¿Por qué el amor ya no dura tanto?
Mis abuelos, en plan de broma y a la vez con cierta tristeza, me dicen muchas veces que el amor en estos tiempos lo tiene complicado para sobrevivir. Triunfan los servicios a domicilio, gana lo instantáneo. Las inversiones que tienen incertidumbre y demandan tiempo dan pavor y, además, parece que no hace falta que pasen demasiados años para que nos creamos “de vuelta” de muchas cosas: de muchos destinos que hemos pisado rápido y que en realidad no hemos tenido tiempo de conocer.
De hecho, las parejas relativamente jóvenes que acumulan años juntos son una especie en peligro de extinción. Los más jóvenes dicen que antes de encontrar el amor para siempre hay que haber vivido el amor para un rato. Lo que no saben los jóvenes es que a medida que nos hacemos mayores acumulamos manías y se lo ponemos más complicado a cupido.
A medida que envejecemos, no solo ganamos arrugas, sino que también ganamos aristas y perdemos paciencia. Quizás ganemos de esta última con amores incondicionales, como puede ser nuestra familia, pero la perdemos para aquellos amores que aún no lo son y que tardarán en serlo. Porque toda confianza necesita de “espacio” y cariño.
“El amor es el espacio y el tiempo medido por el corazón”
-Marcel Proust-
El poco atractivo de las ojeras
Salvo contadas excepciones, si un joven quiere vivir fuera del domicilio familiar y hacer frente a los gastos que demanda este tipo de independencia, las estadísticas dicen que tiene que trabajar muchas horas. Salvo en trabajos contados, el precio por hora es bajo, los alquileres altos, la electricidad y la calefacción un lujo y las vacaciones, ¿vacaciones?
Esto hace que las preocupaciones crezcan, las horas de sueño mengüen y el tiempo que tenemos para las relaciones lo gastemos en mensajes concentrados de voz y letras a través del teléfono. Esto puede valer para un rato, el mismo que dura la inercia inicial, hasta que dos personas se levantan de la misma cama igual que lo harían dos desconocidos. Con la misma ilusión, con el mismo desapego.
Vivimos más años, pero somos atractivos durante menos. Contamos con botox, pero no encontramos la alegría. Esa que genera sonrisas y que alimenta la generosidad que produce otras. Damos una imagen en la red y convivimos con otra que se le pareció, porque si somos sinceros tendríamos que reconocer que cuando pusimos en gesto en la foto ya engañábamos.
Amar en tiempos difíciles
Así, el amor tiene que hacer un ejercicio de supervivencia, porque no es ajeno a este ritmo de vida que impone nuestro entorno. Sufre con los nuevos canales de comunicación porque un “te quiero con emoticono” nunca será lo mismo que “uno de palabra con un bonito ramo de rosas y una mirada”. Un paseo por el parque con frutos secos e ilusiones nunca será lo mismo que una cena por Skype rezando porque no falle la señal.
Si los medios con los que cuidamos el amor son mucho peores, es normal que el amor ahora sea más frágil, aguante menos y lo golpeemos más.
Nos rendimos antes porque predecimos que el otro también lo puede hacer. Vamos haciendo las maletas antes de cortar la relación porque no nos sobran los recursos para seguir depositándolos en una promesa improbable. Somos conscientes, más que nunca, de la mortalidad del amor y de las consecuencias de su fracaso.
No nos damos la oportunidad de probarlo porque no podemos permitirnos que nuestra rutina se derrumbe un día en caso de que falle. Algo que nos afecta tanto, cuando tenemos muchas cosas que ya nos afectan poco, no es consentible.
La realidad ya es demasiado inestable para confiar en que un desconocido atractivo pueda tener lunares en su cuerpo que un día recordemos de memoria.
Así, amar hoy es complicado. Los obstáculos son muchos más grandes que antes, por mucho que a los amantes no les permitieran verse a solas o por mucho que las caricias en público fueran fuente de censura. Así, hemos matado a un monstruo para crear otro más poderoso y que da más miedo. De esta manera quizás hayamos evolucionado en muchos aspectos, pero los cierto es que los tiempos actuales son tiempos más revueltos que nunca para el amor.