El orgullo, ese cable de alta tensión
Muchísimas personas están esclavizadas o sometidas en cierta forma por el orgullo. Aunque en ocasiones hay quien considera que “ser poseedor de orgullo” o lo que coloquialmente se conoce como ser “orgulloso” es algo positivo, sigo considerando que en realidad no deja de ser un defecto de carácter, por el cual la persona que lo padece tiene un concepto sobre si mismo vanidosamente superlativo.
En innumerables ocasiones, bien por circunstancias adversas, malos entendidos, o conflictos que tienen solución pero que necesitan de buena voluntad para ser resueltos, el enemigo más adverso y la barrera mas difícil que encontramos se denomina” orgullo”.
La gran desventaja del orgullo, es que no nos permite ver ni ser quiénes realmente somos. En ocasiones nos obliga a transitar por caminos (metafóricamente hablando) totalmente distintos a nuestra forma de sentir y caminamos empujados por una fuerza interior que no nos deja ceder ni tan siquiera ante la razón.
¿Cuántos de nosotros no hemos discutido con parejas, jefes, amigos, con o sin razón y no hemos sido capaces de solucionar el enfrentamiento, o transcurrido un tiempo hacer las paces?. Lo que suele ocurrir, es que ante situaciones difíciles nos preguntamos ¿ Por qué somos nosotros los que tenemos que dar el primer paso?. Pues bien, la respuesta es porque tenemos la necesidad de tener la razón. El orgullo produce una necesidad de situarnos en una posición antinatural que satisface exclusivamente a nuestro “ego”.
Llegado un momento, las personas orgullosas se sorprenden cuando se dan cuenta de que se han quedado solas con su orgullo. La llave que abre todas las puertas tiene nombre: se denomina “perdón”. Cuanto antes pronunciemos esta palabra después de un conflicto o contratiempo, antes podremos resolverlo y su importancia y gravedad no se prolongará indefinidamente acumulado con rencor y rabia.
Todos las personas somos limitadas e imperfectas. Errar y reconocer errores forma parte de nuestra existencia, y por mucho orgullo que acumulemos ante situaciones dramáticas, (como enfermedad o sufrimiento) o circunstancias cotidianas, ( de relación familiar, social, laboral, etc) siempre necesitaremos de los demás para vivir y alcanzar confort, tranquilidad, y cierto grado de felicidad.