Cuando las tristezas nos persiguen como lobos feroces
A veces, las tristezas nos persiguen como lobos feroces, con sus fauces abiertas y sin tregua. Es muy fácil perderse por esos bosques de penumbra donde solo habita el recuerdo de lo perdido, de lo dejado atrás o nunca alcanzado. Somos criaturas con mentes errantes, presas fáciles para depredadores psicológicos como la angustia, la desesperación o la depresión.
Dicen que reír y pasar buenos instantes anestesia el dolor y hasta te hace olvidar. Nos insisten en que las tristezas se sanan en grata compañía y situando nuevas metas en nuestro horizonte. Sin embargo, aunque lo intentes con todas tus fuerzas, al final, hasta la luna se acostumbra cada noche a que la mires buscando respuestas que ni ella ni el tiempo pueden darte.
No es fácil desprenderse del rumor de las tristezas. Ojalá fueran como la mariposa que se detiene un instante en nuestra ropa y desaparece a los pocos segundos. Las penas son como pequeñas manadas de lobos capaces de devorarnos si no los detenemos, si no aprendemos a enfrentarnos a ellos. No es bueno huir de aquello que pide ser resuelto.
“La palabra “feliz” perdería su significado si no estuviera equilibrada por la tristeza”.
-Carl Jung-
Qué hacer cuándo las tristezas nos persiguen como lobos feroces
A veces, la vida deja de erizarte la piel y, en lugar de emocionarte, te encapsula en un territorio inhóspito. Pérdidas, rupturas, decepciones, sueños frustrados que se van por las alcantarillas… Todos sabemos a qué saben las esperanzas rotas y las astillas que dejan bajo la mente y el corazón. Es muy fácil quedar atrapado durante un tiempo en ese bosque de desconsuelos.
Todos sabemos también que, cuando las tristezas nos persiguen como lobos feroces, la vida ya no es igual. Sin embargo, en esta sociedad fóbica a las emociones se nos insta a volver rápido, muy rápido a nuestras obligaciones. La forma en que nos relacionamos y manejamos la tristeza tiene mucho que ver con cómo nos han educado y qué nos transmite la cultura.
Así, estudios como los realizados en la Universidad de Hawái, en Estados Unidos, por ejemplo, nos señalan que los asiáticos son menos propensos a utilizar estrategias de afrontamiento. En los países occidentales, tampoco somos especialmente hábiles. Muchas veces, ni siquiera conocemos el origen de la tristeza que nos ralentiza, que nos arrebata el ánimo y el impulso de la motivación.
Deja de escapar, no eres tan débil como crees
Queremos que nuestras heridas cicatricen lo antes posible, pero nos olvidamos de retirar antes la espina que causa dolor en su interior. Somos esas criaturas que corren, huyen y no desean mirar atrás, dejando infinitos nudos emocionales sin resolver. Asumámoslo, algo que también hacemos es etiquetarnos de débiles cuando las penas pesan en exceso.
La tristeza como tal no define ningún trastorno psicológico. Sin embargo, en ocasiones, junto a muchos más factores, puede ser cómplice de la depresión. Si reprimimos esta emoción y además nos tachamos -o nos tachan- de débiles, nos desconectaremos progresivamente de nuestro yo hasta quedar del todo vulnerables. Es entonces cuando seremos presa fácil para los lobos internos…
Deja de escapar, porque cuanto más huyes de lo que te duele, más te persigue lo que te preocupa y más grandes se vuelven tus depredadores internos.
La emoción sentida no te vuelve frágil, solo te alerta de algo que debes atender.
Cuando las tristezas nos persiguen como lobos feroces, date la vuelta
Cuando las tristezas nos persiguen como lobos feroces, quedamos agotados de tanto huir. Las fauces del desconsuelo, la soledad y el desánimo nos terminan consumiendo, bocado a bocado, día tras día. Es entonces cuando el mundo se difumina ante nuestros ojos y no vemos más que nuestros propios pensamientos. De hecho, estudios como los realizados en la Universidad de Beijing insisten en esto mismo.
La tristeza altera nuestra atención, dejamos de percibir las cosas con la misma agudeza visual. La razón de ello está en que el cerebro tiene la mirada puesta en el interior, en el bosque denso e intrincado de nuestras preocupaciones, penas e inquietudes. Si queremos emerger de este estado solo hay una opción: debemos atrevernos a acariciar a esos lobos feroces.
Debes darte la vuelta y mirar fijamente a esos supuestos enemigos de los que llevas tiempo escapando. Acude a una guarida plácida y allí conversa contigo y con esas criaturas de las que estás escapando.
Las tristezas que te persiguen solo quieren tu compañía y una larga conversación. Toma contacto con ellas, sin prisas, solo entonces comprenderás qué necesitas y qué cambios deberías promover.
Es momento de liderar la manada (dominio emocional)
Nuestra tendencia a huir de las tristezas sentidas es casi instintiva. En cuanto emergen, nos apresuramos en querer silenciarlas, en huir de ellas como quien escapa de su peor enemigo (o una manada de lobos). Es momento de entender que no hay nada patológico en esta dimensión.
La tristeza es una emoción adaptativa que nos impulsa a quedarnos quietos y centrarnos en nosotros mismos para reflexionar.
Esto explica el cansancio, el agotamiento… Ella solo quiere que te detengas y pienses en ti, que recuerdes tus significados vitales, que aceptes lo que no puedes cambiar y actúes ante aquello que sí puedes resolver o transformar. Ten presente que la vida no es inocua, tiene texturas, profundidad, aristas y hondonadas. No es fácil transitar por ella y las caídas son muy comunes.
No podemos levantarnos y caminar como si las heridas no estuvieran ahí. Así que es momento de liderar tu universo emocional asumiendo que habrá tristezas de las que nunca te desprenderás del todo. Pero aprenderás a vivir con ellas.
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