El efecto de la mente en la salud física
Para Hipócrates de Cos, el padre de la medicina, el cuerpo tenía la capacidad intrínseca de curarse por sí mismo y la labor del médico debía orientarse a facilitar ese proceso natural. La enfermedad era fruto de un desequilibrio en el que la mente y el carácter jugaban un papel importante.
Con el advenimiento de la modernidad y el modelo científico positivista se abrió camino una forma nueva de ver y entender el cuerpo humano. Descartes impuso su visión metafísica, en la que cuerpo y mente son realidades separadas y a veces hasta opuestas entre sí. La medicina convencional, tal y como la conocemos hoy, se construyó sobre esa base. Con el desarrollo de las ciencias humanas, la mente volvió a entrar en el consultorios de los galenos, pero siempre como un factor marginal, de incidencia no muy relevante para la salud.
Freud, el neurólogo vienés, se enfrentó a esas contradicciones entre mente y cuerpo en los albores de su formación. Los pacientes que cautivaron su interés padecían de parálisis, cegueras y otros síntomas para los que la medicina no encontraba explicación. Una salvaje disciplina de investigación y su férreo espíritu experimental lo llevaron al descubrimiento del inconsciente, esa realidad que por fin permitía entender y curar aquellos extraños males.
El cuerpo, un discurso
Con la aparición del psicoanálisis el cuerpo dejó de ser un organismo que funciona bien o mal, por razones estrictamente físicas. Los nuevos hallazgos permitieron concluir que el cuerpo es también un espacio donde el inconsciente se expresa. Muchas de las enfermedades que no tenían lugar ni cura dentro de la medicina convencional, encontraron sentido en el marco de esta nueva conceptualización.
Con Jacques Lacan se llevaron aún más allá estas ideas y se definió al cuerpo como un libro en el que la mente escribe sus significados.
Estas aportaciones no han tenido eco en el ejercicio médico cotidiano. De hecho, el inconsciente y sus malabares se miran aún con cierta sonrisita de desconfianza.
La mente sigue viéndose como un factor de menor cuantía y escasamente se toma en cuenta. Los médicos buscan la tranquilidad y la buena disposición de los pacientes, porque es claro que esto ayuda a su curación. Pero, en general, se mantienen fieles al dato del laboratorio más que al relato del enfermo. Si te deprimes o estás muy ansioso durante el tratamiento, para eso están las píldoras. No hay tiempo de otra cosa.
Nuevos paradigmas
Mientras la medicina y la farmacéutica han avanzado gloriosas por la historia, paralelamente también han ido tomando lugar otros enfoques que defienden una nueva perspectiva. Es el caso de la homeopatía, la etnomedicina, la bioenergética y ese cúmulo de medicinas alternativas que resisten, a veces desde la sombra, y son cuestionadas por el cientifismo radical.
También hay orientaciones más psicoanalíticas, como ocurre con la biopatografía, heredera de los postulados de Viktor Von Weizsaecker, un médico alemán considerado como el padre de la Medicina Antropológica. Desde esta perspectiva, la enfermedad debe entenderse como un desequilibrio directamente asociado al inconsciente y no puede curarse sin antes hacer un recorrido detallado por la historia de cada individuo. En Argentina hay una importante escuela médica, fundada en 1967, que ya cuenta con suficientes estudios y documentación como para que valga la pena tomarla en serio. Se trata de la Fundación Chiozza. Aquí un enlace a su biblioteca.
Sin duda, la medicina convencional ha hecho y sigue haciendo aportes decisivos para aliviar el dolor humano. Los avances en ese terreno desafían la imaginación y prueban ser la diferencia entre la vida y la muerte. Sin embargo, las medicinas alternativas o complementarias también tienen mucho por decir ¿por qué entonces se las trata como invitados de tercera en la fiesta medicinal?
Cuerpo y mente son una unidad indivisible. Hipócrates de Cos lo intuyó desde un comienzo y tras un accidentado recorrido histórico, muchos enfoques coinciden con él. Tal vez no es mala idea escuchar lo que nos dice el cuerpo cuando enferma, o leer lo que está escrito en cada malestar. Tal vez si en el lugar donde está la pastilla ponemos más bien una pregunta, podríamos encontrar no tanto el “por qué” enfermamos, sino “para qué” decidió hacerlo nuestro cuerpo.