Contra la automatización: pausa y belleza
En muchos casos, se ha comparado el procesamiento de la información que hacen los ordenadores con el procesamiento que hacen nuestros cerebros. Los dos sistemas cuentan con varias memorias en las que almacenan la información y con regiones específicas dedicadas a trabajar con ella. Por otro lado, la era digital -era de la tecnología- ha hecho que adoptemos algunos términos propios de la informática para referirnos a nuestra forma de trabajar.
Así, podemos decir que el ser humano ha entrado en la lógica de la automatización. De hecho, no solo ha entrado, sino que se ha dejado invadir por ella. ¿Qué significa esto? Que primero con el mercantilismo, luego con la industrialización y más recientemente con la era digital , hemos terminado mecanizando, simplificando y repitiendo procesos tantas veces, que la mayoría han terminado convirtiéndose en rutinas. Así, el reloj marca condicionales y nosotros respondemos como máquinas.
En el centro de esa transformación está el concepto de tiempo. Es una de las realidades que más se ha modificado, convirtiéndose prácticamente en el eje de la automatización. La consigna del ser humano a veces se parece demasiado a la de la máquina: producir más, en menos tiempo. “Aprovechar” al máximo el tiempo de producción. Ser más veloces en todo y disciplinar el tiempo. Todo ello equivale a lo que algunos llaman “eficacia” y “eficiencia”, dos grandes valores en el mundo actual.
“Ningún ordenador ha sido jamás diseñado para ser consciente de lo que está haciendo; pero la mayor parte del tiempo, nosotros tampoco lo somos”.
-Marvin Minsky-
La colonización del tiempo libre
Se supone que uno de los propósitos de la tecnología es liberar al hombre. Permitir que no invierta tanto tiempo en las tareas mecánicas y disponga de mayor cantidad de ratos libres. Sin embargo, la misma era digital ha diseñado espacios y dispositivos que, de un modo u otro, terminaron también invadiendo los ratos de descanso y ocio.
Primero fueron los medios masivos de comunicación. Irrumpieron en la sociedad como vías de entretenimiento y facilitadores para la circulación de información. La radio, o el cine, los primeros medios, no estaban ahí 24 horas, en todas partes. La televisión , en cambio, inauguró otra cultura. Convirtió a muchos seres humanos en consumidores pasivos de entretenimiento.
Con la era digital se consolidó la colonización del tiempo libre y con ella la automatización del ser humano. La realidad no es vista a través de una pantalla, sino que podemos interactuar con ella en ese mundo virtual, en cualquier momento y en cualquier lugar.
Muchas horas libres se le dedican a las redes sociales, o a ir de aquí para allá en el ciberespacio. El tiempo libre ya está también preformateado. Paralelamente, la doble moral promueve y proscribe las adicciones. La industria, legal e ilegal, genera una impresionante cantidad de dinero con el tiempo “libre” de la gente.
Contra la automatización, pausa y belleza
Cada vez somos menos pacientes. Menos capaces de involucrarnos en realidades que exijan trabajar con dificultades y contradicciones. El dejar que los procesos fluyan y que los conflictos se aborden y se resuelvan, va en contra de la automatización. En esta lo que importa es simplificar y alcanzar resultados observables tan pronto como sea posible. Esta nueva manera de reaccionar ante la realidad es efecto de esa pasión por la inmediatez, la velocidad y el deseo de llenar el tiempo de lo que sea.
Lo inmediato produce unos placeres y unas formas de felicidad con frecuencia pasajeras. Esta forma de experimentar la vida fácilmente nos conduce a estados ansiosos. Es como si “tragáramos” las experiencias, sin saborearlas. También una manera de incrementar el número de vivencias, disminuyendo la calidad de las mismas. Pausar y bajar el ritmo es una condición necesaria para superar la automatización, es decir, ese consumo frenético de experiencias.
La belleza es una de esas experiencias altamente gratificantes de la vida. Descubrir lo hermoso en una palabra, en un acto, en una idea, en una persona o en cualquier tipo de realidad llena de dicha. Sin embargo, lo bello no suele ser eso que se capta a primera vista. Todo lo contrario. Lo verdaderamente hermoso se toma su tiempo para manifestarse. A su vez, lo bello tiene un poder enorme: llena de vida.
La automatización se refleja en las rutinas y en todo aquello que se repite de forma incesante. Palabras, ideas, acciones, formas de hacer, etc. Su aspecto más negativo es que nos priva de experiencias genuinas y profundas. También aleja la posibilidad de mirar la realidad desde otro punto de vista. Nos lleva a actuar sin pensar ni sentir intensamente y, eventualmente, nos deprime o nos angustia.
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- Feenberg, A. (2005). Teoría crítica de la tecnología. Revista iberoamericana de ciencia tecnología y sociedad, 2(5), 109-123.