El secreto de la juventud
Hace pocos días tuve la oportunidad de conocer a Rosa, una mujer de ochenta años que comenzó a estudiar inglés, por primera vez en su vida, hace unos seis meses. No tiene parientes extranjeros ni planea realizar ningún viaje en el corto plazo. Sin embargo, todos los martes y jueves, después del almuerzo, coloca su cuaderno en la cartera y, sin mezquinar coquetería, se arregla el cabello, se maquilla y se perfuma para ir a su clase de inglés. En la cuadra donde vive algunas vecinas la miran preocupada. “Creen que estoy loca. Me preguntan para qué quiero estudiar inglés a mi edad”, me cuenta entre risas.
Su relato, sin proponérselo, me llena de esperanza. La llamada “tercera edad”, hay que decirlo, no tiene buena prensa. El cuerpo va perdiendo fuerza, todo parece costar el triple y los dolores están a la orden del día. Es por eso que un caso como el de Rosa es un gran estímulo para reflexionar y cambiar la mirada sobre esta etapa de la vida.
La peor enemiga en la vejez
El hecho de no tener el ritmo y las obligaciones de la juventud puede generar en las personas mayores la sensación de estar aislados y de sentirse inútiles para el resto del mundo. Esto, sin duda, repercute también en la autoestima y puede traer frustraciones. Sin embargo, si cambiamos el cristal desde donde miramos, podemos ver que la otra cara de la moneda de la inactividad es el tiempo libre.
Mientras todo el mundo está tapado de trabajo, fantaseando con todo lo que haría si tuviera más tiempo libre, los ancianos cuentan con ese bien tan preciado. Algunos dirán que el cuerpo o la cabeza no funcionan igual que en la juventud. No hay por qué negarlo, a medida que nos hacemos mayores nuestras energías no son las mismas y el cuerpo pasa factura de los años que lo hemos usado. Pero realmente hay tantas opciones que ese no debiere ser un impedimento.
Siempre se puede buscar una actividad acorde a las posibilidades e intereses de cada uno, desde la simple lectura hasta las manualidades o la jardinería. No importa cuál sea la elección mientras sirva para hacer del tiempo ocioso un momento de satisfacción y disfrute. Sin duda, la peor enemiga en la vejez es la inactividad.
El placer de aprender
A Rosa las vecinas le preguntan para qué estudia, si vale la pena “a esa edad”. Ella, con su sonrisa y su vitalidad arrolladora les contesta que estudia porque le gusta. Así de simple.
Pero atrás de su respuesta, y aunque ella tal vez no lo sepa, hay muchas investigaciones que avalan su actitud emprendedora. Así como cuando no se utiliza un músculo se atrofia, lo mismo ocurre con el cerebro. No es ninguna novedad que con el paso del tiempo, el cuerpo y el cerebro se van deteriorando. Aún con esa certeza, o precisamente por ella, es importante mantenerlos en funcionamiento.
Aprender cosas nuevas no solo nos permite estimular la mente y retrasar la pérdida de la memoria, sino que también favorece la autoestima y contribuye a tener una actitud positiva frente a la vida. ¿Acaso importa si en algún momento vamos a necesitar esos nuevos conocimientos? Si nos sirven para un fin práctico, mucho mejor, y si no ¿el placer de aprender algo que uno disfruta no es razón suficiente para hacerlo?
El pintor Pablo Picasso dijo una vez: “Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida”. Esta hermosa clave nos ayuda, una vez más, a cambiar el ángulo de observación. No hay que dejar de hacer cosas por ser viejo, sino hacerlas precisamente por eso.
El secreto de la juventud
Es posible que la vejez conlleve dificultades que no existen en otras edades, pero también es cierto que, por obvio que parezca, mientras no morimos estamos vivos. Hay muchos factores que pueden mejorar la calidad de vida en esta etapa. Aprender una nueva receta de cocina, jugar a las cartas, hacer crucigramas, usar Internet, leer, caminar, contar cuentos o, como hace Rosa, aprender un nuevo idioma, son pequeñas cosas que contribuyen a mantener el espíritu joven y a que la edad sea solo un dato en el documento.
Foto cortesía de Nika Art