Tu dolor y el mío: cuando de verdad se junta todo

Te cuento mi historia porque creo que puede ayudarte. Voy a hablarte de cómo mi vida se llenó de demandas externas, de cómo llegó un momento en el que estas me superaron y lo que hice después para volver a sentirme bien.
Tu dolor y el mío: cuando de verdad se junta todo

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 10 febrero, 2023

Cuando una persona recibe presiones desde distintos frentes, el dicho «se junta todo» es un buen resumen de la situación en la que se encuentra. Hablamos de un sufrimiento potencial que pone a prueba nuestra capacidad de adaptación y que algunas, como yo, deciden abarcar sin ayuda. De hecho, me costó varios años de terapia comprender (no solo por lógica, sino interiorizándolo) que olvidarse de uno mismo para ayudar a los demás no es un acto de valentía y fortaleza, sino una estrategia mental que pone en marcha nuestra mente cuando no queremos enfrentarnos a nosotros mismos.

Por desgracia, aprenderlo me costó pasar por uno de los periodos más difíciles de mi vida y tener cicatrices que sigo notando cuando me toco en esa zona. Aun así, aunque aprender por oposición y a través del dolor no es lo ideal, lo cierto es que estoy donde quiero estar. En las siguientes líneas os cuento los baches y los llanos del camino.

Hombre triste

Una buena base para absorber las penas de los demás

Siempre he sido una persona empática y volcada en los demás. Sin embargo, también soy obstinada y tiendo a evitar mi propio dolor. Esta combinación es manejable en el día a día, pero no muy efectiva para esas épocas en las que el entorno pone realmente a prueba nuestra salud mental.

Por eso, cuando mi padre tuvo el primer ictus, me permití sentir solo esa porción de dolor que me dejaba seguir funcionando. Cuando mi madre volvió del hospital, decidí que mi papel sería cuidarla a ella. Qué menos, cuando era ella quien cuidaba a mi padre: cambiándole de posición, poniéndole la cuña, dándole de comer…

Así fue como me volqué por completo en absorber el dolor ajeno. Mi vida se convirtió en dar soporte a las tareas de mi madre y estudiar la carrera.

Se junta todo cuando llega mi dolor

Los repetidos accidentes cerebrales de mi padre se convirtieron en una rutina dolorosa, en un camino descendente hacia lo inevitable, sin fechas marcadas en el calendario. Mientras tanto, conseguí mi primer trabajo, orgulloso de dedicarme a lo que me gustaba, pero sin esperarme lo que venía.

Sin demasiada experiencia me puse al frente de un equipo que tenía que desarrollar un proyecto diseñado por mí. Sin embargo, aquel logro se convirtió en trabajar 12 horas diarias, seguir contestando dudas en vacaciones y un abuso disfrazado de presión propia de cualquier trabajo. Pero, estando mi padre en casa, cada vez más postrado y mi madre cada vez más destrozada, ¿dónde estaban mis espacios de liberación?

Así que aguanté. El trabajo se convirtió en refugio frente al sufrimiento que flotaba en casa y mi casa en un respiro del horror que vivía en el trabajo. Esa dinámica, que cumplía a la perfección con una homeostasis de acontecimientos, en realidad me hundía más y más, a pesar de mis intentos de resistir y seguir cuidando a los que me importaban.

La terapia, mejor tarde que nunca

Para cuando decidí ir a terapia, mi padre ya había fallecido. Tras hacer de soporte para mi madre durante sus cuidados, me convertí en su apoyo para el duelo. Un duelo largo, intenso, que también dejó cicatrices en mí, pero a las que no quise atender. Sabía que, si me derrumbaba, sería para siempre. No volvería a ser funcional.

Eso me contaba mientras resistía el trabajo con 4 horas de sueño, mientras pasaba tiempo con mi madre, los días que su cara reflejaba más tristeza de lo normal. Ella notaba mis propias penas y, como yo, se empeñaba en ayudar, pero yo ya estaba en un punto en el que era impermeable. Solo podía huir hacia delante.

Mi pareja de por aquel entonces tampoco era de gran ayuda, en parte por su falta de empatía y en parte por mi opacidad.

Sin embargo, dos saetas lograron atravesar mi escudo: la baja médica y la insistencia de mi madre de que acudiera a un psicólogo. Reticente al principio, acabé por dejar que alguien con formación me ayudara a reorganizar mis pensamientos y darles nombre: depresión. Este diagnóstico, aunque intuitivo para mí, vino acompañado de lo que necesitaba: reestructuración de pensamiento, herramientas de superación, desahogo.

Paciente en terapia psicológica

Es posible superar el dolor cuando se junta todo

¿Por qué no fui antes a terapia? Lo cierto es que las metáforas de caer al barro y levantarse no me parecen del todo adecuadas para describir un proceso de superación. Cuando te caes, la gravedad es tan efectiva que tras un instante te encuentras sorprendiéndote del evento y tratando de volver a normalidad. Sin embargo, cuando se junta todo, la caída es tan lenta que parece que el golpe nunca va a llegar. Y, sin embargo, ya hace mucho que te has caído.

Es difícil dar el paso de ir a terapia. Los humanos tenemos una capacidad casi mágica de acostumbrarnos al dolor y siempre nos da la sensación de que se puede apretar un poco más sin ayuda. Sin embargo, no lo dejes estar. No dejes que se junte todo. No cargues con el dolor de los demás, dales la mano para que se levanten solos.

Y, cuando se junta todo, no dudes en pedir ayuda para manejar tu dolor. Es muy posible que ese sufrimiento tenga nombre y que no seas la única persona que ha lidiado con un duelo, y un acoso, y una pareja tóxica, y todo lo que te puedas imaginar.

Cuando aprendes que no se trata del consuelo de tontos, sino de que el mal de muchos sea una herramienta, el descenso hasta el suelo se detiene para siempre.


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