Cuentos budistas para deleitar a nuestros niños
Los niños llevan dentro de sí esa espiritualidad y esa felicidad interna que nos afanamos por alcanzar cuando somos adultos. Perdemos, con el paso de los años, la capacidad natural de desarrollar una paz interior que nos permita estar cómodos con nosotros mismos y con el mundo exterior. Por eso, leerles estos cuentos budistas a los niños puede enriquecerlos sobremanera.
Además, como sociedad desconectamos a nuestros niños de sí mismos, les decimos que no lloren a pesar de que se han hecho daño, que no griten, que no jueguen, que no hagan caso a lo que su interior les pide, sino a lo que el entorno cree más adecuado.
Cada vez hay más conciencia de este error, lo que alimenta nuestro interés por brindar a nuestros niños una educación que les permita crecer sanos y conscientes de sí mismos. Tenemos una potente herramienta para hacerlo: los cuentos budistas.
Los cuentos budistas enriquecen el alma de los más pequeños
Asimismo, el auge del budismo y la sabiduría oriental en nuestro mundo está, a su vez, ayudando a potenciar un estilo de pensamiento más acorde con el objetivo que planteamos. Por eso en este artículo os acercamos algunos cuentos budistas con los que deleitar a nuestros niños y acercarlos a las enseñanzas budistas con estos cuentos budistas.
Siddharta y el cisne
Hace mucho tiempo, en India, vivían un rey y una reina. Un día la reina tuvo un bebé. Lo llamaron Príncipe Siddhartha. El rey y la reina estaban muy felices. Ellos invitaron a un sabio anciano para que fuera al reino a predecir la fortuna del niño.
-Por favor, dinos – dijo la reina al sabio anciano.
-¿Qué llegará a ser nuestro hijo?
-Vuestro hijo será un niño especial,- le dijo, – Un día llegará a ser un gran rey.
-¡Viva!- dijo el rey.- Será un rey como yo.
-Pero,- dijo el sabio-, cuando el niño crezca, podría abandonar el palacio porque querrá ayudar a la gente.
-¡Él no hará semejante cosa!- gritó el rey mientras le arrebataba al niño. – ¡El será un gran rey!
Todo el tiempo el rey lo observaba. Se aseguró de que su hijo tuviera lo mejor de todo. Quería que Siddhartha disfrutara la vida de un príncipe. Quería que se convirtiera en rey. Cuando el Príncipe tuvo siete años su padre lo mandó a buscar y le dijo:
-Siddhartha, un día serás rey, ya es tiempo de que comiences a prepararte. Hay muchas cosas que tienes que aprender. Aquí están los mejores profesores de la tierra. Ellos te enseñarán todo lo que necesitas saber.
-Daré lo mejor de mí, padre – contestó el príncipe.
Siddhartha comenzó sus lecciones. No aprendió a leer y escribir pero sí a cómo montar caballo. Aprendió a manejar el arco y la flecha, cómo luchar y cómo usar la espada. Estas eran las destrezas que un valiente rey podría necesitar. Siddhartha aprendió bien sus lecciones. Como su primo, Devadatta, pues los dos muchachos tenían la misma edad. Todo el tiempo el rey estaba pendiente de su hijo.
-¡Qué fuerte es el príncipe! Qué inteligente. Qué rápido aprende. ¡¡Qué grande y famoso será!!
Cuando el Príncipe Siddhartha terminaba sus lecciones, le gustaba jugar en los jardines de palacio. Allí vivía toda suerte de animales: ardillas, conejos, pájaros y venados. A Siddhartha le gustaba observarlos. Podía sentarse a mirarlos tan quieto que a ellos no les daba miedo acercarse hasta él.
A Siddhartha le gustaba jugar cerca del lago. Cada año, una pareja de hermosos cisnes blancos venía a anidar allí. Él los miraba detrás de los juncos. Quería saber cuántos huevos había en el nido, pues le gustaba ver a los pichones aprender a nadar.
Una tarde Siddhartha estaba por el lago. Repentinamente escuchó un sonido sobre él. Miró hacia arriba. Tres hermosos cisnes volaban sobre su cabeza. “Más cisnes,” pensó Siddhartha, “espero que se posen en nuestro lago”. Pero justo en ese momento uno de los cisnes cayó del cielo. “¡Oh, no!” gritó Siddhartha, mientras corría hacia donde cayó el cisne.
“¿Qué ocurrió?” “Hay una flecha en tu ala”, dijo. “Alguien te ha herido.” Siddhartha le hablaba muy suavemente, para que no sintiera miedo. Comenzó a acariciarlo con dulzura. Muy delicadamente le sacó la flecha. Se quitó la camisa y arropó cuidadosamente al cisne. “Estarás bien enseguida,” le dijo. “Te veré luego”
Justo, en ese momento, llegó corriendo su primo Devadatta. “Ese es mi cisne,” gritó. “Yo le pegué, dámelo”. “No te pertenece,” dijo Siddhartha, “es un cisne silvestre”. “Yo le fleché, así que es mío. Dámelo ya”. “No, -dijo Siddhartha- Está herida y hay que ayudarla”.
Los dos muchachos comenzaron a discutir. “Para,” dijo Siddhartha. “En nuestro reino, si la gente no puede llegar a un acuerdo, pide ayuda al rey. Vamos a buscarlo ahora”. Los dos niños salieron en busca del rey. Cuando llegaron todos estaban ocupados. “¿Qué hacen ustedes dos aquí?” preguntó uno de los ministros del rey. “¿No ven lo ocupados que estamos? Vayan a jugar a otro lugar.” “No hemos venido a jugar, hemos venido a pedirles ayuda” – dijo Siddhartha.
“!Esperen!” llamó el rey al escuchar esto. “No los corran. Están en su derecho de consultarnos”. Se sentía complacido de que Siddhartha supiera cómo actuar. “Deja que los muchachos cuenten su historia. Escucharemos y daremos nuestro juicio”.
Primero Devadatta contó su versión. “Yo herí al cisne, me pertenece.” Los ministros asintieron con la cabeza. Esa era la ley del reino. Un animal o pájaro pertenecía a la persona que lo hería. Entonces Siddhartha contó su parte. “El cisne no está muerto.” Argumentó. “Está herido pero todavía vive”
Los ministros estaban perplejos. ¿A quién pertenecía el cisne? “Creo que los puedo ayudar,” dijo una voz. Un hombre viejo venía acercándose por el portal. “Si este cisne pudiera hablar,” dijo el anciano, nos diría que quiere volar y nadar con los otros cisnes silvestres. Nadie quiere sentir el dolor o la muerte. Lo mismo siente el cisne. El cisne no se iría con aquel que lo quiso matar. El se iría con el que quiso ayudarlo.
Todo este tiempo Devadatta permaneció en silencio. Nunca se había puesto a pensar que los animales también tenían sentimientos. El lamentó haber herido al cisne. “Devadatta, tu puedes ayudarme a cuidar el cisne, si quieres,” le dijo Siddhartha.
Siddhartha cuidó del cisne hasta que estuvo bien otra vez. Un día, cuando su ala sanó, lo llevó al río. “Es hora de separarnos,” dijo Siddhartha. Siddhartha y Devadatta miraron como el cisne nadó hacia las aguas profundas. En ese momento escucharon un sonido de alas sobre ellos. “Mira,” dijo Devadatta, “los otros han regresado por ella.” El cisne voló alto en el aire y se unió a sus amigos. Entonces todos volaron sobre el lago por una última vez. “Están dando las gracias,” dijo Siddhartha, mientras los cisnes se perdían hacia las montañas del norte.
La sabiduría de los tres cuervos
En la vida de todo ser llega el día en el cual madura y pasa a ser miembro de la comunidad de los adultos. En esto los cuervos tampoco son ninguna excepción. Un día ,tres cuervos jóvenes tenían que exponerse a una prueba realizada por los cuervos mayores que querían ver si los cuervos jóvenes estaban lo suficientemente maduros como para volar con los adultos. El jefe del clan le pregunto al primer cuervo:
“¿Que crees tu que es en este mundo, a lo que mas temor le deberían tener los cuervos?”
El cuervo joven reflexionó un instante y respondió: “La cosa mas horrorosa es una flecha, porque esta puede matar a un cuervo de un golpe”. Cuando los ancianos escucharon esto, encontraron que esta era una respuesta muy buena. Alzaron las alas y gritaron contentos. “Tu dices la verdad”, dijo el el jefe de los cuervos. “Te damos la bienvenida a nuestra comunidad”.
Luego el líder le pregunto al segundo joven:
“¿Y que crees tu que es a lo que mas temor le deberíamos tener?”
“Yo creo que un buen tirador del arco es mas peligroso que una flecha” dijo el joven cuervo. “Porque solo un tirador del arco puede dirigir la flecha hacia su meta y dispararla. Sin el tirador la flecha no es mas que un pedazo de madera, como la rama sobre la cual estoy sentado ahora”.
Los cuervos estimaron que esta era la respuesta más inteligente que jamás habían escuchado. Los padres del joven cuervo gritaban de alegría y miraban al hijo plenos de orgullo. “Tu hablas con mucha inteligencia. Estamos muy contentos de poder acogerte en nuestra comunidad”. Después el líder de los cuervos le preguntó al tercer joven:
“¿Y tu? ¿Qué crees tu que es a lo que mas le deberíamos temer?”.
“Nada de lo que se ha dicho hasta ahora” dijo el joven pájaro. “A lo que mas se le debería temer es a un tirador novato”. ¡Qué respuesta más rara! Los cuervos estaban confusos y sentían vergüenza ajena. La mayoría pensaba que este cuervo todavía no era lo suficientemente sabio como para comprender la pregunta. Hasta que el cuervo jefe volvió a preguntar: “¿Que es lo que quieres decir?”
“Mi segundo compañero tenia razón; sin un tirador no hay por qué temerle a una flecha. Pero la flecha de un buen tirador ira donde tiene que ir. Ósea que si se escucha el ruido de la soga del arco solo hay que volar a la derecha o a la izquierda para escaparle a la flecha. Pero nunca se sabrá a donde va la flecha de un tirador novato. Aunque uno se vuele, la posibilidad de que a uno lo alcance la flecha es igual de grande. Uno simplemente no sabe que es lo mejor, si moverse o si quedarse quieto”
Cuando los otros cuervos escucharon esto, entendieron que este joven cuervo poseía verdadera sabiduría, que podía ver detrás de las cosas. Hablaban de él con respeto y admiración y no mucho más tarde le pidieron que fuese el nuevo líder del grupo.
Estos cuentos budistas les enseñarán grandes valores a los más jóvenes. ¿Por qué no empezar a contárselos tal y como les contamos otros cuentos? Los cuentos budistas son muy enriquecedores y deleitarán a cualquier niño.
¿Cuál de estos cuentos budistas de ha gustado más?