Despedirte de alguien que ha tomado la valiente decisión de marcharse
Frente a la muerte de alguien que amas, las palabras se vuelven esquivas. En medio de la angustia, a veces terminan abriéndose paso como cataratas, pero nada de lo que dices logra darle forma a ese vacío que te retuerce por dentro. Sabes que también muere un jardín de colores que ha florecido en tu interior y que ya nunca más habrá quién vuelva a sembrarlo.
Eso son los seres amados: jardines florecidos que le dan vida a tu vida, lluvia a parte más árida, color a las tardes grises, sombra cuando el Sol quema. A veces olvidas que ningún jardín florece para siempre, que siempre llegará algún invierno obstinado para obligarte a decir adiós.
“La vida es algo sin fin, y quitarse un ropaje no es morir”
-Anónimo-
Hasta hace poco tiempo, la muerte era una visitante extraña que se presentaba sin aviso. Ahora es diferente. La ciencia es capaz de mantenerte con vida, incluso aunque seas solamente un cuerpo sin conciencia, que respira y conserva los latidos en su corazón. La ciencia también nos da la oportunidad de prolongar el dolor sin la esperanza de encontrar alivio.
Por contrapartida, también ahora es posible decidir el día, la hora y la forma de morir, de sumergirse en un lugar al que la ciencia ni siquiera ha podido llamar. La eutanasia es una de esas formas de muerte programada que, por previsible, nos deja sin menos consuelo o sensación de incontrolabilidad.
Despedirte sin saber cómo decir adiós…
Todos estamos condenados a muerte desde que nacemos. Pero no saber cuándo partiremos es la forma de abrir un abanico de incertidumbres, alentador y aterrador al mismo tiempo. En cambio, cuando la muerte toma la forma de un mes, un día y una hora determinados, el reloj comienza a avanzar al mismo ritmo de la angustia. Un minuto más es un minuto menos. Entonces, cada vivencia compartida se convierte en una forma de despedirte.
La eutanasia es una de esas situaciones límite de la vida que nos ponen frente a una dolorosa paradoja: el amor, por un lado, que quiere respetar la voluntad del otro y debe estar listo a decir adiós con gratitud en el corazón. Y el amor también, por otro lado, que se torna un poco desesperado cuando imagina cómo será el mundo sin esa persona, cómo será buscarla y no encontrarla, sino en las huellas secas de nuestras propias lágrimas.
Nadie se despide de la vida sin tristeza. Nadie toma la decisión de practicarse la eutanasia sin haber pasado muchas madrugadas en vela, buscando soluciones que finalmente no aparecen. Se necesita que el dolor físico o emocional toquen fondo.
La decisión aparece cuando se sabe que cruzando esa frontera, uno ya no podrá ser el mismo, porque el sufrimiento invadirá cada rincón de eso a lo que hemos bautizado como tiempo y no habrá lugar para la libertad individual. Allí, en ese punto, morir se convierte en una salida para el laberinto.
“Yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando”…
No es fácil entender y aceptar la decisión de alguien que ha decidido morir. Te niegas a despedirte no solo de esa persona amada, sino también de la idea de que el ser humano sí puede tomar el control de su destino, definiendo cuál es el momento en el que la vida debe acabar.
Te cuesta admitir esas verdades, porque sabes que con esa persona que se va, también se morirá una forma de felicidad dentro de ti. Despedirte, entonces, es el comienzo de un viaje incierto que te conduce a todas y a ninguna parte.
Cada vez que ves a esa persona te asaltan ráfagas de pánico, cuando recuerdas que ahora está, pero dentro de una semana ya nunca más volverás a verla. Que esas son las últimas sonrisas, las últimas palabras que compartirás con ella, ya para siempre nunca jamás.
Y lloras por dentro, para que el valiente que tienes delante de ti ni vea ni intuya tus lágrimas, porque tú tienes una despedida y ella muchas de golpe. Quieres abrazar a esa persona y no soltarla nunca, pero sabes que lo tuyo ahora es dejar ir.
La angustia aumenta cuando te haces consciente de que esa persona morirá, pero no el amor que sientes por ella. Ese sobrevivirá y primero se transformará en un lamento silencioso, cuando repases su ausencia en la memoria, cuando extrañes su forma de reír, o quieras preguntarle lo que esa persona sí sabía y tú no, o necesites sentir su bondad en lugar de todo ese frío que te invade. Comprendes que vas a tener que despedirte muchas veces, incluso después de que se ha ido.
Tras el paso de ese primer gran momento de dolor, volverás a ese jardín que quedó deshabitado y comprobarás, con sorpresa, que las flores se han ido, pero no su perfume. Ni tampoco el eco del canto de los pájaros, que ahora es música para abrigar tu corazón. Entonces, entenderás que hay semillas con una cosecha eterna y dirás con el poeta: “Limpié el espejo de mi corazón… ahora refleja la luna.”
NOTA PERSONAL: Buen viaje, mi amiga querida…
https://www.youtube.com/watch?v=sYCQBBRGhjk