¿El desorden adolescente es realmente una guerra perdida?

El desorden en la adolescencia es una sombra que puede extender sus fronteras más allá de su habitación. ¿Es solamente una cuestión de holgazanería o responde a algo más? ¿Cómo combatirlo sin promover el drama en casa? Veámoslo a continuación.
¿El desorden adolescente es realmente una guerra perdida?

Escrito por Marcelo R. Ceberio

Última actualización: 25 octubre, 2020

El desorden en la adolescencia es un motivo de discusiones en el hogar. Muchas veces se achaca a la holgazanería, la dejadez e incluso a la falta de limpieza e higiene y puede llegar a causar dudas entre los padres respecto a si han dado un buen ejemplo o no, si han dado una buena educación y si es posible enmendarlo de alguna forma.

El universo adolescente resulta una gran caja de sorpresas e incertidumbres. Algo así como abrir un paquete que contiene varias cajas dentro, una incluida en otra, sin saber lo que pueda contener la última. Sobre todo en lo que a sus conductas se refiere, pues no siempre es posible prevenirlas o anticiparlas siquiera.

Por esto mismo, hay muchos padres desorientados por la irrupción de un período maravilloso, pero demasiado controvertido. Así, mientras un adolescente busca hacerse lugar en el mundo adulto, sus progenitores intentan ayudarlo, aunque no siempre caminan en la misma dirección.

Veamos a continuación qué ocurre a la hora de abordar algo que salta a la vista fácilmente: el desorden adolescente.

Habitación de un adolescente desordenada

Vagancia, desorden y olores: una constante

Durante la adolescencia, varios aspectos de la conducta de los jóvenes conducen a las críticas y las discusiones familiares más amplias. En especial, el hecho de no recoger y limpiar su habitación, el desorden que dejan aquí y allá por donde pasan, el hecho de levantarse demasiado tarde y también el hecho de no colaborar con sus padres en los quehaceres del hogar o cualquier otra actividad.

Lo de levantarse tarde encabeza la lista de conflictos en la relación con los padres. Desde la mentalidad de los adultos, es una señal de “holgazanería”, casi un grito de guerra. Entonces, los padres intentan revertir esa supuesta “vagancia” y “dejadez” de diferentes maneras, sin tener en cuenta que atentan contra un fenómeno biológico y no una actitud como tal.

La testosterona y los estrógenos influencian el ritmo circadiano en el adolescente y es lo que causa que se levante tarde, no un acto de rebeldía premeditado.

Por supuesto, eso no quiere decir que no haya hijos, desganados, vagos o poco responsables, pero la base de la transformación del sueño en la adolescencia se debe a esta turgencia hormonal y hay que tenerlo en cuenta.

El desorden en la habitación es otra cuestión que los padres combaten activamente. En general, un chico o una chica pueden pasar meses sin recoger un bollo de papel en el piso, un vaso usado, un pote de yogur a medio terminar o una bolsa de patatas fritas, ropa sucia, una pila de papeles del instituto que ya no valen para nada, un par de calcetines que ya parece que caminan solos, entre otras cosas.

Este desorden también se extiende más allá de los límites de su privacidad: la ropa tirada, los platos sucios, el hecho de no colaborar a la hora de poner o quitar la mesa, no ayudar a hacer una compra en el supermercado, no solo expresan la tan mentada “rebeldía adolescente” sino también el desorden y la suciedad.

En un intento de poner “fin” a la vagancia, el desorden, los malos olores y la suciedad, los padres entran a ordenar, limpiar e intentar hacer que sus hijos adquieran el hábito de ser limpios y ordenados al menos en su habitación. Muchas veces de una forma intrusiva, lo que termina desatando los improperios del adolescente.

Limpieza y espacio personal: acceso limitado

Más allá de las cuestiones relativas a la higiene y la limpieza, el manejo de la propiedad de espacios personales también forma parte de los cambios en la adolescencia y, de una forma u otra, también de la dinámica familiar.

Antes, el niño permitía el acceso a su habitación. Sus padres, abuelos, tíos, amigos, no debían pagar ningún tipo de peaje para entrar a su habitación y compartir con él. Asimismo, el niño ofrecía sus juguetes, consolas, pinturas, lápices, etc.

Sin embargo, una vez comienza la adolescencia, las reglas del juego cambian. El joven comienza a tener un sentido de propiedad sobre sus objetos y espacios, principalmente en su habitación, y por ello pone límites. Así, puede que coloque en su puerta un cartel que diga “golpee la puerta antes de entrar” y que se enoje porque alguien decidió entrar en su habitación sin permiso, aunque fuese solo un momento.

Al mismo tiempo, como el orden y la pulcritud no son evidentes en el reino del adolescente, la intromisión de los padres se agudiza, en su afán de poner orden y limpiar el espacio. Esto causa discusiones y roces cada dos por tres.

Turgencia hormonal: marca fronteras y pone límites

Todos estos cambios que hemos venido comentando se deben, en parte y una vez más, a la turgencia hormonal. En el adolescente varón, el arribo de la testosterona, asociada con la hormona vasopresina -antidiurética- que, como hormona de la seducción y defensa del territorio, hace que comience a delimitar sus propios espacios y haga epicentro en su habitación. Esta es su feudo, su propiedad.

La vasopresina hace que el joven desarrolle conductas que lo lleven a defender su lugar a ultranza. Irrumpe en el torrente sanguíneo y se expresa a través de acciones como: no dejar entrar a cualquiera en su habitación, defender a su familia, grupo de compañeros o equipo favorito.

Ahora bien, más allá de la defensa territorial, la búsqueda de espacios íntimos implica que el adolescente ha empezado a diferenciarse del clan familiar, disfrutar de su música, podcasts, programas de televisión, lecturas, etc. También implica que ha empezado a buscar el espacio para fantasear sexualmente y disfrutar su sexo mediante la masturbación.

Hormonas, olores y ¿altibajos en la ducha?

La ducha no siempre es la mejor aliada del adolescente. Si bien es cierto que hay chicos y chicas que no tienen problema con ello, en el caso de otros parece que todo lo contrario. Asimismo, hay chicos y chicas que tienen “bajo control” su olor corporal, pero otros evidentemente no.

Así como las hormonas hacen de las suyas con el ritmo circadiano y la conducta de los adolescentes, también influyen en cuestión de olores corporales y una relación de amor-odio con la ducha (o todo el ritual de higiene personal).

Como fruto de la actividad de los andrógenos y los estrógenos, los olores se exacerban. Al mismo tiempo, las glándulas sebáceas operan en toda su capacidad. Así, el rostro y otras partes del cuerpo, incluyendo el cabello, se vuelven más grasoso que de costumbre. También la transpiración adquiere un olor ácido y profundo en varias zonas del cuerpo, incluyendo los pies.

De una forma abrupta, el cuerpo del adolescente ha abandonado el olor a bebé y ha multiplicado sus olores y la seborrea, razón por la que el baño se convierte en una necesidad imperiosa, lo quieran y entiendan o no. Antes, en la infancia, alguna vez se podía dejar pasar la ducha, pero en la adolescencia eso no es en absoluto recomendable.

Aunque podría inferirse que mucho del primitivismo de los olores tiene que ver con este momento del despertar sexual adolescente, el resultado de esta revolución hormonal es la producción de olores que identifican al macho y la hembra. Esto es algo muy propio de las especies animales que identifican la presencia de los animales del sexo opuesto por los olores corporales.

Tolerancia, la clave para poner orden al caos adolescente

Si bien hay que tener en cuenta la influencia de la turgencia hormonal en muchos ámbitos del adolescente, esto no implica que los padres no deban colocar límites en sus hijos en pos de que sean mas ordenados, limpios y que intenten vivir más el día.

Los padres deben mantener cierta tolerancia a la hora de enseñar a sus hijos a ser limpios, ordenados y demás, a sabiendas que están lidiando con cuestiones de índole tanto comportamental como biológica.

En general, los jóvenes creen que se las saben todas y tienen todo bajo su control. Por ello a menudo caen estrepitosamente cuando fracasan en una experiencia, aunque de cara a sus padres nunca lo van a reconocer. Porque si hay algo que forma parte del cuadro de rebeldía adolescente, es la tozudez en reconocer las equivocaciones.

En los juegos de interacción, las triangulaciones están a la orden del día en el mundo adolescente, y como bien sabemos, los triángulos son juegos sumamente conflictivos en las relaciones humanas. Estos  triángulos consisten en la alianza de dos miembros que se coalicionan contra un tercero. Este dos-uno lleva inevitablemente a la pelea o al menos a la descalificación de uno de los integrantes del triángulo (el tercero excluido).

Cambian los escenarios y las situaciones, pero los juegos comunicacionales se reiteran.

En resumidas cuentas, lo más importante es que los chicos puedan aprender de la adolescencia. Para ello, lo más importante es que los padres sean maestros, claros, pacientes, tolerantes y afectivos, a pesar de los carteles de “golpee antes de entrar”,  el desorden a su paso, los altibajos con la ducha, los roces al intentar llegar a un acuerdo y otras cuestiones… porque todo ello forma parte del proceso.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.