El caso Paula y las dificultades en terapia
El caso Paula muestra una realidad con la que muchos terapeutas se encuentran con frecuencia. Una psicoterapia no es un proceso perfecto, sino el encuentro de dos subjetividades. El psicoterapeuta no siempre logra mantener una absoluta neutralidad y equilibrio frente a quien reclama su ayuda. Un hecho que no devalúa la terapia, sino que simplemente la hace humana.
Quien describe el caso Paula es la psicóloga chilena Alejandra Rubio, que trabaja con un enfoque psicodinámico. Paula llega a su consulta porque se siente muy angustiada y no sabe exactamente por qué. Es médica y obtuvo una beca para especializarse en pediatría, pero ahora cree que en realidad no le gusta su profesión y se siente menos capaz que los demás médicos.
Según se relata en el caso Paula, la consultante no tiene ninguna relación social significativa. No tiene amigos y tampoco pareja. De hecho, nunca en la vida ha tenido una pareja, a pesar de que tiene 31 años. Por lo mismo, expresa dudas acerca de su sexualidad, aunque no se siente atraída por las mujeres.
“Me gusta el hecho de que en el antiguo arte chino los grandes pintores siempre incluían un fallo deliberada en su trabajo: la creación humana no es perfecta”.
-Madeleine L’Engle-
El inicio del caso Paula
Paula relata que ya ha estado tres veces en consulta con psiquiatras. Con los dos primeros apenas siguió una terapia. En cambio, con la tercera, una psiquiatra mujer, sí se mantuvo durante varios meses, ya que ella le simpatizaba.
Sin embargo, lo que había obtenido era básicamente varias dosis de antidepresivos. Paula sentía que quería ir al fondo de su problema y no enmascararlo tras una pastilla.
Paula llega a la consulta en unas condiciones poco usuales. Como residente de pediatría estaba obligada a hacer un servicio de un mes en la unidad de salud mental, acompañando la labor de un clínico. Esto había hecho que la psicóloga y su paciente ya hubieran tenido un encuentro previo, precisamente en esa unidad.
En esa ocasión, Paula había presenciado una consulta con una joven. La misma tenía problemas por su actividad sexual sin control y por las dudas que tenía en relación a su orientación sexual.
La psicóloga había sorprendido a Paula por cómo había abordado a su paciente y un mes pidió ser recibida en su consulta. Aunque esto no era lo más ortodoxo, la psicóloga aceptó.
Los antecedentes familiares
En el caso Paula, se señala que tenía unos antecedentes familiares complejos. Durante las primeras sesiones indicó que había pasado toda su infancia sintiendo pánico y que este provenía del comportamiento de su madre.
Dicha madre perdía el control con facilidad, le pegaba al padre de Paula y luego actuaba como si nada hubiera ocurrido. La consultante tenía mucho miedo de enfadarla.
Paula fue a estudiar medicina a otra ciudad y cuando ya había completado la mitad de su carrera, la madre enfermó y fue diagnosticada como terminal. Desde entonces, tuvo que ir todos los fines de semana a cuidarla, durante el año siguiente, no sin sentirse molesta por esta obligación contraída. Deseaba que su madre muriera y cuando esto ocurrió, pensó que se sentiría aliviada, pero no fue así.
Desde entonces su padre se había apartado de ella y de su hermana, pues se convirtió en un “picaflor”. La hermana menor, por su parte, de quien Paula siempre había cuidado, comenzó a tener problemas. Fue diagnosticada con trastorno bipolar y nuevamente la consultante había tenido que encargarse de su cuidado hasta que se estabilizó.
El conflicto y el final del caso
El proceso terapéutico comenzó a avanzar, no sin ciertas vicisitudes. La psicóloga sentía que Paula temía confiar en ella, ya que la identificaba con esa madre que no había estado emocionalmente disponible. Así mismo, Paula hacía comentarios en los que mostraba que idealizaba a la terapeuta e incluso mostraba cierta atracción hacia ella.
Durante toda la psicoterapia, la psicóloga tuvo que consultar sistemáticamente a su supervisor, ya que comenzó a sentir molestia y a la vez culpa frente a Paula. Cada una de esas dificultades fue resolviéndose y así se logró un proceso de nueve meses, de forma estable.
Sin embargo, al cabo de ese tiempo la psicóloga recibió una oferta para trabajar en el exterior. Tenía que dar por terminado el proceso que aún no concluía.
La psicóloga experimentó un fuerte sentimiento de culpa, ya que tenía que abandonar a una paciente que ya había sido abandonada desde la niñez y había logrado confiar en ella, después de muchas resistencias. La misma culpa de la terapeuta la llevó a manejar de manera desacertada la noticia de su partida.
Esto llevó a que la consultante se negara a seguir con el proceso o a darle un cierre, pese a que todavía quedaban algunos meses antes de que la psicóloga se fuera. De este modo, el caso Paula quedó inconcluso y la psicoterapeuta nunca más volvió a saber de ella.
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- Sánchez, J. J. R. (2013). Transferencia y contratransferencia. Del Psicoanálisis a la Psicoterapia Analítica Funcional. Realitas: revista de Ciencias Sociales, Humanas y Artes, 1(2), 52-58.