7 claves para gestionar las emociones de manera inteligente
Gestionar las emociones de manera inteligente significa canalizarlas para mantener el equilibrio y la armonía. Gracias a ello, logramos ser una fuerza positiva para nosotros mismos y para todos los que nos rodean y evitamos que nuestro mundo emocional nos quite energía vital.
Cuando nuestras emociones logran mantenerse en equilibrio somos más productivos, más creativos y más felices. Impedimos que aquello que sentimos se adueñe de lo que somos. Así, conseguimos dar un rumbo constructivo a ese mundo subjetivo, poniéndolo a nuestro favor y no en contra nuestra.
“La inteligencia emocional representa el 80 por ciento del éxito en la vida”.
-Daniel Goleman-
Con las emociones en calma somos capaces de trazarnos objetivos y lograrlos. De tener relaciones sanas con los demás y poder dar lo mejor de nosotros mismos. De ahí la importancia de aprender a gestionar nuestras emociones. Lograrlo solo exige decisión y constancia. Y aquí hay siete claves para conseguirlo.
1. Entender que no existen las emociones negativas
Las emociones tienen una razón de ser. Por lo tanto, es un error catalogarlas en el grupo de las positivas o las negativas. Simplemente hay que tener presente que existen estímulos que llevan a experimentar determinadas emociones. Es inevitable.
El miedo , por ejemplo, es una respuesta a las situaciones de amenaza. Si no lo experimentáramos, fácilmente caeríamos en conductas temerarias que pondrían en riesgo nuestra integridad. La ira, por su parte, también es una respuesta defensiva, cuyo papel es el de prepararnos para el ataque cuando hay un peligro.
Por lo tanto, no hay emociones negativas. Para aprender a gestionar las emociones lo importante es que sepamos interpretar el mensaje que comunica cada una de ellas. Son una guía para saber que algo sucede y que esto debe abordarse.
2. Permítete sentir, para gestionar las emociones
La educación y la crianza tradicionales casi nunca nos enseñan a gestionar las emociones. Nos convencen de que hay sentimientos y emociones que no debemos experimentar. Nos dicen, por ejemplo, que llorar o tener miedo no soluciona nada.
Sin embargo, las emociones no nacen porque sí, ni desaparecen porque sí. Por lo tanto, reprimir lo que sentimos no es una manera correcta de gestionarlas. Intentar asfixiar lo que se siente solo aplaza su expresión. Lo reprimido retorna y a veces de mala manera.
Lo primero entonces es entender que todas las emociones son legítimas y tienen pleno derecho a existir y a expresarse. Si aceptamos lo que sentimos, será mucho más fácil gestionar las emociones. No aceptarlo implica propiciar una confusión que termina dando como resultado una tormenta interna.
3. Observa, observa, observa…
La mejor manera de gestionar las emociones es aceptándolas, pero también comprendiéndolas. Para lograr esto es indispensable que incrementemos la capacidad de observación sobre ellas. El solo hecho de prestarles atención ya permite comenzar a canalizarlas.
Daniel Goleman, el gran teórico de la inteligencia emocional, indica que “La atención regula la emoción”. Esto quiere decir que cuando se enfoca la atención en aquello que estamos sintiendo, automáticamente se modula o se matiza esa experiencia subjetiva.
“El éxito de una persona no depende del intelecto o de estudios académicos, si no de su inteligencia emocional”.
-Goleman-
Para observar las emociones lo adecuado es preguntarse: ¿qué estoy sintiendo? ¿cómo me siento? Luego intentar poner el nombre exacto a esa emoción que se experimenta. ¿Es ira o es frustración? ¿Rechazo o es fatiga? Cuanto más precisa sea la identificación, más fácilmente llegaremos a comprender el por qué de esas emociones.
Cuando aceptamos una emoción no la estamos alimentando. Aceptarla consiste en observarla, ver qué nos está diciendo. Cuando sentimos ira, en lugar de dejarnos arrastrar automáticamente por ella, podemos cambiarlo por observar qué nos produce la emoción. Al analizarlo podemos caer en la cuenta que muchas de nuestras reacciones son automáticas. De este modo, podemos aprender a modular nuestra conducta sin ser víctimas de nuestras emociones.
4. Ser críticos con nuestros pensamientos
Aunque nos parezca que no es así, muchos de nuestros pensamientos surgen de manera mecánica. Se trata de interpretaciones de la realidad, que a veces tienen fundamento y a veces no. En ocasiones son fruto de un razonamiento y en otras no.
El pensamiento no es la realidad, sino un filtro para la realidad. Nos induce a sentirnos de una determinada forma frente a lo que sucede y en muchas oportunidades nos lleva a equivocaciones. Por ejemplo, el pensamiento puede decirnos que una dificultad es una molestia. Pero también podría decirnos que es un reto, una oportunidad. Sin embargo, esto se logra solo cuando nos atrevemos a cuestionar esas ideas y no simplemente a dejarnos llevar por ellas.
Como señalan Cano y Zea (2012), “si entendemos que todos los seres humanos, pensamos, actuamos y reaccionamos de forma diferente ante situaciones similares, lograremos entender que no hay verdades absolutas y que lo que para mí es evidente y no tiene duda, tal vez para los demás no lo sea tanto”. Aunque nos parezca que nuestra forma de pensar es la única y la más correcta, en realidad, no es más que otro punto de vista sobre la realidad. Si interiorizamos esto, lograremos más en armonía con nosotros mismos y con los demás.
5. Promueve un diálogo interno más positivo
Muy relacionado con el consejo anterior sobre los pensamientos, está la forma en cómo nos hablamos a nosotros mismos. Pues, aquello que constantemente nos decimos influye de manera directa en cómo nos sentimos y actuamos.
Por ejemplo, si frecuentemente estamos diciéndonos “no voy a poder con esto”, “no soy lo suficientemente capaz” o “nunca voy a lograrlo”, nos estamos condenando a que así sea. De esta forma, aumentamos nuestro malestar emocional.
Por tanto, lo ideal es que empecemos a identificar estos diálogos internos y, una vez detectados, ir cambiándolos y modificándolos por otros más amables y positivos.
6. Práctica técnicas de relajación
Las técnicas de relajación son una excelente herramienta para canalizar emociones displacenteras como el estrés o la ansiedad. Por tanto, intenta incluirlas en tu rutina, especialmente en aquellos momentos donde te sientas invadido por tus emociones.
Asimismo, existen otras actividades como el mindfulness y el ejercicio físico que contribuyen significativamente a nuestro bienestar emocional.
7. Fortalece tu vocabulario emocional
Si no contamos con un vocabulario emocional amplio, somos más propensos a confundir unas emociones con otras, lo que propicia la incomprensión y el desconocimiento de lo que realmente nos está pasando.
Por ejemplo, es común que cuando una persona se sienta decepcionada o nostálgica, confunda su sentir con la tristeza; pues es lo que más se asemeja a las dos emociones anteriores. En este, y otros casos, el desconocimiento de lo que realmente está sintiendo contribuye a que las emociones se intensifiquen, se repriman o no se gestionen de la forma adecuada.
Por su parte, el desconocimiento de la riqueza emocional propicia a que nuestras relaciones sean conflictivas. Pues, a mayor vocabulario, más asertivos seremos, nos expresaremos con mayor precisión y sabremos identificar los estados emocionales de los demás (lo que se traduce en una mayor empatía).
Aprender a gestionar las emociones de manera inteligente implica estar plenamente despiertos. Atentos y enfocados hacia nuestro mundo interno. Puede que al comienzo sea difícil, pero los beneficios son tan grandes que bien valen la pena.