Echar de menos, ausencias que nunca dejan de doler
Echar de menos es como una falta de ortografía en el corazón que rara vez se resuelve. Porque hay ausencias que duelen más que otras, que pesan en la memoria hasta el punto de crear un vacío por donde se escapa la ilusión y la calidad de vida. Echar en falta a alguien va más allá de la nostalgia, no resultando en muchos casos fácil aliviar la herida de la ausencia.
Resulta curioso como, en ocasiones, dentro de la práctica clínica, las personas tienden a describirse a sí mismas no por aquello que hacen, no por eso en lo que ocupan sus vidas o esos caracteres que les definen. Hay quien a la hora de hacer una descripción de sí mismo no duda en sumar frases como ‘yo soy una persona que perdió a su madre con doce años ‘ o ‘yo no soy nada desde que mi pareja me dejó hace ocho meses”.
Las ausencias, de algún modo, también nos definen. Lo que nos falta traza una marca profunda que delimita nuestro ser. No es fácil por tanto hacer vida cuando en nuestra mente solo habita la sensación persistente de echar de menos a alguien, de sentir ese bloqueo constante que nos impide ver más allá de la pérdida y que nos resta la oportunidad de percibirnos de otro modo… Como personas capaces de crear realidades más felices y satisfactorias.
“La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener”.
-Gabriel García Márquez-
Echar de menos ¿por qué duele tanto?
Echar de menos es una característica esencial en el ser humano. Es más, si hay algo que realiza en exceso nuestro cerebro es poner la mirada en retrovisor mental para alimentar la nostalgia. Tanto es así, que estudios como el llevado a cabo en la Universidad de Duke por el doctor Laurence Jones, nos indican que el cerebro es más nostálgico que proactivo. Es decir, parece que nos pasamos más tiempo evocando recuerdos que centrándonos en el aquí y ahora.
Algo que por sí mismo es normal, puede en ocasiones tornarse insalubre. Nos referimos a esos estados donde el acto de echar de menos a alguien se vuelve constante y obsesivo; hasta el punto de no poder concentrarnos en algo más que en esa ausencia. Anhelar puede ser a veces un acto doloroso que puede situarnos en estados de alta vulnerabilidad psicológica.
Es más, expertos en el tema, como el doctor Donald Catherall de la Universidad Northwestern, en Chicago, nos señalan que hay dos circunstancias que suelen ser más traumáticas cuando hablamos de pérdidas. Son las siguientes.
Pérdidas durante la infancia, ausencias eternas
Perder a un progenitor durante la infancia crea una de las heridas más profundas que pueda experimentar el ser humano. Así, no solo la muerte traza la marca traumática de un recuerdo muy complicado de manejar; el abandono también tiene el mismo efecto. Ambas circunstancias sitúan al niño en un estado de gran vulnerabilidad emocional de la que no es fácil recuperarse.
De hecho, es muy común llegar a la edad adulta sintiendo la marca de esa ausencia. El vacío dejado por un padre o una madre no solo crea una herida, sino que define también una impronta casi constante donde la persona tiene la eterna sensación de que le falta algo. Esa experiencia provoca a menudo que se intente llenar dicho vacío con relaciones dependientes, o bien con el abuso de sustancias o con trastornos en la alimentación.
Echar de menos a una pareja afectiva
Echar de menos un amor perdido define sin duda una de las realidades más comunes. Es un tipo de dolor poliédrico, tiene muchas caras y todas tienen un elemento en común: el sufrimiento. Anhelamos la felicidad de antaño, echamos en falta al amante, al amigo, a quien fue nuestro confidente y a quien le habíamos reservado la vida entera.
La ruptura de la relación supone dejar atrás todas esas dimensiones que tanto echamos en falta. Son además, dinámicas que nos definían, éramos parte de alguien y de un día para otro, estamos obligados a desprendernos de todo ello para reinventarnos de nuevo. Y algo así no es fácil cuando pesa en exceso el anhelo y la nostalgia.
Asimismo, algo que solemos hacer en estos casos es idealizar. Idealizamos a quien ya no está junto a nosotros, alimentando así una falsa imagen que complica aún más el poder desprendernos de esos recuerdos para dejar de ser cautivos del pasado.
¿Qué podemos hacer para aliviar el recuerdo de esas ausencias en nuestras vidas?
Decía Alfred de Musset, dramaturgo francés del siglo XIX, que tanto las ausencias como el tiempo dejan de importar cuando se ama de nuevo. Ahora bien, no estamos diciendo con ello que la única respuesta para dejar de echar en falta a alguien sea precisamente buscar nuevos amores. En realidad, hay algo más sencillo: buscar nuevas pasiones y nuevos sentidos a nuestra realidad.
En primer lugar, algo que debemos tener en cuenta es que nunca dejaremos de echar en falta lo que una vez amamos. Ya sean nuestros familiares, amigos o amores dejados atrás, ninguna de esas figuras se diluirán en nuestra mente hasta perderse por completo. Su recuerdo siempre estará ahí, pero dejará de doler.
A veces, tras el acto de echar de menos de manera persistente está el anhelo, la necesidad de recuperar o volver a tener lo que una vez nos dio felicidad y seguridad. Por tanto, hay que asumir que lo que un día se fue… ya no puede volver en la misma forma. No es sano vivir solo de nostalgias, la felicidad se alimenta de la realidades inmediatas y como tal, debemos promoverla, dar forma a nuevas ilusiones situando la mirada en el aquí y ahora.
Echar de menos no es malo, anhelar en exceso lo que una vez fue, sí lo es. Seamos capaces por tanto de encontrar un nuevo sentido a nuestra realidad, buscando nuevos motivaciones, nuevas metas con las cuales, bajar del tren del pasado para abrazarnos al presente. Intentémoslo al menos.
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- Jones, L. (2008). The Future of Nostalgia. Common Knowledge, 14(1), 164–164. https://doi.org/10.1215/0961754x-2007-050
- Levy, D. (1937) Primary Afect Hunger. American Journal of Psychiatry . 94: 643-652.