El dolor ajeno: ¿cómo ayudar a un amigo?
No hay vendaje para detener las lágrimas ni ningún método para esterilizar las heridas psíquicas, ni tampoco yeso para el desamor. Lo que sí tenemos es nuestra presencia para apaciguar el dolor, porque al escuchar las necesidades de los que sufren les estamos diciendo que también cuentan con nosotros para hacer frente a ese sufrimiento.
Si ya de por sí es difícil lidiar con nuestro propio dolor físico y emocional, responder al de los demás puede sobrepasarnos. Presenciar u oír lamentos sobre las lesiones físicas y emocionales de otras personas habla de nuestra vulnerabilidad y nos recuerda que nuestro cuerpo y nuestra mente no son invencibles.
Ayudar a personas que pasan por algún tipo de dolor emocional se basa menos en el diagnóstico y los procedimientos, y más en el estilo personal. Mientras que algunos se apresuran a ayudar, pero confunden “arreglar” con ayudar, otros deciden perderse como los últimos coletazos del verano en Octubre; esperan que nadie cuente con ellos, asumiendo que no tienen las habilidades para ayudar a la persona.
Estoy aquí a tu lado, siento tu dolor
“Nadie puede librar a los hombres del dolor, pero le será perdonado a aquel que haga renacer en ellos el valor para soportarlo”.
-Selma Lagerlof-
Sea cual sea el grado de tolerancia que tengamos al sufrimiento de los demás, todos tenemos algo que ofrecer a pesar de nuestras diferencias. Una de las maneras más eficaces de ayudar es ser honestos sobre lo que podemos ofrecer, y en este punto entra en juego la empatía o la capacidad que tengamos de ponernos en el lugar de la persona que sufre.
Un estudio realizado por la Association Psycological Science (APS) sobre la neurociencia de la empatía y realizado por neuro-psicólogos de la Universidad de California (San Diego) asegura que “la empatía no solo requiere un mecanismo para compartir emociones, sino también para mantenerlas separadas. De lo contrario, nos contactan, nos angustian emocionalmente“.
Esto significa que podemos, de alguna forma, acompañar en su dolor a la persona, haciéndola partícipe de que entendemos y compartimos lo que siente. Un paso sencillo que puede resultar muy reconfortante; la persona, además de sentirse acompañada, también se siente comprendida en su sufrimiento.
A partir de tener más o menos empatía con el dolor en concreto que padezca la persona, podemos mantener la conexión mediante las siguientes estrategias:
1. ¿Qué necesitas?
Podemos pensar que prepararle algo de comer es lo más adecuado, o bien podemos suponer que la persona quiere compartir sus sentimientos cuando, en realidad, lo que prefiere es mantener una conversación sobre un tema neutro. De hecho, es posible que prefieran no tener conversación alguna y solo deseen nuestra compañía; incluso pueden desear estar solos. Preguntar, y no asumir, es la única forma de averiguarlo para ser más efectivos.
2. Solo si me pides consejo, te lo daré
Los consejos siempre se agradecen y son muy bienvenidos cuando se solicitan; sin embargo, otras veces pueden no serlo tanto; en especial, cuando los empleamos como una manera de zanjar la conversación y pasar a otro tema.
Las personas que se sienten heridas quieren saber que no están solas y que alguien comprende la profundidad de su experiencia, así que ofrecer respuestas fáciles e inmediatas, y menos si no han sido pedidas, puede hacer que la persona se sienta ignorada, invisible y más sola aún.
3. Te ofrezco algunas alternativas, pero no recomendaciones
A veces tratamos de ayudar sugiriendo soluciones inmediatas para intentar socavar el dolor como salir a tomar algo, o bien un viaje a la playa, una excursión a la montaña, o incluso, buscar la compañía de una mascota. En este sentido, podemos caer en el error de ser demasiado directivos: asumimos el problema como nuestro, buscamos una solución y empujamos a la persona que actúe en ese sentido. Sin embargo, el problema no es nuestro y es ella quien finalmente tendrá que tomar decisiones; precisamente, por eso, podemos ayudar mucho dando ideas o aportando alternativas.
4. Dejo que sientas tu dolor
El dolor que vemos en la persona que tenemos delante puede encontrarse en un estado inicial. Podemos temer que, de no tomar medidas, le termine inundando, precipitando hacia una crisis. Sin embargo, a veces esta crisis es necesaria, es esencial la deconstrucción y la nueva construcción.
Aquí se encuentra la verdadera habilidad emocional, porque no existe una medida mágica que valga para todas las personas en todos los momentos. Así, ayudarla, en ocasiones, puede tener que ver con animarla a dejar libre ese dolor emocional contra el que está presentando batalla sin apartarnos de su lado.
5. Te observo y no juzgo tu comportamiento
Podemos aprender mucho sobre nosotros mismos si prestamos atención a cómo ayudamos a los demás. Es cierto que casi todas las situaciones de pérdida suelen traer consigo también una ganancia, pero quizás no sea el momento de intentar dirigir la atención del otro hacia ella. Si cometemos un error en este sentido, podemos hacer que se sienta incluso peor por no ser capaz de sentir, porque el dolor lo tapa, aquello que su mente, en su vertiente más cognitiva, sí reconoce como positivo.
Escuchar de manera activa nos enseña a aceptar los límites de nuestro poder. Aquellos de nosotros que nos alejamos del dolor emocional enfrentamos el desafío de enfrentar nuestra impotencia, así como de valorar nuestra presencia y empatía silenciosa, ya que, con frecuencia, la conexión empática durante un momento difícil no requiere palabras o habilidades especiales. El cuidado auténtico y el deseo de estar presentes de manera honesta ya suelen tener un gran efecto.
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