Debemos recordar el discurso de Chaplin en «El gran dictador»
Las películas de superhéroes con capas, poderes extraordinarios que salvan el mundo y nos hacen sonreír con chistes fáciles están muy bien. Nos entretienen y nos ayudan a no pensar en nada cuando estamos agotados de dar demasiadas vueltas a la vida. Sin embargo, también es necesario rescatar de vez en cuando esos títulos que la historia del cine nos regaló en el pasado.
Desempolvar los clásicos no hace daño, más bien actúa como un maravilloso ejercicio sanador. Es más, al hacerlo, podemos descubrir hechos extraordinarios. Hay producciones para las cuales no pasa el tiempo y nos ofrecen mensajes que están de rabiosa actualidad. El gran dictador, de Charles Chaplin, es ese film que toda persona debería ver al menos una vez al año a lo largo de su vida.
El discurso que ofrece ese menudo barbero judío, que en un momento dado debe hacerse pasar por Hynkel (Hitler), se alza no solo como uno de los momentos más memorables del cine. Las palabras, las ideas y los mensajes que se inscriben en ese final deben recordarse con el fin para el cual fueron creados: como antídoto ante la intolerancia y la violencia.
«Pero… yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido».
El discurso de Chaplin en «El gran dictador», un legado indeleble
Cuentan que Charles Chaplin se vio en la obligación de incluir un discurso al final de su película después de que Hitler invadiera Francia. Era el 24 de junio de 1940 cuando grabó aquella secuencia de cuatro minutos en sus estudios. Tenía la firme necesidad de hablar contra el fascismo y buscar, por encima de todo, la conexión emocional con el espectador al apelar a unos valores muy firmes.
El mundo se caía a pedazos, pero eran muchos los que esperaban con expectación la última película de uno de los grandes talentos del cine cómico. Y lo cierto es que para el propio Chaplin aquel proyecto fue todo un reto. El gran dictador no solo era una película que ridiculizaba, atacaba y tornaba grotesca a una de las figuras más amenazantes de aquel momento.
Esa era la primera vez que se probaba a sí mismo en un diálogo. Esa voz, que mantuvo escondida y que le dio el éxito con Charlot, tuvo que manifestarse por fin para dejar un mensaje indeleble, uno para el cual nunca pasará el tiempo.
Hay que despertar conciencias adormecidas
El cine tiene más poder del que podemos pensar: contagia sensaciones y emociones comunes en millones de personas. Deja improntas, ideas que interiorizamos y recuerdos que no se borran. Lo que logró el discurso de Chaplin en El gran dictador es unificar a millones de personas en un mismo sentimiento, el del compromiso frente al odio y la violencia.
Cabe señalar que nadie confiaba demasiado en esta película. Hollywood no le dio el visto bueno cuando conoció el guion en 1939. En ese momento, para Estados Unidos el mercado alemán aún era relevante y lo veía como una amenaza. No importaba que el genocidio judío ya hubiera empezado; medio mundo prefería girar el rostro a dicha realidad.
Sin embargo, Charles Chaplin no dudó en financiar su proyecto y cambiar el final que tenía previsto, dados los acontecimientos acaecidos en 1940. Ese cambio de última hora y aquel discurso que escribió apresuradamente y con el corazón en un puño, tuvo su resultado. Despertó millones de conciencias.
En el presente también solemos girar la mirada hacia realidades que reclaman nuestra atención y compromisos. Las injusticias y hasta los grandes dictadores perviven a nuestro alrededor con casi los mismos ecos de pasados que creíamos olvidados. No nos adormilemos y recordemos el mensaje de esta película.
La codicia ha envenenado las almas de los hombres, ha construido una barricada de odio en el mundo, nos ha llevado a la miseria y al derramamiento de sangre como un paso de ganso. Hemos desarrollado la velocidad, pero nos hemos encerrado. La maquinaria que da abundancia nos ha dejado en la miseria. Nuestro conocimiento nos ha vuelto cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco.
Más que maquinaria, necesitamos humanidad
El discurso de Chaplin en El gran dictador tiene ya más de ochenta años y encaja aún de manera milimétrica en la actualidad. La referencia al hecho de que la sociedad necesita más humanidad y no tanta maquinaria nos invita a una obligada reflexión. La tecnología avanzó mucho más desde ese el XX y, al igual que sucedió entonces, tiene su vertiente positiva y su lado destructor.
Por ejemplo, las redes sociales nos acercan y permiten difundir información, son un arma de gran poder, pero en ocasiones nos deshumanizan. A menudo se alzan como un canal que difunde odio, que discrimina y ataca al diferente. Más que inteligencia -señalaba el barbero en la película-, necesitamos amabilidad y gentileza.
Sigamos luchando por un mundo mejor
Nuestro mundo ha avanzado bastante desde esos años en los que las grandes potencias se debatían en una guerra mundial. Sin embargo, el progreso no lo ha convertido en un lugar mejor; no lo bastante como para afirmar que hemos triunfado como humanidad. No somos más éticos, no han desaparecido la discriminación ni las injusticias, y las guerras siguen sonando en nuestro horizonte.
El discurso de Chaplin en El gran dictador continúa siendo atemporal porque no hemos solucionado los problemas del pasado. Los arrastramos con nosotros y les hemos dado otras formas. Habitamos un presente cada vez más polarizado en el que la irracionalidad, los extremismos y hasta la violencia escalan de forma silenciosa; casi sin que nos demos cuenta.
Despertemos, sigamos luchando por un mundo mejor, apelemos a nuestra humanidad, a la esperanza y seamos ese antídoto comprometido frente al sinsentido del odio.
Luchemos por un mundo nuevo, un mundo decente que dé a los hombres la oportunidad de trabajar, que dé a la juventud un futuro y a la vejez una seguridad. Por la promesa de estas cosas, los brutos se han alzado al poder. ¡Pero mienten! No cumplen esa promesa. ¡Nunca lo harán!
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- Chaplin, Charles— (1964). Mi Autobiografía. Nueva York: Simon & Schuster
- Chaplin, Charles (1974). Mi vida en imágenes. Nueva York: Grosset & Dunlap
- Hayes, Kevin J. (2005). Charlie Chaplin: Entrevistas . Jackson: Prensa de la Universidad de Mississippi.