7 características que definen a un jefe tóxico
Un jefe tóxico es aquel que hace un uso inadecuado del poder que le confiere su cargo. Todos los estudios de psicología laboral indican que una buena relación entre los miembros de una organización se traduce en mayor productividad y progreso. Pese a esto, siguen existiendo muchos directivos que incurren en conductas o emplean métodos completamente lesivos para su personal.
Hay un cierto legado feudal en este tipo de “líderes”. Tienen una idea autocrática del poder y por eso no les preocupa el hecho de causar malestar con su conducta. Entienden la empresa o la organización como una máquina que debe funcionar correctamente y en la que sus subordinados solamente son piezas del engranaje. Los jefes tóxicos están más centrados en los resultados que en los procesos.
“El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan”.
-Karl Marx-
Está comprobado que el liderazgo positivo genera mayor eficiencia. Los esquemas democráticos y horizontales generan, a la larga, mayor respeto por parte de los trabajadores. Un líder auténtico ejerce sobre todo su autoridad moral. No depende de las coacciones o las sanciones para lograr que los empleados se comprometan en los objetivos corporativos, sino que motivan y premian para generar mayor sentido de pertenencia y más compromiso.
Un jefe tóxico, por su parte, hace énfasis en el temor . Este es el instrumento del cual se vale para conseguir la adhesión de los empleados a los objetivos institucionales. Aunque a corto plazo este esquema podría funcionar, a mediano y largo plazo solo consigue dar lugar a organizaciones que se estancan, y a personal que se siente frustrado y solo espera la ocasión para apartarse de la compañía. Es una figura nociva para la organización y los siguientes son algunos de sus rasgos más destacados.
Los jefes tóxicos son arrogantes
Un jefe tóxico cree que ostentar un cargo de poder lo hace mejor que los demás. No importa cómo haya llegado a ocupar ese lugar, siempre se siente superior por formar parte de la dirección. Cree además que el solo hecho de ser jefe le da licencia para tratar a los demás como si tuvieran menos valor que él.
La arrogancia se manifiesta en su gestualidad, en el tono que utilizan al hablar y en la forma de dirigir las tareas. Estos jefes tóxicos quieren ser intimidantes e interpretan el temor de sus empleados como una señal positiva. La arrogancia, en todo caso, siempre está más relacionada con la inseguridad y la falta de confianza, que con una genuina superioridad.
No saben escuchar, ni comunicarse
Una de las señales más evidentes de un jefe tóxico es su dificultad para escuchar a los demás. Este tipo de personas creen que prestar atención a lo que dicen los empleados es darles una importancia que no merecen. Asumen que escuchar a los subalternos reduce el poder que tienen sobre ellos.
Un jefe tóxico tampoco sabe comunicarse. De hecho, podría volver innecesariamente complejas sus instrucciones, simplemente como una manera de intimidar a los empleados. Emplea expresiones categóricas, en un intento por remarcar que es él quien tiene la última palabra en todo. También suele desvalorizar lo que otros dicen, bien sea por medio de la indiferencia, o bien interpelándolos de manera irrespetuosa.
Son controladores e inflexibles
Un jefe tóxico no entiende la diferencia entre dirigir y controlar. Tampoco tiene noción de la diferencia entre liderar y mandar. No confía en las personas con las que trabaja y por eso piensa que la mejor estrategia es controlar hasta la más mínima de sus acciones. Asume que su deber es sobre todo de vigilancia y sanción constante a las conductas que estime inadecuadas.
El jefe tóxico también es inflexible. Siempre trata de poner las cosas en términos de blanco y negro. Asume que fortaleza es lo mismo que rigidez y que no ser ferozmente estricto puede hacerlo ver como alguien débil. Por eso sus órdenes no se discuten y sus ideas son las que se imponen. Las cosas deben hacerse exactamente como él lo dice o de lo contrario, serán sancionadas.
No tienen idea de cómo gestionar conflictos
Este tipo de jefes ven la ira con buenos ojos. Parten de la idea de que el mal humor y la irritabilidad son signos de seriedad y responsabilidad en el trabajo. Esto lo interpretan como una expresión de compromiso y de exigencia. Por eso es frecuente que expresen órdenes con un tono desagradable o que resuelvan un problema de trabajo a gritos. Creen que tienen derecho a “regañar” a sus empleados.
Si tienen una dificultad con alguno de sus empleados, lo usual es que la resuelvan imponiendo nuevas órdenes o aplicando sanciones. Les tiene sin cuidado que sus colaboradores experimenten malestar. Si estos no acatan las normas al pie de la letra, lo hacen por falta de ganas o por falta de carácter. Un jefe tóxico genera una atmósfera de tensión y represión porque supone que esto es válido para mantener un buen ritmo de trabajo.
Rechazan las iniciativas
Tener iniciativas es una señal de autonomía, de fuerza, de capacidad. Por eso para un jefe tóxico los empleados con iniciativa equivalen a una amenaza. Incluso llegan a pensar que se están tomando atribuciones que no les corresponden o asumen el hecho como un desafío a su autoridad. Por eso rechazarán a cualquier persona que plantee una innovación o una idea para mejorar.
Para este tipo de jefes solo hay una manera de hacer las cosas y es la suya. Los empleados rápidamente comprenden ese tipo de lógica y aprenden que pensar por cuenta propia o intentar hacer aportes equivale a provocarlo. Finalmente la que pierde es la organización, pues se priva de contar con un personal que alimente con iniciativas el quehacer de la entidad o de la empresa.
No saben gestionar el tiempo
El adecuado manejo del tiempo es fundamental para que la gestión se lleve a cabo sin tropiezos. Uno de los aspectos que convierte a un directivo en un mal jefe es precisamente una mala administración del tiempo. Esto incluye una mala planificación de las actividades y una desacertada priorización de las mismas.
Lo que se genera a partir de esto es un ambiente caótico. Muchas veces habrá que completar las tareas en un tiempo récord. Otras veces habrá lapsos en los que apenas si hay algo que hacer. En estos casos, lo que prima finalmente es una sensación de inestabilidad y de desorden que da origen a mayores dosis de estrés y de tensión.
Ignoran las necesidades de los empleados
Los malos jefes no tienen idea de cuáles son las necesidades de sus trabajadores. De hecho, no les interesa averiguarlo. Presumen que la relación laboral excluye los aspectos personales e incluso que estos son un factor irrelevante dentro de las labores cotidianas. O un obstáculo dentro del panorama laboral.
Un jefe tóxico insiste en que las necesidades personales de los trabajadores no tienen nada que ver con las tareas. Como lo suyo es verlo todo en la óptica del blanco y negro, asumirán cualquier dificultad personal de los empleados como un pretexto para no desarrollar su labor o para justificar algún fallo. A este tipo de jefes les cuesta mucho ver al empleado como una persona integral.
Aunque las legislaciones laborales de todo el mundo buscan proteger a los trabajadores, en la práctica siguen existiendo muchos jefes que caminan sobre la delgada línea de lo ilegal. Desconocen sutilmente los derechos y se amparan en la volatilidad de las relaciones humanas para encubrir su actitud de abuso.
Los jefes tóxicos abundan en épocas de crisis. Saben que pueden cruzar la línea y buena parte de sus empleados no se lo recriminarán, por el temor a perder el trabajo. Sin embargo, todo trabajador debe ser consciente de que tiene derechos y que puede hacer reclamaciones respetuosas cuando siente que está siendo maltratado.