da en todas las circunstancias en las que dices “no puedo” y adjudicas ese no poder a algo externo a ti. Un ejemplo: “No podía contestar nada, porque esa persona se pondría furiosa”.
La otra falacia de control es exactamente el caso opuesto: cuando crees que todo y todos dependen de ti. Que todo y todos son tu responsabilidad. En ese caso, intentas no perder detalle, inmiscuirte en todo, mantener todo bajo control. Y como, por supuesto, no puedes lograrlo, entonces te culpas.
Falacias de justicia
La “justicia” es uno de los conceptos más imprecisos que existen. Lo que es justo y lo que no, depende de cada cultura y casi de cada persona. Son muy escasas las situaciones en las que se puede aplicar lo que podríamos llamar una “justicia universal”. Siempre hay consideraciones que obligan a matizar este concepto.
Sin embargo, hay personas que reservan para sí el derecho de definir lo que es justo y lo que no. El problema es que solo toman en cuenta su propia perspectiva, sus propias necesidades, sus propios miedos y deseos, pero no los de los demás o los que están presentes en su contexto. Por eso repiten constantemente que todo lo que les ocurre es injusto.
Piensan que todo el mundo debería tener una balanza para medir muy bien lo que ellos se merecen y, por supuesto, ofrecérselo. Esta es una fantasía que solo termina atormentándolos, ya que nadie está todo el tiempo calculando premios y castigos para quienes le rodean.
En el mundo, no todo buen comportamiento se premia, ni toda mala conducta se castiga.
Falacias de cambio
En quienes esgrimen las falacias de cambio lo que prima es un razonamiento en el cual todo debe cambiar para que ellos puedan estar bien. Si no se sienten a gusto con su trabajo, deberían cambiar las condiciones laborales. Si no tienen dinero, entonces debería cambiar el sistema económico. Si las relaciones sociales no son las mejores, los demás tendrían que transformarse y ser más considerados, más comprensivos, o diferentes, en todo caso.
Nunca se ponen a pensar en que quizás quienes deben cambiar son ellos. Que tal vez es su incapacidad de adaptación lo que convierte el trabajo en un espacio poco atractivo y difícil de sobrellevar. O que el manejo de sus finanzas es lo que no les permite contar con dinero suficiente. O, también, que si ellos fueran más afables, simpáticos y comprensivos, también podría obtener esto mismo de los demás.
Dice una máxima que “es más fácil ponerse los zapatos que alfombrar el mundo”. Sin embargo, para quienes son víctimas de este tipo de falacias, sucede exactamente lo contrario: es el mundo el que debe adaptarse a ellos y no al contrario.