¿Cómo es la mente de un intolerante?
La ciencia sigue tratando de hacer un perfil completo de la mente de un intolerante. Hay varios tipos de intolerancia: política, religiosa, cultural, racial, a la diversidad sexual, etc. Sin embargo, a través de este artículo queremos mostrarte los patrones y rasgos principales que muestran las personas intolerantes en cuanto a emociones, pensamientos, acciones y relaciones sociales.
Hoy en día atisbamos un repunte de la intolerancia en todos los órdenes. Los expertos se preguntan por qué, pero nosotros vamos a tratar de aproximarnos a una explicación. Podemos ser testigos de la intolerancia en nuestro día a día. Por ejemplo:
- La creciente polarización política.
- Los comentarios que se hacen en redes sociales como Facebook, Twitter, YouTube…
- Las noticias están plagadas de sucesos que tienen su origen en la intolerancia.
- En nuestras relaciones con los demás, sobre todo en las conversaciones, cada vez podemos ver actitudes más intolerantes.
Pero, ¿cómo es esto posible? ¿Cómo es posible que una sociedad que propugna la tolerancia como uno de sus pilares fundamentales esté cayendo en este peligroso vicio? Ahora lo veremos.
En la mente de un intolerante
La ciencia aún está tratando de establecer un consenso en cuanto al perfil psicológico de una persona intolerante. Sin embargo, existen algunos rasgos y patrones muy salientes que son característicos de la mayoría de estas personas.
Pensamiento dicotómico
El psiquiatra estadounidense Aaron Beck, ya en los años 60, nos habló de un tipo de pensamiento inmaduro y empobrecedor de la experiencia personal, el pensamiento dicotómico.
Este tipo de pensamiento es característico porque en él se establecen dos categorías elementales de juicio que son mutuamente excluyentes entre sí, obviando los puntos intermedios:
- “Si no estás conmigo, estás contra mí”.
- “Esto es blanco o negro”.
- “Si no eres mi amigo, eres mi enemigo”.
- “Para hacer algo mal, no lo hago”.
- “Si no piensas como yo, eres mala persona”.
- Etc.
Sesgo del falso consenso
Es un tipo de error cognitivo por el que una persona piensa que sus ideas, valores, actitudes y creencias son compartidas por una mayoría de la población. Por este motivo, muchos radicales, extremistas o intolerantes piensan que sus opiniones las comparten una mayoría de la población.
Este sesgo puede actuar en combinación con el pensamiento dicotómico. Así, esa mayoría que comparte la propia opinión, serían los buenos, frente a una minoría que serían los malos (fachas, homófobos, islamófobos, rojos, perroflautas, etc.). Por desgracia, a todos nos suenan estas acepciones.
La mente de un intolerante está llena de prejuicios
Los prejuicios se refieren al proceso mediante el cual elaboramos precipitadamente un juicio sobre una situación, persona o lugar. Este proceso se hace en muy pocos segundos y, pese a su papel relevante para la supervivencia, omite gran cantidad de datos e información valiosa.
Las personas intolerantes son víctimas de sus prejuicios, que son incapaces de cambiar. Estos abarcarían desde la forma de pensar, la tendencia política, la forma de vestir, el color de piel, la tendencia sexual, etc.
Para estas personas, por ejemplo, si ven a alguien que lleva una bandera de España en su ropa o una pulsera con los colores de la bandera rojigualda, sería automáticamente un facha (término coloquial que se refiere a fascista). Una persona merecedora de todo el oprobio o vilipendio imaginables.
Narcisismo y falta de empatía
La creencia de que las propias opiniones, creencias, valores y comportamientos son mejores por el simple hecho de que uno mismo las tenga. Estas personas suelen verse como superiores al resto y merecedoras de un trato especial. Por lo tanto, pondrán en primer lugar a su persona en perjuicio de los demás. Cuando esto se produce, existe una falta de empatía evidente.
De esta manera, la persona narcisista ni puede ni quiere ponerse en el lugar de otros. No comprende los procesos que llevan a otros a dejar al un lado sus intereses para pensar en los de otras personas. Así, verían a las personas que mantienen opiniones, creencias y valores diferentes a las suyos como inferiores en el plano personal, social, intelectual y humano.
Inmadurez y poca tolerancia a la frustración
Hay quienes se enorgullecen de su propia tolerancia y son los más intolerantes. Con razón dice ese viejo refrán español: “dime de qué presumes y te diré de lo que careces“. Por el contrario, hay otros que abiertamente se definen como intolerantes. ¿Cuál es el límite de la tolerancia? ¿Podemos tolerar a personas con pensamientos extremistas religiosos o políticos?
En cualquier caso, este tipo de personas, simplemente no conciben cómo otros pueden tener ideas diferentes a las suyas. En muchos casos, al que piensa diferente se le considera enfermo, desviado o mala persona.
Es lo que pasó, por ejemplo en la Unión Soviética o en la Alemania Nazi. Los comunistas soviéticos utilizaron lo que se llamó “psicopatologización del adversario”. No podían concebir que alguien fuera disidente del sistema comunista y, por ello, lo internaban en gulags para su reeducación.
Este rasgo va unido a una baja tolerancia a la frustración. Es decir, al no concebir o no entender cómo alguien piensa diferente, se frustran y en seguida caen en el ataque personal o en utilizar argumentos ad hominem.
La teoría de la falsa superioridad moral, clave en la mente de un intolerante
En la actualidad, hay personas que, por defender determinadas ideologías, creen que sus argumentos son superiores a los que soportan o amparan posiciones contrarias, debido precisamente a su adscripción a esa ideología que, a priori, es dominante en la sociedad (recordemos el sesgo del falso consenso). Por esta razón, hay quienes se creen en posesión de la verdad y el bien porque defienden ideologías que, por ejemplo, dicen representar a los trabajadores, las mujeres, los homosexuales, etc.
Las ideologías, como las asociaciones y otras entidades pueden representar a parte de un colectivo, pero no al colectivo total de individuos. Siempre hay opiniones dispares, formas de pensar y vivir diferentes, y no todos se adscriben a un movimiento concreto solo por el mero hecho de decir que ese movimiento les representa. Parece fácil de comprender, pero para la mente del intolerante no lo es, pues no concibe la disidencia.
En conclusión, hoy en día existen multitud de formas de pensar, de vivir, de amar y de sentir. No hay que imponerles a las personas cómo deben amar, qué historia deben estudiar o qué libros leer.
En cuanto a la ley, esta nos garantiza la igualdad de todos, el hecho de que personas muy diferentes podamos convivir las unas con las otras sin discriminación y abiertos a opiniones y formas de vida diferentes. Esto hace avanzar a la sociedad, no la imposición ni el totalitarismo.
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