El corazón también tiene neuronas

El corazón también tiene neuronas
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 04 octubre, 2023

Aunque muchos no lo crean, el corazón también siente, piensa y decide. En él se concentran cerca de 40.000 neuronas y toda una red de neurotransmisores con unas funciones muy concretas que lo convierten, para nuestra admiración, en una extensión perfecta de nuestro cerebro.

Anne Maquier, matemática y fundadora del Instituto para el Desarrollo de la Persona de Quebec, nos presenta esta hipótesis en sus conferencias sobre la evolución de la conciencia. En ellas demuestra en base a sus estudios que el corazón puede tomar decisiones de manera independiente a nuestro cerebro.

Algo que resulta curioso es que, cuando queremos referirnos a nuestra propia persona, es común llevarnos la mano hacia el corazón. Es algo automático, casi instintivo, como si una voz misteriosa y atávica nos indicara que justo ahí se localiza el centro de nuestro auténtico ser, de nuestra conciencia.

“Los que de corazón se quieren, de corazón se hablan”

-Francisco de Quevedo-

Esa voz no se equivoca del todo: la neurociencia es una ciencia siempre fantástica y reveladora que ofrece luz hacia esos procesos que a veces  intuimos pero que no terminamos de entender. El corazón está íntimamente vinculado al cerebro, tanto, que de hecho está enviándole información de forma constante e incluso activando o inhibiendo diversas áreas cerebrales según ciertas necesidades.

Te gustará saber, por ejemplo, que emociones como el amor y su manifestación a través del cariño, la ternura o la necesidad y cuidado nacen de este complejo excepcional de células, nervios, energía y electricidad que conforman lo que somos: una ingeniería perfecta lista para interrelacionarse con su entorno y con sus semejantes.

Te proponemos reflexionar sobre ello, te animamos a ir más allá de la simple metáfora de que “también pensamos con el corazón” para comprender todas esas maravillas concentradas justo ahí, en el centro de tu pecho.

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Sí, el corazón también es un órgano inteligente

El corazón es un órgano emocionalmente inteligente. Parece, sin duda, una extraña redundancia e incluso una frase demasiado poética como para darle auténtica validez. Sin embargo, pensemos un momento en lo siguiente: cuando cultivamos emociones positivas caracterizadas por la calma, el equilibrio y una satisfacción plena y auténtica, la frecuencia cardíaca está en armonía. Es rítmica y perfecta.

Sin embargo, factores como el estrés, la ansiedad o el miedo rompen por completo este equilibrio. Sus ondas, despuntan de pronto en picos nada armoniosos e incluso peligrosos. El corazón sabe bien que las emociones nos ayudan a conectar con otras personas. De ahí, y solo como ejemplo, que sea este órgano el que se encargue de producir determinadas hormonas, como la ANF, encargada, entre otras funciones, de estimular la liberación de oxitocina, la hormona del cuidado, el cariño o el amor.

Annie Marquier es una conocida matemática e investigadora de la conciencia que nos recomienda lo siguiente: puesto que el corazón tiene cerca de 40.000 neuronas y se beneficia de los estados anímicos positivos y relajados, sería muy recomendable practicar en el día a día la contemplación, el silencio y la relajación como formas armónicas de conectar con nuestro entorno.

Pétalos con forma de corazón

 

Pensemos que el corazón es, a su vez, ese canal fantástico desde donde activamos una auténtica “inteligencia superior”, puesto que son las emociones positivas al fin y al cabo, las que refuerzan nuestra salud. De hecho, es el corazón el que  las regula también a través de una serie de hormonas.

A continuación, entenderemos un poco mejor cómo lo consigue.

Las tres conexiones del corazón

Señalábamos al inicio que el corazón dispone de un complejísimo sistema nervioso donde se concentran neurotransmisores, proteínas y células de apoyo. ¿Quiere decir esto que este órgano que nos da la vida es también un “sistema pensante”?

Casi. Más que un órgano racional es un órgano puramente sensitivo capaz de tomar decisiones por sí mismo en base a determinados estímulos. Lo más interesante de todo ello es que, tal y como nos explican los neurólogos y cardiólogos, el corazón puede actuar de forma independiente al propio cerebro. Aún más, incluso aprende a través de la experiencia.

Veamos cómo lo consigue a través de una serie de conexiones que establece con el cerebro.

“Para amar con intensidad, hay que tener paz en el corazón”

-Anónimo-

Primera conexión

Este dato nos invita sin duda a la reflexión. Del total de células que tiene el corazón, el 67% son células nerviosas. El corazón es el único órgano capaz de enviarle información de modo autónomo al cerebro en base a los estímulos orgánicos que recibe.

Segunda conexión

El corazón se encarga de la homeostasis. ¿Qué significa esto? Que entre sus múltiples y vitales funciones está también la de garantizar nuestro equilibrio emocional.

Lo consigue inhibiendo el estrés al priorizar la producción de hormonas, como la oxitocina. Así, el corazón actúa como una glándula endocrina más: de hecho se sospecha que podría trabajar “en equipo” con la amígdala.

Mujer con el corazón a la espalda

 

Tercera conexión

El corazón se caracteriza por tener una comunicación electromagnética muy potente. De hecho, es 5.000 veces superior al propio cerebro.

Ahora bien, su campo electromagnético varía en función de las emociones. Gracias a diferentes estudios, llevados a cabo en el Centro de Investigación HeartMath, se demostró que la calidad de nuestras emociones altera o regula el campo electromagnético que genera nuestro corazón.

Es algo sin duda fascinante, hasta tal punto que los científicos tienen muy claro un aspecto que todos hemos comprobado en primera persona: las emociones positivas generan una auténtica coherencia psicofisiológica.

Las personas somos, por tanto, un cúmulo maravilloso de energías, impulsos, sensaciones y percepciones guiadas por dos canales excepcionales: el cerebro y el corazón. Ahora bien, este último, no es solo la clásica “bomba” que hace posible la circulación sanguínea, también él da vida a eso que nos hace humanos: las emociones


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