Castillos en el aire, ruinas en el suelo
No se puede vivir sin ilusión, pero tampoco es posible vivir solamente de ella. Tener sueños es tener un motor, un impulso para seguir adelante. Los sueños son como estrellas guía, que brillan y nos indican el camino. Los sueños se traducen en proyectos y los proyectos en planes. Así, lo que en un momento dado es un sueño, con paciencia y perseverancia se convierte en realidad.
El problema está en que algunas personas se instalan en la ilusión, pero hacen muy poco para convertirla en realidad. Y si lo hacen, emplean una metodología equivocada que les impide concretar esos objetivos que anhelan con tanta fogosidad.
“¡Qué poco cuesta construir castillos en el aire y qué cara es su destrucción!”
-François Mauriac-
Hacer castillos en el aire es diseñar en la imaginación ese estado al que se quiere llegar. Todos lo hacemos alguna vez: cuando nos enamoramos y nos visualizamos tomados de la mano con esa persona en edades otoñales. Cuando vamos a nuestro primer día de trabajo y se nos pasa por la mente el ascenso que vamos a recibir. Cuando iniciamos un ahorro y aparecen las fantasías de nosotros mismos gastando grandes sumas de dinero en una playa paradisíaca.
Es muy normal hacer castillos en el aire y habitar en ellos durante un rato. Hasta ahí, todo muy bien. Pero, ¿qué pasa cuando nos instalamos en esos castillos y ya no queremos salir de ahí?, ¿cuándo a todos esos grandes sueños solo les corresponde una cruda realidad, muy diferente, y de la cual no nos ocupamos?
La construcción de los castillos en el aire
No es necesario estar en función de grandes logros para vivir en un castillo en el aire. Lo que define estas construcciones imaginarias no es su tamaño, sino su irrealidad. Se puede, por ejemplo, simplemente habitar la fantasía de conseguir una pareja maravillosa, tipo “redentor” de la existencia.
¿Quién no ha soñado con ello?, ¿quién no ha querido alguna vez que aparezca esa persona especial, totalmente diferente a las demás, y que nos lleve a ese estado de “felicidad” con el que siempre hemos soñado?, ¿quién no ha pensado alguna vez que en verdad existe aquello de “vivieron felices para siempre”?
En el mundo contemporáneo campean algunas fantasías a las que muchos no quieren renunciar. Una de ellas es la fantasía del “amor-redentor”, a la que nos referimos. Pero además, también florecen ideales en torno al dinero, al éxito, a la fama, a la felicidad, al consumo.
Muchas personas, en mayor o menor medida, suponen que “la felicidad” está en ese ideal de vida que tanto se promueve: pareja estable y maravillosa, trabajo prometedor y exultante, consumo libre y amplio, reconocimiento social a toda prueba, tranquilidad constante.
Aunque en realidad no conozcamos a nadie que haya logrado todo eso, suponemos que en verdad sí hay muchos que viven así. Que los demás están muy bien y que somos nosotros los que no hemos tenido la buena fortuna de alcanzar todos esos ideales de vida. Tal vez por nuestra familia disfuncional, o por nuestra inseguridad, o por la mala suerte simplemente.
Los castillos en el aire no se derrumban: desaparecen
Si algo define al neurótico es precisamente esa convicción de que los demás están bien y que solo él tiene problemas. Que las carencias, contradicciones y paradojas de la vida son algo que se puede resolver para siempre, con un poco de esfuerzo y dedicación. No les parece posible que los errores, vacíos y fracturas en las relaciones sean factores que componen, de forma natural, la vida de todos. No. Según ellos, todo eso podría superarse.
Por eso el neurótico anda obsesionado en busca de “la receta para la felicidad”. A veces le parece que la encuentra en la religión, en un libro de autoayuda, o en la práctica de alguna forma de filosofía de superación.
El castillo en el aire donde habita el neurótico es el ideal de un mundo plenamente armónico. Por eso mismo pasa la vida de desilusión en desilusión.
Cuando se dan cuenta de que su princesa rosada, o su príncipe azul, no son la redención, sino un problema irresoluble. Alguien que no les quiere, ni les corresponde a su afecto 100% y en todo momento. Alguien que se equivoca y se saca los mocos, cuando otros no lo ven.
Cuando el trabajo no les convierte en millonarios y no reciben una estrellita dorada cada vez que lo hacen bien. Cuando a fin de mes, las cuentas les hacen pensar que deberían ganar más y que, en realidad, para tanto que ofrece el mercado, no hay dinero que alcance.
Cuando un cuerpo atlético con músculos bien tonificados produce alegrías más bien pasajeras. Cuando, finalmente, se dan cuenta de que el dolor físico y emocional es algo con lo que todos los seres humanos debemos lidiar, sin importar lo bellos que seamos, ni los reconocimientos que hayamos obtenido, ni el mucho esfuerzo que pusimos en lograr el éxito.
Quizás seríamos mucho más felices si entendiéramos que la felicidad misma es un concepto muy relativo. Que no existe un estado de plenitud absoluta y que si a veces logramos experimentar una dicha completa, ésta dura poco. Que es lindo soñar la perfección, pero más lindo aún no perder de vista que se trata de un ideal, por lo mismo, inalcanzable.
Si no renunciamos a vivir en esos castillos en el aire, lo más probable es que nos sintamos constantemente desdichados. Desilusionados al no lograr materializar esas fantasías imposibles. Sentiremos que lo nuestro son solamente ruinas y vamos a perder de vista que en realidad, la gran maravilla de la existencia es saber que aún con limitaciones, siempre se puede lograr ser un poco mejor.
Imágenes cortesía de Catrin Welz-Stein