Cómo viví el divorcio de mis padres
Saber que tus padres han dejado de quererse puede ser muy duro. En mi casa siempre hemos sido una familia muy unida. Éramos un equipo que remaba “todos a una”, tanto en los momentos buenos como en los duros. Eso nunca fallaba.
Quizá te hayas dado cuenta de que hablo en pasado, porque ahora estamos separados. En este artículo voy a narrarte en primera persona cómo viví el divorcio de mis padres.
La separación de mis padres ocurrió en el peor de los momentos. Podría pensarse que todo momento en el que se produce el divorcio de nuestros padres es malo de por sí, pero es que en mi caso, y un mes antes de la separación, me enteré de que un familiar cercano había sido diagnosticado de un cáncer. Precisó de una cirugía de urgencia. Y además, poco tiempo antes, a mi abuela le había dado un ictus. Vamos, lo que viene a ser un annus horribilis, que significa ‘año horrible’ en latín.
El momento en que lo supe
Recuerdo amargamente el día en que mi padre le dijo a mi madre que su relación había llegado a su fin. Fue un 7 de enero. En multitud de países, el 6 de enero es el día de los reyes magos, una noche cargada de magia en la los reyes traen regalos a los más pequeños (y también a los mayores). Ese año, mi regalo de reyes fue un trozo de carbón envuelto en un fino papel que decía “adiós”. Fue un adiós a compartir más tiempo con mi padre, porque se fue de casa para no volver a entrar más.
Evito mirar cualquier teléfono móvil a excepción del mío propio. Esto para mí es una regla sagrada. Aunque siempre hay un “pero” y el mío fue que ese día en concreto sí lo hice: miré el móvil de mi padre. Podéis llamarlo casualidad o destino, pero en la mañana del 7 de enero de aquel año, miré un WhatsApp de mi padre y leí el mensaje que me quitó la respiración: “no aguanto más, hasta aquí hemos llegado”.
Le pregunté a mi padre, con esperanza, si existía la posibilidad de volver a intentarlo, pero la decisión ya estaba tomada.
Me costaba darle crédito a ese mensaje, así que decidí invitarle a tomar un café y le confesé que había fisgoneado su teléfono. Me contó que el mensaje que había leído era verídico y me volví a quedar sin respiración. Me sentí embargado por las emociones.
Le dije a mi padre que si él sentía que su relación con mamá ya no podía continuar, lo comprendía. Validé su decisión. Hacerlo fue muy duro, pero intuía que él necesitaba sentirse acompañado.
Me bloqueé
Imagina una botella de 1 litro. Intenta introducir 1 litro de agua ahora, ya, de repente. Es imposible. Se me habían juntado multitud de gotas que intentaban entrar a la vez en mi sistema de procesamiento: la recuperación del ictus de mi abuela, la enfermedad grave de un familiar, el examen de mi oposición en apenas unos días y, como colofón, el divorcio de mis padres.
Yo por entonces estaba preparando unas oposiciones muy duras para las que llevaba estudiando un año entero, y mi examen iba a ser unos pocos días después.
Cuando me enteré del divorcio de mis padres, me bloqueé. Mi cerebro estaba colapsado por la intensidad de las emociones que sentía. Hablarlo con mis padres me ayudó a entender las cosas y a moderar la intensidad de mis sentimientos.
Me costaba digerir la intensidad de información. La verdad es que mi vida había dado un cambio de 180 grados porque el divorcio de mis padres suponía aparcar la oposición y ponerme a trabajar más de lo que ya lo hacía. Afortunadamente, estuve muy acompañado en ese proceso.
Me presenté al examen, que se realizó apenas dos semanas después de saber que mis padres se iban a divorciar. A pesar de que la plaza se escapase de mis dedos, quedé en una buena posición. Y me siento profundamente orgulloso por ello.
Mi padre es una persona extraordinaria, como mi madre. Y aunque ya no se querían más, estuvieron compartiendo la misma vivienda hasta que cada nueva “unidad familiar” fuera capaz de sostenerse económicamente por sí sola.
¿Cómo es mi vida en la actualidad?
Actualmente, vivo con mi madre y con mi hermana. A mi padre lo veo todas las semanas y, además, nos trae bombones y pastas siempre que puede. Las cosas malas a veces implican otras cosas que son buenas y que actúan como contrapesos.
Una de las cosas que me ayudan mucho es comprender que todo proceso y todo problema, por muy intenso, largo o desagradable que sea, tiene su inicio y su final. Esta frase es uno de los faros de luz que me acompañan en mi camino, porque cuando crees que estás rodeado de multitud de problemas que te asedian y te impiden respirar, tener la certeza de que en algún momento van a cesar, da paz y otorga calma.
Ese 6 de enero se desvaneció un mito, se terminó una relación que fue construida durante más de 30 años. Pero no fue el final, sino el comienzo de una nueva etapa. A veces necesitamos repensar, cambiar y huir para volvernos a encontrar a nosotros mismos.
No he culpado ni a mi padre ni a mi madre. Me siento en paz con la decisión que tomaron mis padres, porque creo que ellos también se sienten así. Buscar culpables en un divorcio es algo habitual, pero inútil en mi opinión.
Cuando el deseo, el amor y el proyecto de una pareja se termina, por mucho que uno quiera no es posible “decidir desear” o “decidir amar”; es mejor terminar y dar paso a algo nuevo.
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- Palacios Gaona, C.A. &: Pérez Sarmiento, D.M. (2021). Divorcio y su repercusión en las relaciones familiares: una revisión bibliográfica. [Título profesional, Universidad Católica de Cuenca]. Repositorio digital de la Universidad Católica de Cuenca.
- Serrano, J. A. (2006). Impacto psicológico del divorcio sobre los niños [en línea]. Revista de Psicología, 2(3). Disponible en: https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/6130