El amor no sabe de tallas, lo que ajusta es el corazón
En el amor lo que ajusta es el corazón y los valores, lo que de verdad importa es lo que la pareja quiera y no lo que el mundo opine. A nadie le incumbe que nos llevemos tantos años, que tú vengas de Mali y yo de Polonia o que tú seas alta y yo bajo, o tú delgado y yo no… Porque no, la pasión no sabe de tallas ni tiene tiempo para las miradas que nos juzguen.
Admitámoslo, vivimos en una realidad social donde lo diferente incomoda, donde quien osa salirse del patrón o de lo que es normativo o esperable es señalado al instante con el dedo.
Estamos moldeados por una sociedad que aún murmura por lo bajo cuando en una pareja es ella la de mayor edad, vivimos en un mundo donde esa joven feliz y sonriente que va cogida de la mano de un hombre más mayor es vista como alguien que lejos de sentir amor, lo que alberga su corazón es interés.
“Amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar los dos en la misma dirección”
-Antoine de Saint-Exúpery-
No todos son capaces de intuir que esas dos personas que pasean con las manos entrelazadas, a diferencia de algunos que los critican a sus espaldas (normalmente para hacerlo de frente no hay el valor suficiente), lo único que sienten es felicidad.
No importa que uno sea alto y el otro bajo, que sean del mismo sexo o que uno pese 100 kilos y el otro la mitad… Esa pareja avanza por la calle como un rompehielos en el Mar del Norte de los convencionalismos, dejando el iceberg de los prejuicios a los lados.
Así es al menos como debería ser.
Un amor valiente, un amor al que no le importan los prejuicios
Mildred y Richard Loving se enamoraron perdidamente cuando ella tenía 11 años y él 17. Eran muy jóvenes, no hay duda, pero ese no era ni mucho menos el mayor de sus problemas. Eran los años 50, estamos en Virginia y ella es hija de un afroamericano y una india de la tribu rappahannock.
Richard, por su parte, tiene ascendencia Europea. En aquella época regia la Racial Integrity Act, una de las leyes más vergonzosas y que distinguía socialmente a las personas entre blancos y gente “de color” y que prohibía el matrimonio entre ellos. En caso de hacerlo, solo cabían dos opciones: la cárcel o la expulsión de Estados Unidos.
Ahora bien, nada de esto puso muros al amor de nuestra pareja. En 1958, cuando Mildred cumplió los 18 decidieron casarse, sin embargo, un año después, cuando ella estaba embarazada, un vecino les denunció y fueron separados. Richard Loving fue ingresado en la cárcel.
No fue hasta 1964, cuando Mildred Loving, desesperada ante esa situación, decidió escribir una emotiva y valiente carta a Robert Kennedy, quien la puso en contacto con la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU).
Tres años después, en 1967, el caso Loving supuso un hito en el triunfo de los derechos sociales. El Tribunal Supremo dictaminó que “la libertad de elegir casarse no puede ser restringida por una odiosa discriminación racial”
Ahora bien, si hay algo que sin duda nos asombra de esta historia es que tenga solo 50 años y que este tipo de avances, como es el caso también de la legalización del matrimonio entre miembros del mismo sexo, sean hitos tan complejos de conseguir y tengan a sus espaldas historias verdaderamente dramáticas.
Sin embargo, y aunque nos cueste de creer, tal y como nos dicen muchos estudios, tanto las parejas interraciales como las del mismo sexo son las que más siguen sufriendo nuestros prejucios y el peso de esas miradas que a menudo, juzgan en silencio.
El corazón es quien hace invisibles las diferencias en una relación
El amor es mucho más que lo que Antoine de Saint-Exúpery nos dijo en el Principito. No se trata solo de que ambos miremos en una misma dirección, también hace falta mirarnos a los ojos cada día para nutrir nuestra “conciencia de pareja”, para invertir en las conocidas cuatro “C” que definen la relación afectiva fuerte y feliz: compromiso, cooperación, comunicación y comunidad – o intimidad.
Es a través de estas dimensiones donde la pareja halla su fuerza para alcanzar esa velocidad de crucero donde romper la barrera social de la crítica y el prejuicio.
Porque si hay algo realmente trágico, algo que lamentaremos cuando nos llegue el momento de dejar este mundo es no haber sido valientes, es no haber amado cuando pudimos y debimos, cuando se dio esa oportunidad que rara vez vuelve a repetirse.
El corazón debe ser valiente y hacer invisibles tanto las diferencias como las críticas de nuestro entorno. Nunca seremos demasiado mayores para amar de nuevo, aunque nuestros hijos nos digan aquello de “a tu edad eso ya no tiene sentido”. No dejaremos escapar a ese chico o chica del instituto o la universidad solo porque nuestros amigos nos digan aquello de “es raro, está gordo o ese no es para ti”.
Solo nosotros sabemos lo que se ajusta a nuestro corazón, lo que da calor a nuestra piel, lo que abriga nuestra alma y lo que da música a nuestras sonrisas. Avancemos por esta sociedad con nuestros amores de la mano como rompehielos en en mar de la hipocresía, como cometas de colores que no necesitan viento para volar…