¿Cuántos de nosotros estamos muertos?
No vemos las cosas tal como son, sino tal como somos.
Estamos acostumbrados a vivir herméticamente en nuestros domicilios sin levantar la vista más que hacia las ventanas de nuestro alrededor. Y si carecemos de ventanas, perdemos rápidamente el interés por lo que nos espera afuera.
Dejamos de ilusionarnos por el afuera hasta el punto de no descorrer las cortinas, a cerrar las persianas hasta llegar al extremo de encender mucho más temprano que de costumbre la luz. A medida que la costumbre se apodera de nosotros, olvidamos la luz, el oxigeno, la inmensa amplitud que nos ofrece la vida, y despertamos sobresaltados porque se nos hace tarde aunque no sepamos muy bien para qué.
Y desayunamos con stress porque vamos retrasados, y para no perder un minuto leemos el periódico, en el metro, en el bus, en el tren, porque nos vuelve a escasear el tiempo. Y sin disponer de tiempo apenas comemos, y abandonamos nuestro trabajo prácticamente de noche, y nos dormimos en cualquier parte porque estamos cansados.
Y llegamos exhaustos para cenar y descansar sin haber disfrutado y pensando de nuevo en el próximo día pesado que llegara mañana. Estamos acostumbrados a sonreír sin esperar una sonrisa a cambio, a parecer invisibles cuando más necesitábamos ser ayudados, a valorar los triunfos de los demás, mientras de nuestra vida solo tenemos en cuenta los desengaños.
Inconscientemente convivimos mas con el “tener” que con el “disfrutar”. Hablar, escuchar, olvidar y perdonar no entra en nuestros planes porque nos supondría un desgaste y un tiempo que no estamos dispuestos a desperdiciar. Ahorramos en nuestro día a día, porque no vemos que estamos muertos.
Nos hemos olvidado, que los pequeños detalles pueden desmoronar los grandes esfuerzos, y que duele más el cómo, que el quién, el engaño, que la mentira, un “porque me da la gana”, que un “por supuesto”, y así llegamos a la conclusión de que lo único goloso que nos queda para seguir tirando, es aceptar que las apariencias engañan, porque es mejor no ver , estar dormidos, o acumular sueño atrasado. Nos hemos acostumbrado hasta respirar las flores cuando nos las depositan en el cementerio, mientras somos muertos vivientes por expresa decisión nuestra.
Puede que seamos culpables de nuestra ceguera, pero deberíamos recordar lo que alguien escribió una vez: “LA MUERTE ESTÁ TAN SEGURA DE SU VICTORIA, QUE NOS DA TODA UNA VIDA CON SU TIEMPO DE VENTAJA”