5 mentiras que nos gusta creer
Por más reprobables que sean, las mentiras no dejan de tener un punto atractivo y seductor. Mientras que muchas verdades golpean con una crudeza que desilusiona, con otras muchas mentiras ocurre todo lo contrario: ilusionan -la palabra “ilusión” tiene que ver mucho con el engaño- e incluso motivan. Esto significa que hay mentiras que nos gusta creer.
No todas las mentiras tienen esas características, pero muchas de ellas sí. Son esas mentiras que nos contamos o nos cuentan y en las que nos gusta creer porque encajan mejor con nuestros deseos, o nos permiten ver el mundo de una manera que se ajusta más a lo que esperamos de él.
“El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera”.
–Alexander Pope–
No por nada uno de los reyes de la mentira, Adolfo Hitler, dijo que “Cuánto más grande sea la mentira, más gente la creerá”. De hecho, muchas veces sabemos que algo no es cierto y, sin embargo, nos esforzamos en sostener su certeza incluso después de probada la falsedad. Para la muestra, un inventario de 5 de esas mentiras que nos gusta creer.
1. Una de las mentiras clásicas: si explotas de ira, sentirás alivio
Esta primera de las mentiras que nos gusta creer se trata de una idea muy extendida. Se dice que sentir ira te envenena y que la mejor forma de que esto no ocurra es darle rienda suelta al enojo. Se supone que en cuanto grites, hagas añicos un objeto delicado contra la pared y le pongas voz a todo lo que en ese momento se te pasa por la cabeza, sin censura, experimentarás una descarga y quedarás en paz.
Esto es absolutamente falso. La ira es adictiva y produce escalada: su manifestación sin control te introduce en un círculo que la alimenta.
Esto quiere decir que si no aprendes a controlar los enfados, cada vez serás más propenso a sentirlos, lo que a su vez hará que en ocasiones siguientes ejercer autocontrol te cueste más. Puede comenzar con gritos y, con el tiempo, hacer que una persona termine en un hospital. La ira se libera con relajación, no con manifestaciones descontroladas en un entorno sensible de sufrir daños.
2. Una autoestima saludable no asegura el éxito
La autoestima es un concepto que en los últimos años ha ganado reconocimiento como factor de influencia sobre nuestro comportamiento. Es cierto que quienes tienen una buena opinión acerca de sí mismos sufren menos en las situaciones sociales y gastan menos energía en ansiedades inútiles.
Sin embargo, tener una autoestima saludable no conduce automáticamente al éxito, ni tener una autoestima deteriorada o inflada al fracaso. La historia está llena de ejemplos de grandes hombres y mujeres que siempre dudaron de sí mismos y, sin embargo, hicieron aportes trascendentales.
Es posible que una autoestima sana predisponga a una buena adaptabilidad y, en consecuencia, a un menor interés en formularse grandes preguntas o grandes inquietudes, pero nunca es un seguro ni una condición suficiente.
3. “Era” o “No era” “el amor de mi vida”
El “amor de la vida” es otro de esos mitos que todo el mundo quiere creer. Forma parte de esas mentiras que nos gusta creer y que reconfortan, o que contribuyen a una visión ilusionista del mundo afectivo. Es falso que haya un amor que encaje por completo y que, por eso mismo, sea “el de la vida”.
Cada elección supone una serie de renuncias. Si eliges una profesión, estás dejando de lado muchos otros oficios para los que quizás también tenías talento. Si eliges una pareja para siempre, estás renunciando a muchas otras personas con las que quizás habrías sido tan feliz, o incluso más feliz, que con la persona que elegiste.
Podemos decir que todos los amores son imperfectos. Un amor podrá cubrir lo que no cubre otro, pero a su vez también dejará al descubierto otras partes que el anterior amor si cubría.
4. Puedes lograr todo aquello que te propongas
La realidad de la vida es que no siempre logramos lo que nos proponemos, aunque pongamos mucho empeño en ello o le dediquemos lo mejor de nuestro tiempo a conseguirlo. Podemos desearlo con toda el alma y trabajar sin descanso, pero no siempre lo obtenemos.
A veces nos planteamos los propósitos de una forma inadecuada. Ponemos la mira en objetivos que básicamente son imposibles de lograr. No podemos ni podremos volver atrás en el tiempo aunque queramos. La realidad dicta que no podremos ganar una medalla olímpica sobre en atletismo si tenemos ya una edad y no lo hemos practicado nunca.
Asumir que hay retos que nos quedan grandes no implica que haya otros difíciles e ilusionantes que con esfuerzo no podamos conseguir y, sobre todo, disfrutar.
5. Todo tiene una razón de ser
Para una sociedad racional es difícil aceptar que haya preguntas que no tienen respuesta, o realidades a las que no se les puede adjudicar una causa exacta. Decir que “todo tiene una razón de ser” es una de las mentiras que nos gusta creer más populares, porque nos crea la sensación de que la realidad es lógica en sí misma. Controlable toda ella.
La verdad es que la razón de ser, o el sentido de las cosas, es algo que cada uno adjudica o deja de adjudicar en función de sus sentimientos y creencias. Nada tiene razón de ser en sí mismo, sino que las personas y las culturas diseñan causas o explicaciones para los hechos de la vida de acuerdo con aquello que desean o con los principios en los que depositan su fe.
Imágenes cortesía de Helene del Maire, Henrietta Harris.