El duelo desautorizado, cuando no se permite el sufrimiento
Existen duelos prohibidos. Hay pérdidas que no está bien visto llorar y que socialmente no se comprenden. Son los llamados duelos desautorizados y suponen una fuente de malestar tan intensa como difícil de identificar.
¿Por qué? Porque la sociedad, además de no facilitarnos la expresión de sufrimiento, la puede llegar a castigar y, por ende, a forzarnos a reprimir la manifestación de nuestro sentir, nuestro pesar y nuestra necesidad de recogimiento emocional. Esta realidad es muy desconocida, lo que conlleva que a veces ni siquiera sepamos verbalizar qué es lo que nos pasa y nos metamos en una espiral de malestar, irascibilidad, enfado con el mundo o tristeza profunda.
“En medio de mi confusión, me asalta a veces un fuerte impulso de libertad: sencillamente, dejarte partir. No esperar ya la carta que no llega, la llamada de teléfono que no suena, la palabra de arrepentimiento que no se pronuncia. ¡Cuántas ventajas tiene dejarte partir! Más tiempo para mí y para mis amigos, menos noches en vela, menos insomnios, más proyectos, más alegría de vivir… ¡Qué sencillo es dejarte partir…! ¡Sin embargo, este mero pensamiento me deja sin respiración!”.
-Jean Monbourquette-
¿Qué situaciones pueden conducirnos a un duelo desautorizado?
Como siempre indicamos, hay muchos tipos de pérdidas y toda pérdida nos introduce en un proceso de duelo. Una persona doliente puede convertirse en tal por la pérdida de un ser querido, una ruptura sentimental, la pérdida de un animal, la pérdida de un trabajo, la pérdida de un hijo no nacido, etc.
Hay situaciones que nos conducen al camino de las lágrimas, pero también hay multitud de condicionantes que pueden hacer que no las dejemos brotar. En un duelo desautorizado es evidente el rechazo del entorno hacia el dolor que la persona experimenta. En el caso del duelo por un fallecimiento, hay duelos que no se permiten porque no se considera que la persona tenga un vínculo de unión tan fuerte con la persona que se ha marchado.
Otras veces, esa unión puede no considerarse legítima, eliminando desde el comienzo el derecho de la persona de expresar su malestar. Esto puede darse, por ejemplo, en aquellos casos en los que exista una relación extramatrimonial y el amante sea el doliente.
Otra situación común de duelo desautorizado es aquella en la que se cuestiona o se califica el dolor de una persona por la muerte de su mascota. Hay muchas personas, habitualmente aquellas que son desconocedoras del vínculo que se establece con un animal, que ridiculizan y banalizan este sufrimiento.
Puntualicemos, además, que puede haber dolientes olvidados también por género. Como sabemos, tradicionalmente al hombre se le niega la posibilidad de expresión emocional.
Las situaciones o temas tabú también nos conducen a introducirnos en el mundo del duelo desautorizado. No se habla de un aborto, sea espontáneo, sea elegido o sea provocado. No se habla de la pérdida de una capacidad, no se habla del divorcio o tampoco de la pérdida del proyecto de vida. Y como no se habla porque duele y porque da miedo, no se genera un contexto de validación emocional.
Ejercemos como autoridad, aunque no lo seamos
Como vemos, numerosas son las situaciones que nos pueden conducir a reprimir nuestros sentimientos de cara a nuestro entorno social y, a su vez, a sentir una tremenda tormenta interna. A veces somos nosotros quienes no nos lo permitimos y deslegitimamos el dolor sin esperar a la contribución ajena, mientras que el entorno ni siquiera se percata de ello.
No obstante, este sufrimiento, este duelo, puede llegar a complicarse por la invalidación externa y eso tiene consecuencias devastadoras en la salud mental. Muchas veces el juicio ajeno es el que pretende determinar la ausencia o presencia del dolor emocional y, además, qué grado de pesar se puede tener. Pero, ¿cómo es posible que las personas lleguemos a considerarnos la autoridad emocional de la vida de alguien?
Si lo pensamos, es tremendamente devastador. Una persona puede generar un proceso de duelo desautorizado con una palabra, un gesto o una ausencia de acción. No obstante, esta dinámica es la tónica general.
La sociedad nos va dictando, en función de los valores imperantes en ella, lo que podemos o no podemos hacer. En Occidente, la norma nos conduce al control emocional y la casi total represión de las emociones y sentimientos negativos.
La situación de pérdida normativa es de las pocas en las que se permite manifestar el sufrimiento. Pero esta “excepción” no deja de tener puesto el corsé y se nos indica veladamente cómo y durante cuánto tiempo podemos llorar y manifestarnos dolientes.
El dolor emocional y las consecuencias de no dejarlo brotar
Los psicólogos vemos en consulta multitud de procesos que están vinculados a un duelo no elaborado por ser un duelo desautorizado. Esto ocurre porque el ser humano necesita dejar brotar el sufrimiento, hacerlo manifiesto y recogerse en esa experiencia emocional a la que nos conduce la pérdida. Cuando no se identifica o se reprime, la consecuencia es que ese dolor permanece escondido debajo de nuestra alfombra mental durante meses o años, haciéndonos daño día tras día y generando problemas diversos que escapan a nuestro entendimiento.
En general, la investigación nos muestra cómo las palabras de aliento, los mensajes confortantes, las orientaciones y el apoyo emocional que se recibe de nuestro entorno social más próximo desempeña un papel fundamental en el mantenimiento y promoción de la salud y en la elaboración de situaciones dolorosas (Neimeyer, 2002; Cabodevilla, 2007; Costa y Cabanillas, 2013).
De hecho, tal y como muestra la investigación realizada por Villacieros et al (2014), aquellas personas en contextos de duelo en los que no se favorece la ventilación emocional acaban situándose en una posición de mayor vulnerabilidad y requiriendo de atención psicológica específica.
Cuando las personas estamos tristes o desasosegadas, necesitamos consuelo, apoyo emocional y un contexto de validación. Cuando no lo tenemos, la tendencia será a negarlo, a reprimirlo o a esconderlo.
En el caso de los fallecimientos, participar en los ritos de despedida convenidos o generar ritos propios nos ayuda a transitar por el dolor del shock inicial para hacernos a la idea de que la relación con esa persona a partir de ese momento trascenderá a lo material y se convertirá en espiritual. En este y otros casos, necesitaremos hablar sobre lo que sentimos, sobre lo que hemos perdido y sobre cómo vamos a funcionar a partir de ese momento.
Evidentemente, la particularidad de cada pérdida nos conducirá a crear diferentes estrategias de afrontamiento de la situación. En función de la naturaleza del quebranto, será más adecuado caminar hacia un afrontamiento centrado en la resolución del problema o hacia un afrontamiento centrado en la emoción.
Sea como sea, lo que rodea a un duelo tabú es un entramado complejo cuya maraña de dolor se mantiene en diferido en nuestra vida hasta que nos permitimos rescatar el dolor, observarlo, examinarlo y atenderlo. A veces, para poder lograrlo necesitamos ayuda profesional y ese, sin duda, es un primer gran paso hacia la sanación.
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- Bonanno, G.A. (2001). Grief and emotion: A social-funtional perspective. En: Stroebe MS, Hansson RO, Stroebe W y Schut H (ed.). Handbook of bereavement research: Consequences, coping, and care. Washington: American Psychological Association, 493-515. Cabodevilla, I. (2007). Las pérdidas y sus duelos. In
- Anales del sistema sanitario de Navarra
- (Vol. 30, pp. 163-176). Gobierno de Navarra. Departamento de Salud. Cabanillas, M.C. y Méndez, E.L. (2013). Manual para la ayuda psicológica: Dar poder para vivir. Mas allá del counseling. Ediciones Pirámide. Neimeyer, R.A. (2002). Aprender de la pérdida. Una guía para afrontar el duelo. Barcelona: Paidós. Villacieros, Magaña, Bermejo, Carabias y Serrano (2014). Estudio del perfil de una población de personas en duelo complicado que acuden a un centro de escucha de duelo. Medicina Paliativa, 21, 3.