¿Los animales pueden tener depresión?
Esta enfermedad, tan invisibilizada durante años en humanos, empieza a normalizarse. Por tanto, solo era cuestión de tiempo que apareciera la pregunta de si los animales pueden padecer depresión. Parece ser ser que sí, existen pruebas de que los animales pueden deprimirse. Los estudios, centrados inicialmente en grandes simios en cautividad, se van generalizando más a otras especies.
Curiosamente, los potenciales agentes depresores en un animal son muy parecidos a las que se encuentran en la especie humana. Encontrarás muchos datos en este artículo que quizás te resulten un tanto familiares.
¿Los animales pueden tener depresión?
El hecho de que los investigadores comenzaran a interesarse por esta cuestión proviene directamente de las observaciones de grandes simios encerrados. Los signos de tristeza y apatía que mostraban eran demasiado parecidos a los de los humanos para pasarlos por alto.
Los animales no humanos, a pesar de no ser capaces de comunicarse verbalmente como nosotros, muestran la depresión de otras maneras igualmente indicativas. Algunos de los signos de depresión más comunes en otras especies son las siguientes:
- Anhedonia: incapacidad para disfrutar, manifestada normalmente con conductas como ausencia de juego, descenso de la actividad sexual o muestras directas de tristeza -como el llanto de los perros o las lágrimas de los elefantes-.
- Anorexia: pérdida de apetito. La mayoría de animales sumidos en estados profundos de tristeza suelen dejar de comer.
- Conductas anormales: estereotipias, autolesiones u otros comportamientos. Estas conductas son un claro indicativo de depresión, sobre todo en mamíferos.
Más adelante, estas señales se fueron estudiando en otras especies, con un resultado sorprendente y, a la vez, esperable: los animales pueden tener depresión. Además, no solo los más parecidos al humano o mentalmente avanzados, sino que se han encontrado correlatos en otras más alejadas, como los peces.
Razones por las que los animales pueden tener depresión
Como mamíferos sociales que somos, nos resulta más fácil empatizar con aquellos parecidos a nosotros, ya que los mecanismos cerebrales que regulan las emociones básicas -alegría, miedo, tristeza, ira y asco- son los mismos para todos.
Sucesos traumáticos
La muerte de un familiar, momentos de intenso terror o maltrato son eventos en la vida de un animal -humano o no- que pueden crear ese estado de intensa tristeza.
El caso de la chimpancé Flint, estudiado por la primatóloga Jane Goodall, es famoso por ser de los primeros que evidenció un duelo patológico en primates no humanos. Flint se deprimió tanto tras la muerte de su madre que dejó de comer hasta morir.
Privación de libertad
El cautiverio ha demostrado ser uno de los desencadenantes de depresión y otros trastornos de la conducta más comunes en animales.
Los signos de depresión en seres vivos encerrados están tan extendidos que el debate ético sobre núcleos zoológicos, circos, venta de animales y explotaciones industriales parece no tener fin.
Abuso y maltrato
En los tiempos que corren, la imagen del perro encadenado despierta respuestas de rabia y compasión. Con ellas, se consigue un efecto de empatía porque las señales de su tristeza son, a menudo, similares a las nuestras.
La experiencia directa de agresiones continuadas, abandono o privación de estímulos son causa de depresión en casi cualquier especie.
La tendencia natural del ser humano a sentir rechazo cuando es testigo de violencia directa ha ayudado a muchos investigadores a ahondar en esta cuestión.
Un poco más de empatía…
El estudio de la mente animal es un camino que nuestra especie acaba de empezar a recorrer. Mientras que algunas cosas se hacen evidentes a los ojos —como una vaca gritando durante días cuando se llevan a su ternero—, otras no lo son tanto. El equilibrio entre la empatía y la prudencia no es fácil de encontrar.
La interpretación generalista se debe a que es fácil empatizar con vertebrados cuando se trata de eventos como la muerte de un familiar o el encierro. Sin embargo, según nos alejamos de nuestra rama filogenética, aparecen cada vez más especificaciones que requieren de cautela a la hora de hacer afirmaciones sobre la depresión.
La parte buena de todo esto es que la investigación sobre el comportamiento animal es cada vez más amplia de miras y más exhaustiva. Tanto lo que nos une como lo que nos separa de otros seres vivientes se va entrelazando en una maravillosa complejidad que promete dar respuestas a todo.
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