Herida primal: marcas latentes de la infancia que perviven en el presente

Herida primal: marcas latentes de la infancia que perviven en el presente
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 13 abril, 2020

La herida primal o primaria es un trauma no resuelto. Ejemplifica y señala la vulneración del apego, el quebranto a ese lazo esencial entre un niño y sus progenitores; es la traición a unas necesidades emocionales no satisfechas, no atendidas. Ese dolor, originado en edades tempranas y no resuelto, es algo que intentamos anestesiar en edades adultas…, pero que de algún modo nos sigue condicionando.

Uno de los términos más comunes en el mundo de la psicología y en especial, desde el enfoque del psicoanálisis, es la figura de la herida, así como del trauma. Freud nos explicaba que esas lesiones psíquicas van de fuera a dentro. Acontecen en nuestro entorno más cercano, sobre todo en nuestra infancia. Así, y lejos de disolverse con el tiempo, esa herida original pervive, sigue latente y se introduce en nuestro ser creando capas y más capas hasta gravitar en cualquier ámbito de nuestra vida…

“No hay extensión más grande que mi herida, esa que nadie ve”.

-Miguel Hernández-

Si Sigmund Freud así como su hija Anna Freud nos revelaron por primera vez la trascendencia que tienen las experiencias tempranas en el desarrollo de nuestra personalidad, en los años 90 se publicaría un libro decisivo en relación a este mismo tema. Primal wound o la herida primal, puso sobre la mesa una realidad que iba mucho más allá. En este trabajo se nos explicaba el trauma silencioso, invisible pero permanente vivido por los niños adoptados.

Nancy Verrier, autora del libro apuntaló ideas clave sobre el vínculo roto, el afecto perinatal vulnerado o esas heridas a menudo inconscientes que el ser humano suele arrastrar en su madurez a raíz de una niñez habitada por los vacíos.

Niño con expresión triste

¿Qué es la herida primal?

El ser humano tiene una necesidad que va más allá del alimento. Cuando un niño llega al mundo necesita ante todo sentirse protegido, arropado por el afecto y sostenido por el cariño. El amor nos sitúa en el mundo y nos nutre. El amor nos ayuda a desarrollarnos, a desenvolvernos con seguridad en un entorno empático, ahí donde despertar al mundo sabiéndonos importantes para alguien.

Así, cuando un psicólogo o terapeuta recibe a su paciente, también intentará crear un ambiente donde la empatía y la cercanía sean siempre patente y palpable. Las personas necesitamos este tipo de nutrientes, porque si no los percibimos, si no los vemos o los sentimos nuestro cerebro reacciona casi al instante. Aparece la suspicacia, el miedo y la tensión.

Esto mismo es lo que experimenta un niño cuando no recibe un apego seguro. La herida primal queda impresa cuando los progenitores no son accesibles emocional, psíquica y/o físicamente. Poco a poco la mente de ese bebé, de ese niño de pocos años queda invadida por la ansiedad, el hambre, el ansia emocional, el vacío, la soledad, la pérdida y la desprotección.

bebé que sufre una herida primal

Podemos entender la herida primal casi como un sacrilegio evolutivo. Ese proceso de “hominización” por el que pasa todo ser humano, parte ante todo de un intercambio de afecto sólido y por una cercanía constante entre la madre y el hijo. No podemos olvidar que un bebé llega al mundo con un cerebro aún inmaduro y que necesita de esa piel y ese apego seguro, para seguir creciendo y dar forma a una exogestación con la que propiciar la continuidad de su desarrollo.

Si algo falla en este proceso, si algo acontece en nuestros tres primeros años de vida, surge una fractura invisible y profunda, una lesión que nadie ve. La misma que nos invalidará (posiblemente) en el futuro en varios aspectos de nuestra vida. Veámoslos a continuación.

Efectos de la herida primal

Existe un libro muy interesante al que se le considera el manual de referencia en el estudio de apego. Se trata de Handbook of attachment de los psicólogos Jude Cassidy y Phillip R. Shaver. En este trabajo se nos recuerda que el fin mismo del ser humano es la autorrealización. Nuestra finalidad es trascender, avanzar en seguridad para favorecer nuestro crecimiento personal y emocional disfrutando así de una vida plena con nosotros mismos y los demás.

Una de las condiciones más importantes para que esto ocurra es haber dispuesto en nuestros primeros años de un apego seguro, maduro, cercano e intuitivo con nuestras necesidades. Ahora bien si esto no ocurre, surge la herida primal y con ella los siguientes efectos:

  • Inseguridad y autoestima baja.
  • Impulsividad, mala gestión emocional.
  • Mayor riesgo de sufrir diversos trastornos psicológicos.
  • Dificultad para establecer relaciones afectivas sólidas.
  • Se desarrolla una “personalidad de supervivencia”. Se intenta mostrar autonomía y seguridad, pero el vacío pervive y es común pasar épocas donde se necesita del aislamiento y soledad, y momentos donde se ansía cercanía, la que sea aunque esta resulte dañina o falsa.
Hombre triste mirando por la ventana que sufre una herida primal

Cómo sanar nuestra herida primal

Lo más adecuado en estos casos es solicitar ayuda profesional. En los últimos años está adquiriendo mayor trascendencia terapias como el EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por medio de Movimientos Oculares). Se trata de una técnica donde se combinan diferentes tipos de estimulación y procesamiento de la información para que las personas saquen a la luz experiencias traumáticas, heridas de la infancia para hablar de ellas, reconocerlas y gestionarlas mejor.

Asimismo, vale la pena enunciar también esas estrategias básicas que suelen usarse para afrontar y sanar nuestra herida primal. Serían las siguientes:

  • Tomar conciencia de nuestras emociones latentes y darles nombre.
  • Poner en voz alta nuestras necesidades no satisfechas (afecto, apoyo, desprotección, cercanía empática…) Debemos “legitimizar” esas necesidades y no reprimirlas.
  • Reflexionar sobre la soledad que sentimos en la infancia. Lo haremos sin miedo, sin rabia y sin vergüenza. Hay quien evita pensar en el vacío experimentado en su niñez, quien prefiere no poner la mirada en esos años de sufrimiento porque siente dolor e incomodidad. Debemos sacar a la luz ese yo herido, esa parte de nosotros mismos aún llena de ira porque no experimentó suficiente afecto y seguridad.
  • Entiende que nada fue responsabilidad tuya. La víctima no es culpable de nada.
  • Permite liberar tu tristeza, tus emociones internas. Desahógalas.
  • Comprométete contigo mismo en el cambio, sé capaz de transformarte, de responsabilizarte en un cambio hacia el bienestar interior.
Mujer llorando por la herida primal

Por último, los expertos en la gestión y afrontamiento de la herida primal y el trauma, nos recomiendan perdonar. Conceder el perdón a nuestros progenitores no les exime de la culpa, pero nos permite liberarnos de sus figuras. Es aceptar lo sucedido, es asumir la realidad de todo lo sufrido pero ser capaces de ofrecer un perdón que nos permita cortar con el lazo del dolor para avanzar mucho más ligeros. Libres de dolor, la rabia y recuerdos del ayer.

Pensemos en ello. El tema de la herida primal suscita sin duda un gran interés y vale la pena comprender esta compleja realidad psicológica.

 


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.