Cómo nos influyen las expectativas de los demás
Las expectativas de los demás suponen, en muchos casos, la pérdida de la originalidad y la personalidad del individuo que las sufre. Además, en función de la etapa de la vida en la que se encuentre, las expectativas lo afectarán de una forma u otra.
Las expectativas son ideas preconcebidas que nos ayudan a manejar la ingente cantidad de datos a la que estamos expuestos. Es decir, nos ayudan a comprender mejor el ambiente que nos rodea, soportando mejor la incertidumbre de no conocer todos los detalles para tomar decisiones.
Asimismo, las expectativas nos ayudan a mantener la estabilidad emocional, ya que nos proporcionan la información necesaria para saber cómo debemos adelantarnos a los acontecimientos que pueden suceder. En ese sentido, las expectativas son realmente útiles, pero debemos aceptar que no tienen por qué ser reales. De este modo, no siempre se cumplirán, y no debemos sentir fracaso por ello.
Las expectativas de los demás pueden influirnos de tal modo que lleguemos a perder nuestra originalidad.
¿Por qué formamos expectativas?
Las expectativas son útiles para entender el mundo que nos rodea e integrarnos en él. Somos, en gran medida, el resultado de un moldeamiento continuo desde nuestra infancia. De hecho, ese moldeamiento se ha producido tomando como referencia a progenitores, cuidadores, maestros, amigos y más gente que nos acompaña en nuestro camino durante la vida.
Somos lo que todas estas personas quieren que seamos, porque la adaptación al medio es garantía de supervivencia. Como seres sociales, los humanos necesitamos convivir en armonía con los demás, y los cambios de conducta ayudan a perpetuar este hecho.
De la misma forma, nosotros formamos expectativas con respecto a los demás, lo que no solo los ayuda a ellos a adaptarse, sino que nos permite dejar de adaptarnos para modificar a los demás. Esto se convierte en un juego paralelo de cambios, cuyos causantes van alternando.
Aceptación de la realidad
Todos tenemos una personalidad más o menos marcada, que nos afecta a nivel interno, interpersonal, y en otros muchos aspectos vitales. Esto significa que, por mucho que seamos conscientes de la dinámica de funcionamiento de las expectativas, no siempre nos convencerán los cambios que los demás desean ejecutar sobre nosotros. Es entonces cuando se pone en juego la fuerza de la personalidad.
Por ello, la realidad es que no podremos adaptarnos a todo el mundo, ya que no todas las personas esperan lo mismo de nosotros. En consecuencia, nos beneficiará aceptar una idea: no podremos agradar a todo el mundo. Al mismo tiempo, tampoco es nuestra obligación cumplir con las expectativas de los demás.
Los efectos de las expectativas
Podemos encontrarnos con una dificultad importante: las expectativas que no creemos cumplir o no cumpliremos vienen formadas por personas de las que depende nuestra estabilidad emocional, familiar, laboral… Si, por efecto Pigmalión, un jefe se forma una imagen negativa de un trabajador, actuará en consecuencia, aunque el empleado no tenga culpa de nada.
Por otro lado, si al comenzar una relación esperamos más de lo que realmente ocurrirá, es probable que esa relación no se desarrolle de forma saludable y positiva, y dé paso a frustraciones, reproches y otras emociones de valencia negativa.
En el ámbito de la educación, se ha demostrado que los alumnos que están bien considerados por los profesores gozan de ventajas en su formación: cuentan con mayor atención, reciben feedbacks con más frecuencia y, cuando cometen un error, tienen más oportunidades para repararlo.
¿Está en nuestras manos cambiar las expectativas de los demás?
Aunque es complicado, sí podemos influir en la imagen que los demás tienen de nosotros. Si esa imagen es negativa, podemos cambiar su forma de pensar con nuestra forma de actuar.
Con todo, no siempre es posible modificar las expectativas ajenas, por lo que lo mejor será destinar nuestros recursos a influir en las que generan las personas que no importan: la familia, los amigos, los compañeros del trabajo… De ellos depende, en gran medida, nuestra estabilidad.
Como seres humanos, los errores nos resultan más salientes que los aciertos, de manera que es fácil que nos formemos una imagen negativa de los demás. Es importante que tratemos de cambiar esa tendencia, ya que, al final, tenderemos a confirmar con nuestro comportamiento esa imagen que nos hemos formado. Así, si pensamos que la persona que tenemos delante es arisca, es más probable que nosotros nos comportemos así y que el otro termine confirmando nuestras expectativas.
Siempre que vigilemos la influencia de las expectativas, estaremos contribuyendo a la salud propia. Por otro lado, intenta reducir las expectativas negativas sobre los demás, sobre todo si son infundadas. Estarás contribuyendo, a su vez, a que los demás no tengan expectativas negativas sobre ti.