Criticones, quejosos y rumiantes: ver la paja en el propio ojo y la viga en el ajeno
Es bastante frecuente que a las personas les resulte más sencillo quejarse y criticar las acciones de los demás que las suyas propias. Ahora bien, ¿de qué se quejan? ¿a qué o quienes critican? ¿para qué critican?, ¿cuál es la finalidad?
Las tendencias de criticar y quejarse suelen ser componentes de una inercia totalmente estructurada que forma parte de un estilo de vida en el que podemos distinguir diferentes variantes:
- Los criticones son una raza especial de humanos que tienen sistematizado señalar lo que falta tanto de los demás como de uno mismo.
- Los quejosos son primos hermanos de los criticones y en general se combinan y se potencian entre sí.
- Por último, los rumiantes vuelven una y otra vez a sus pensamientos, pensando y repensando las mismas imágenes o ideas. Algunos de ellos son explicitados como quejas y otros quedan afincados en la mente.
En general, estas actitudes son síntomas que surgen de forma espontánea y con los que la persona se halla tan consustanciada y acostumbrado que no tiene consciencia de que tal sistematización ha conformado un estilo personal.
De hecho, parte de su forma de pensar son un buen ejemplo de las profecías autocumplidas, ya que tanta queja provoca la adopción de una actitud negativa frente a la vida que termina construyendo situaciones en las que se confirman sus ideas negativas.
Por ejemplo, si yo pienso y pienso rumiantemente que cuando realice mi entrevista de trabajo voy a fracasar y que el evaluador pensará que no soy apto para ese cargo, entraré en escena tan tensionado y ansioso, mostrando tanta inseguridad, que lo más seguro es que finalmente no sea elegido. Y no solo eso, sino que tendré otra justificación más para quejarme, más allá de confirmar lo que suponía inicialmente.
Además, si un perfil de esta trilogía -criticones, quejosos y rumiantes- acompaña a algún trastorno, tendrá consecuencias negativas, ya que incrementará el malestar.
Así, si tengo gripe, dolor de cabeza, angustia, pánico, trastorno alimentario o espasmos gastrointestinales, desde el más simple hasta el más complejo, puede resultar un buen aval para quejarme y de esa manera incrementar mi malestar.
Construir libretos para quejarse
Los tres estilos -criticones, quejosos y rumiantes- tienen que tener un libreto, es decir, un prototipo de situaciones fallidas o que causen cierto malestar para rumiar, quejarse o criticar.
De hecho, a muchos de los sujetos de esta fauna les cuesta resolver el libreto porque se quedan sin texto para desarrollar cualquiera de las tres actitudes. Entonces, se resisten a modificar las situaciones problemáticas porque ¿ qué harían si no pudiesen criticar o quejarse? De esta forma, p erpetúan sus problemas para mantener su actitud.
Ahora bien, existen una serie de diferencias entre las quejas, las críticas y las rumiaciones que merece la pena tener en cuenta para su identificación:
- Mientras que las quejas y las críticas son explícitas, es decir, en voz alta; las rumias son mentales, esto es, se mastican en nuestra mente, y si se llegan a explicitar se transforman en quejas o críticas.
- Las quejas son más impersonales, si alguien se queja suele ser de sus propios defectos, y las críticas son más interactivas, se dirigen a otros, aunque también están aquellas que se dirigen a uno mismo y se conocen como autocríticas. No obstante, los tres aspectos se centran en aspectos negativos -los defectos- tanto propios como ajenos.
Como vemos, los criticones, quejosos y rumiantes suelen ser hábiles a la hora de identificar defectos por mínimos que sean y poseen un radar interno para ver la paja en el ojo ajeno, como dice el dicho popular; sobre todo, los criticones que no se conforman y ven hasta el tronco en el ojo ajeno.
Las personas hiperexigentes, que son expertos en señalar lo que falta, tienen un excelente libreto para quejarse o criticar, ya que cuando lo hacen matan dos pájaros de un tiro: ejercitan su sobrexigencia y aprovechan para quejarse.
Un detalle importante tiene que ver con la tendencia a la envidia por parte de los criticones. La envidia es un sentimiento oscuro y descalificante que opera a través de la crítica desmereciendo cualquier adelanto o logro del interlocutor, el cual es considerado como un enemigo al que hay que destruir con cara de mejor amigo.
Los criticones, quejosos y rumiantes, ante la opción de observar un vaso medio lleno o medio vacío, se especializan en identificar la parte que falta. Algo que resulta increíble, ya que teniendo la oportunidad de connotar de forma positiva la vida, se refugian en actitudes de crítica y queja con el objetivo de remarcar las cosas que se podrían haber hecho y no las que se llegaron a realizar, además de envidiar en lugar de admirar.
Sin embargo, no se trata de no observar lo negativo o lo que falta. Señalarlo posibilita también pulir acciones, rectificar errores y mejorar nuestros resultados. Nos referimos, en especial, a señalar lo negativo mediante el predominio de la queja y la crítica y crear así una forma de ver y construir la realidad que bloquea el cambio.
Quejarse o criticar bloquea la acción
La queja es un mecanismo que obtura la posibilidad de desarrollar una modificación en la acción. Mientras que las personas se quejan y critican, se posicionan mirando el problema y estancándose en él. De esta forma, incrementan la protesta inicial y se alejan cada vez más del camino hacia la solución.
Además, el siempre marcar lo que falta, lleva inevitablemente a la frustración: por más que se haga lo que se haga, se podría haber hecho un poco más o mejor.
Dicho de otra manera, un factor asociado a la que ja es la inacción, puesto que mientras el quejoso o el criticón expresan su mantra quejoso , las acciones son suplidas por el lamento. Y así, al no llevarse a acciones concretas que se traduzcan en soluciones, se produce un bloqueo que favorece el continuar quejándose, formándose un círculo vicioso eterno.
Como vemos, las críticas y las quejas son descalificantes, razón por la cual se encuentran en el extremo opuesto a la buena autoestima. Además, suelen generar repulsa por parte del entorno, ya que a nadie le gusta rodearse con gente que señala de forma permanente lo que no se hizo, no se tiene, lo que falta o el error.
Por otro lado, es cierto que es muy difícil hacer una crítica constructiva, ya que la crítica es crítica, marca lo que falta y descalifica. Porque no solo es importante el contenido de la crítica sino también la forma en la que se enuncia: su tonalidad, la cadencia, la expresividad del rostro, el movimiento de las manos y la expresión del cuerpo en general.
Unidos contenido y forma hacen una sinergia de la emisión quejosa o criticona que logra su objetivo: el rechazo (tanto a sí mismo como a los demás). Aunque muchos criticones utilizan la crítica para descalificar al otro y colocarse en un lugar de superioridad, para no sentirse tan patitos feos en las relaciones, ya que en la comparación siempre salen en desventaja, siempre se sienten menos.
Transformar la crítica en pedido
Muchas críticas, principalmente las que se dan en marcos afectivos como las relaciones de pareja o materno o paterno filiales, encubren pedidos. Es decir, se critica, pero en la esencia de la crítica se encuentra un pedido tácito.
Si el hijo adolescente grita a su madre: “¡ Nunca estás conmigo siempre estas ocupándote de otras cosas y no me escuchas!”. En realidad e stá diciendo: “ Mamá te quiero y necesito que estés mas conmigo”. O si el marido critica a su mujer: “¡ Siempre te acuestas temprano y no compartes nada conmigo!” , la traducción sería: “Me encantaría que estuvieras más conmigo un rato y pudiésemos conversar”.
Así, cuando se pide, se tienen que tener en cuenta las posibilidades y los recursos del otro, porque sino las peticiones estarán destinadas al fracaso. Al igual que no podemos pedir sandías a una lechuga o que un chico moreno y bajito sea rubio y alto, los pedidos deben estar basados en condiciones y posibilidades reales. De lo contrario, caemos en una trampa porque criticamos al otro cuando se realizan pedidos imposibles.
Por último, cuando critica, el criticón-quejoso, se coloca en una posición por arriba, ya que siempre emite la crítica desde una postura de perfección desde la que evalúa y juzga los actos de los demás. Esto hace sentir rabia al interlocutor.
Diferente resulta el acto de pedir, donde uno se ubica par y par al otro, inclusive a veces relacionalmente por debajo. Cuando uno pide valoriza al otro, lo hace sentir afectivamente importante. En la crítica se pasa factura, se descalifica al otro. Entonces má s vale pedir que criticar…