El estrés en la infancia altera los sistemas de recompensa del cerebro
Nadie es ajeno al impacto del estrés, incluidos los niños. Nos encantaría que toda criatura fuera inmune a cualquier experiencia adversa o desafiante. Sin embargo, los problemas, la angustia y hasta la ansiedad, conforman dimensiones normales que todo pequeño deberá afrontar en algún momento. Hacerlo es parte de su crecimiento psicosocial.
Con esto queremos decir que hay vivencias que, aunque sean desafiantes, conforman parte de la cotidianidad en la infancia. Ejemplo de ello puede ser hacer frente a las malas notas, problemas con algún compañero en el colegio o incluso gestionar los celos entre hermanos. Esas dinámicas generan obstáculos comunes que a cualquier niño le toca manejar.
Ahora bien, algo que ninguna persona debería vivenciar es la sensación de amenaza física y/o emocional. Experimentar temprano la sombra del desamor, la soledad o la violencia en todas las formas es algo contra natura. Pero sucede, la infancia se ve vulnerada de infinitas maneras y esto deja secuelas profundas que ahora conoceremos mejor.
Cuando el estrés se vuelve abrumador en los niños, se desarrollan efectos a nivel neurológico.
El estrés en la infancia y el procesamiento de las recompensas
El hecho de que un niño se sienta estresado en un momento dado entra dentro de la cotidianidad. Si como adultos les ofrecemos estrategias para manejar esos instantes de dificultad, de miedo o frustración, lidiarán con mayor acierto en el futuro situaciones parecidas. Ahora bien, el problema llega cuando un niño se expone a eventos de estrés crónico.
El estrés persistente en la infancia tiene serios efectos en la salud física y mental de toda criatura. Escenarios personales tan graves como crecer en situación de abandono, con carencias afectivas o siendo víctimas del maltrato altera el desarrollo cerebral. La Universidad Rockefeller, en Nueva York, destaca en un trabajo el efecto que suele tener en áreas como la amígdala, la corteza prefrontal y el hipocampo.
Estas regiones son las que facilitan procesos como la regulación emocional o las buenas competencias cognitivas, como la atención, la reflexión o la resolución de problemas. Por otra parte, en una investigación reciente se aporta una información más puntual y con gran relevancia. El estrés en la infancia altera los sistemas de recompensa cerebrales. Esta característica tiene un serio efecto en muchas áreas. Lo profundizamos.
Un riesgo común en los niños que han sufrido situaciones de elevado estrés crónico es derivar en conductas adictivas.
Alteraciones en la motivación
Una dimensión clave para desarrollar nuestro potencial tiene que ver con la motivación. Las personas nos proponemos metas por las que trabajar, soñamos con objetivos que nos ilusionan e ideamos estrategias para superar dificultades. Ahora bien, en el trabajo antes citado realizado en colaboración con varias universidades como la de Princeton y Pittsburgh, destacan cómo el estrés en la niñez reduce el comportamiento motivado.
Esas experiencias adversas alteran la neuroquímica cerebral y, con ella, el desarrollo óptimo de ciertas regiones.
El núcleo accumbens y el área tegmental ventral, vinculadas a los sistemas de recompensa cerebrales, orquestan también nuestro comportamiento guiado por objetivos. Una niñez en una familia disfuncional puede hacer que esta característica se vea alterada.
Mayor riesgo de trastornos del estado de ánimo
Los circuitos de recompensa maduran a lo largo de la niñez y la adolescencia. No es hasta los 20 o 21 años cuando esa maduración termina; justo al mismo tiempo que lo hacen las áreas prefrontales. Bien, es importante saber que el estrés en la infancia altera ese desarrollo óptimo. ¿Y qué efectos tiene esta alteración en el plano psicoemocional? El impacto puede ser muy significativo.
No solo se reduce el comportamiento motivado, la sensación de placer también se ve alterada. Llega un momento en que cuesta disfrutar de experiencias que para todo el mundo suelen ser gratificantes. Las aficiones les duran muy poco, les cuesta mantener el interés en casi cualquier ámbito y los objetivos o proyectos dejan de ser ilusionantes a los pocos días.
Las relaciones sociales van y vienen según necesidades y no por afectos. No es fácil trazar vínculos emocionales gratificantes, siempre asaltan los miedos y las dudas. También el desinterés. Esas alteraciones en los sistemas de recompensa cerebrales y la dificultad para disfrutar o sentirse motivados, cursan con frecuencia con trastornos de ansiedad y depresión.
Mayor riesgo de adicciones
El sistema de recompensa tiene como objetivo facilitar que repitamos conductas o estrategias para las que obtenemos un refuerzo. Lo hacemos porque dicha acción nos ofrece un beneficio, bienestar o placer gracias a la dopamina. Ahora comprendemos mejor cómo y por qué el estrés en la infancia eleva el riesgo de que estos niños muestren en el futuro algún tipo de adicción.
Las personas que han sufrido adversidades en la niñez evidencian una menor regulación de los impulsos y capacidad de reflexión. A ello, se le suma la necesidad de experimentar sensaciones nuevas e intensas. Recordemos que su capacidad para sentir placer está por debajo del umbral medio.
Esto hará que busquen situaciones de gran impacto que les ofrezcan un pico más alto de refuerzo de dopamina. El abuso de sustancias es ese mecanismo mediante el cual, «sentir algo», un bienestar intenso, pero breve. También, apaciguar el estrés y la ansiedad. El no haber desarrollado habilidades de afrontamiento funcionales para aliviar el malestar eleva el riesgo de recurrir a las adicciones.
¿Qué se puede hacer?
Son muchos los jóvenes que evidencian este tipo de patrones conductuales. La baja motivación, los trastornos de ansiedad, depresión y las adicciones comportamentales o a sustancias suelen tener como desencadenante una infancia estresante. ¿Qué podemos hacer en este tipo de realidades sociales tan recurrentes?
Proteger la infancia debería ser un pilar esencial en toda comunidad, en toda sociedad avanzada. Detectar a la familia disfuncional o al niño desatendido o maltratado es algo que debe establecerse en la escuela como protocolo. No obstante, si estas situaciones ya han sucedido y tenemos a un adolescente o adulto joven con problemas de comportamiento y de salud mental, hay que actuar.
Cuanto antes se intervenga, antes podremos prevenir otras circunstancias más graves. El apoyo psicológico y social, sumado al asesoramiento familiar, puede ayudar en estos casos. Asimismo, vale la pena recordar las palabras del neurólogo y etólogo francés Boris Cyrulnik: «Una infancia infeliz no determina una vida». El cambio es posible, y la felicidad una realidad que toda persona merece.
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- Hanson, J. L., Williams, A. V., Bangasser, D. A., & Peña, C. J. (2021). Impact of Early Life Stress on Reward Circuit Function and Regulation. Frontiers in psychiatry, 12, 744690. https://doi.org/10.3389/fpsyt.2021.744690
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