Cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo
¿Cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo? Pocas preguntas son más complejas de responder, pocos sufrimientos son más descarnados (e innaturales) que esa travesía por la que se ven obligados a transitar muchas madres y muchos padres. Incomprensión, rabia, confusión, rechazo, desesperación… Las emociones que emergen en estas experiencias son tan afiladas como traumáticas. Nadie sale indemne de estas vivencias tan adversas.
Queda claro, que la vida ya no vuelve a ser la misma tras este tipo de pérdida. Son muertes a menudo inesperadas, de esas que violan el orden de las cosas y que uno nunca pudo haber imaginado. Y sin embargo suceden a diario.
Nadie está preparado para una experiencia similar y por ello, desde el campo psicológico, sabemos que este es uno de los duelos más complicados. El riesgo de derivar en algún tipo de trastorno es frecuente, hasta el punto de que en muchos casos pueden surgir incluso problemas de salud.
Algo que debemos saber es que ese fallecimiento no se va a olvidar. Ese vacío siempre estará presente. Sin embargo, podemos integrar ese hecho para que duela mucho menos, para que nos permita respirar de nuevo y, sobre todo, volver a vivir dando paso a otra etapa.
“Cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre”.
-Gabriel García Márquez-
Así es cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo
Cada pérdida de un hijo es única. En los últimos años, por ejemplo, ya se ha empezado a visibilizar un tipo de sufrimiento olvidado históricamente, como son las pérdidas perinatales. El fallecimiento de un hijo durante la gestación y no llegado a término también puede ser traumático. Asimismo, también se vive de un modo particular la vivencia del hijo que enferma y que, finalmente, nos acaba dejando.
Niños de pocos años, adolescentes o adultos jóvenes que pierden la vida de manera temprana; cada duelo por la muerte de un hijo es diferente y muy personal. A menudo, ni siquiera los propios padres lo viven de igual manera y esto puede ser motivo de distancia entre la propia pareja ,en ocasiones.
Son muchos los factores que trazan, perfilan y erosionan este tipo de realidades. Veamos por tanto cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo.
Una pérdida que siempre pasa factura física y psicológicamente
El trauma emocional por la pérdida de un hijo es intenso y a menudo perdurable. Es muy común que se desencadenen diferentes problemas psicológicos como depresión, ansiedad, sensación de culpabilidad e incluso pensamientos suicidas.
Los meses posteriores a la propia pérdida son decisivos, de ahí la importancia de recibir ayuda especializada. Hay profesionales que nos pueden acompañar por este periodo con mayor templanza.
Por otro lado, hay un hecho que debemos considerar. El impacto por la muerte de un hijo es más grave en padres de edad avanzada. Estudios como los realizados en la Universidad de Tel Aviv (Israel) indican que, aunque los resultados aún no son del todo concluyentes, se intuye que estas experiencias pueden reducir la esperanza de vida de los padres, sobre todo, si son ancianos.
Hay que redefinir el significado de la vida
Si nos preguntamos cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo, hay un hecho que lo explica. La vida deja de tener sentido, finalidad, consistencia. Todo se derrumba después de la pérdida de ese ser que se nos va de manera innatural, inesperada. Los propios proyectos, las perspectivas de futuro e incluso el presente se difuminan y se derrumban.
De ese modo, algo a lo que están obligados los padres es a redefinir sus propósitos y hallar nuevos significados. Este es un proceso lento, delicado y con numerosos altibajos. No obstante, al final llega un momento en que el dolor deja de ser ese epicentro existencial y nos permite de nuevo orientar la mirada y el corazón a nuevas metas. Pero sin perder el amor por quien ya no está.
Debemos “decidir” cómo recordar al hijo perdido
La experiencia de la muerte de un hijo suele vivirse con sentimiento de culpa. Es común que los padres sientan que podrían haber hecho más, que ciertas cosas sucedidas fueron responsabilidad suya, etc. Este enfoque mental no ayuda, sino que cronifica aún más el duelo.
Aunque suene contradictorio, debemos decidir cómo recordar a esa persona amada. Tenemos dos opciones: alimentar el recuerdo focalizado en el dolor, en el sufrimiento, en las imágenes de sus últimos días o hacerlo de otro modo. Lo más adecuado es honrar el recuerdo de nuestro hijo. La mente debe hallar refugio en los mejores momentos de ese niño o ese joven.
Sus aficiones, sus gustos, pasiones y logros deben ser esos asientos en los que reposar el corazón para apagar el dolor. Un recuerdo que se focaliza en lo mejor de quien ya no está nos permitirá vivir mejor.
Cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo: aprender a vivir con la tristeza sin descuidar a los demás
La herida por la muerte de un hijo no se cura, la realidad es esa; pero se asimila y podemos aprender a vivir con dicha pérdida. Bien es cierto que nadie está preparado para ello, que la propia sociedad ni siquiera tiene nombre para quien pierde a esa persona a quien se ha dado a luz o ha criado con un amor incombustible. Quien pierde a su cónyuge es viudo o viuda, pero… ¿qué hay con este tipo de fallecimientos tan fuera de lo común?
Son muchos los que improvisan, los que intentan resistir a la desesperada, conviviendo con la tristeza y transitando el duelo a su manera. Lo más decisivo, a pesar de la dureza de la experiencia, es no olvidar a quienes nos rodean. Si hay más hijos es necesario focalizarnos en ellos. No podemos descuidar a la pareja y aún menos, a nosotros mismos.
Recuperarse, fortalecer el ánimo y hallar nuevos significados existenciales es clave para poder seguir viviendo…
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