5 errores del terapeuta

Las habilidades del terapeuta pueden ser decisivas para acometer el cambio en sesión. En el presente artículo se comentan algunos errores que suelen cometer los psicólogos en terapia, y por qué es conveniente solventarlos antes de que afecte a la eficacia de la intervención.
5 errores del terapeuta
Loreto Martín Moya

Escrito y verificado por la psicóloga Loreto Martín Moya.

Última actualización: 22 mayo, 2020

Son muchos los factores que influyen en el desarrollo y en los resultados de una psicoterapia, incluidos los errores del terapeuta. Existe una idea muy compartida: el funcionamiento de una terapia recae en la espalda de aquel que acude en busca de ayuda. Sin embargo, tomarla al pie de la letra puede ser un gran error, puesto que influyen muchas variables sobre las que el cliente tiene poco o ningún control.

Los factores que explican el cambio terapéutico son: el apoyo social y la fuerza del yo de la persona —es decir, el cambio extraterapéutico—, las técnicas concretas usadas en la terapia, el efecto placebo o las expectativas y la relación terapéutica —donde los errores del terapeuta pueden tener un gran impacto—.

Junto con el cambio extraterapéutico, la relación terapéutica existente entre el psicólogo y el cliente es un factor de mucho peso en la consecución del cambio.

Así, se torna importante exponer ciertos errores del terapeuta que pueden atentar contra la alianza terapéutica, un factor que pesa alrededor del 40% en el cambio que experimenta el paciente en psicoterapia (Corbella y Botella, 2004).

Esta lista está basada en un capítulo del manual Introducción a la Psicoterapia de Pipes y Davenport (2004). En este capítulo se presentan algunos de los errores del terapeuta más típicos. Algunos de ellos son los siguientes.

Psicóloga hablando con paciente

Resolver el problema antes de haber sido comprendido

Este es uno de los errores del terapeuta más habituales. Aunque ciertos tipos de terapia, como la psicoanalítica, buscan una comprensión muy extensa de las problemáticas del cliente e invierten tiempo y esfuerzo en comprender esa narrativa, lo cierto es que esto no ocurre con todas las terapias.

Muchas de ellas se ven insertas en contextos donde la mínima consecución de sesiones es sinónimo de calidad. Cuanto menos se tarde en concluir una terapia mejor será el terapeuta.

Por ello, ateniéndonos a las imperfecciones de los psicólogos, algunos pueden pecar por conformarse con piezas superficiales de información, acotar las problemáticas e intervenir sin evaluar otras áreas que a priori no son relevantes.

Cuando un cliente viene con un bajo estado de ánimo, por ejemplo motivado por unas malas notas, llevamos a cabo una evaluación y planificamos una intervención —por ejemplo, evaluando su perfeccionismo, pensamientos irracionales de lo que supone suspender, técnicas de gestión emocional para cuando ello ocurra—podemos dejar factores importantes sin considerar.

Puede ser que la clienta sufra un trastorno de la conducta alimentaria que no hemos evaluado puesto que el tema de la comida nunca pareció problemático. También puede que cuando nos dijo que sus patrones de alimentación cambiaban después de unas malos resultados, asumiéramos que el fenómeno era consecuencia de las malas calificaciones.

Una intervención que no es precedida de una buena evaluación estará condenada a fracasar. No pasa nada por invertir el tiempo que haga falta en evaluar y no dejarnos llevar por la ansiedad que puede producir no comenzar con una intervención rápida.

Conductas inapropiadas en el rol de terapeuta

A pesar de lo que pueda pensarse en la cultura general, las intervenciones verbales y no verbales del terapeuta en sesión tienen que tener algún valor funcional. Por ello, aunque el humor, la locuacidad, la sátira, las bromas etc. son realmente útiles en tanto que pueden hacer de una alianza terapéutica algo mucho más profundo, se recomienda precaución.

Este tipo de intervenciones tiene que plantearse con algún objetivo, ya sea confrontar, calmar la ansiedad del cliente, ridiculizar o exponer ideas de este para lograr el insight, etc.

La risa del terapeuta también tiene que ser controlada, en tanto que refuerza un tipo de intervención del cliente. Es necesario examinar el contenido de la broma, puesto que el objetivo de esta suele ser ridiculizar algún aspecto concreto.

Qué aspecto es este, como se relaciona con la problemática del cliente, y sobre todo, si se quiere reforzar que el cliente haga esa broma respecto a ese tema. Si hablamos con alguien incapaz de tomarse nada en serio con problemas de gestión de la ira, y en un momento dado bromea con un arranque rabioso y el terapeuta ríe, se está reforzando la idea de que esos ataques de ira no son importantes.

Esto se extrapola también a controlar la risa del propio terapeuta cuando este quiere reducir su ansiedad. Si el terapeuta no está seguro, si el cliente le resulta dificultoso… El terapeuta se ríe para calmarse, pero transmite el mensaje de que lo dicho le ha hecho gracia. Esto puede confundir al cliente y que no se sienta del todo seguro en la alianza terapéutica.

Empujar al cliente al fracaso

Cambios espectaculares y conseguidos de manera rápida distan de ser norma. No obstante, el entusiasmo o las prisas del terapeuta pueden precipitar la terapia en esta dirección, cuando no es posible. Ya sea tratando de aumentar su red social, a que viva experiencias nuevas, a que lleve a cabo acciones que a priori son beneficiosas…

Olvidar o tratar por encima aspectos que quizás parezcan simples – cuando no lo son tanto para nuestros clientes- es uno de los errores del terapeuta más comunes. Quizás abocar a un cliente a aumentar su red de amistad hablando con personas de su entorno puede ser algo para lo que no esté preparado. Esos encuentros pueden salir mal, el cliente puede carecer de las habilidades para mantener una conversación a determinados niveles o ser incapaz de controlar la ansiedad en determinados entornos.

La falta de resultados en muchas ocasiones no es responsabilidad del cliente, pero sí del terapeuta. En terapia el proceder debe ser inteligente y ajustado en tiempo, cerciorándonos de que todas las tareas y recomendaciones que planteamos estén construidas de acuerdo a las necesidades del cliente. Es importante considerar su ritmo.

Intentar ser amigo del cliente

El terapeuta no ha invertido años en formación en psicoterapia para convertirse en alguien que escucha y da consejos. Por ello, muchos clínicos están de acuerdo en afirmar que no se debe ser amigo del cliente. No conviene para la relación terapéutica, hace difícil las confrontaciones, las tareas en terapia se entienden como optativas, el cliente puede enfadarse por las expectativas que tiene del terapeuta como amigo…Esto supondría uno de los errores del terapeuta que más cuesta subsanar.

Es recomendable por tanto evitar acciones concretas que le lleven a pensar que el terapeuta trata de ser más que un profesional: no comentar la apariencia del cliente a menos que constituya un asunto terapéutico, nunca prestar dinero, no aconsejar sobre lo que se debería hacer y lo que no, y por supuesto no quedar con el cliente fuera de sesión.

Psicóloga con su paciente

Planteamientos deficiente en las intervenciones

Existen varios tipos de intervenciones que pueden provocar que los clientes se alejen, distorsionen los mensajes o sientan que son inútiles. Si los clientes se sienten así y esto se mantiene en el resto de la terapia, lo mejor que puede pasar es que esa terapia sea ineficaz. No hay que olvidar los efectos iatrogénicos de la terapia para el cliente. Esto significa que el terapeuta no critica ni culpabiliza. Esto es algo que quizás su círculo ya ha hecho antes, y no nos interesa ser miembros de ese amplio grupo.

Aunque lo normal es que un clínico no critique de forma directa, el cliente se puede sentir juzgado cuando somos impacientes, cuando les decimos que no están interesados en cambiar o cuando les decimos que su conducta fue deficitaria.

Habrá momentos en los que nos posicionemos con personas con las que él. Poco importa. Es arriesgado y contraproducente ser tan explícito. Abrazar y tratar de entender lo que dice, y ahondar en sus emociones es mucho más beneficioso que hacerle saber que no llevaba la razón.

Por último, es también recomendable evitar ciertas frases que pongan a la defensiva al cliente: “Quejarse no cambiará las cosas”, “Eres una persona que se pone a la defensiva” o “Sientes lástima de ti mismo”. Centrarse en las dificultades que el cliente presenta, y no tanto en la corrección de sus valores, hará la terapia menos ardua. Cuidar la alianza terapéutica es objetivo importante en este marco, de manera que emociones como el entusiasmo, la ignorancia o el ego no provoquen el alejamiento del cliente.


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  • Coberlla, S. y Botella, L. (2004). Investigación en psicoterapia. Procesos, resultados y factores comunes. Madrid: Visión Net.
  • Pipes, R. y Davenport, D. (2004). Introducción a la Psicoterapia. El saber clínico compartido. Bilbao: Desclée de Brower.

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