El síndrome de la felicidad aplazada
El síndrome de la felicidad aplazada es una consecuencia de una mala gestión del tiempo. En ella, los planes deseados son aplazados una y otra vez por distintas obligaciones que se suceden, de manera inexorable, una tras otra.
Las emociones de valencia negativa que se derivan de esta perversa costumbre pueden afectar a nuestro rendimiento, a nuestras relaciones personales y laborales. Incluso, pueden llegar a cambiar nuestra personalidad. Por eso, es importante saber disponer obligaciones y placeres, de manera que las primeras no terminen con las segundas.
La felicidad y otras emociones
La felicidad es una de las llamadas emociones positivas porque, en general, sus efectos son positivos sobre el organismo y las relaciones. Podemos decir que sentimos felicidad cuando experimentamos una satisfacción plena, poco perturbable, ocasionada por el cumplimiento de un objetivo o una experiencia placentera.
Puede parecer que la felicidad es, inequívocamente, una emoción siempre positiva. Esto, sin embargo, no siempre es cierto. A priori, sus efectos son positivos, pero, cuidado, porque nuestra mente puede engañarnos.
Los seres humanos experimentamos un amago de felicidad (o, al menos, de placer) cuando imaginamos, recordamos o ansiamos momentos felices. Pero esta ilusión de felicidad no dura mucho y, consecuentemente, puede convertirse en frustración, hastío y estrés.
Síntomas del síndrome de la felicidad aplazada
Para saber si padecemos este síndrome podemos atender a los siguientes síntomas:
- Buscas constantemente algo mejor, nunca estás satisfecho con tus logros y siempre ves oportunidades de mejora que, inevitablemente, hacen que pierdas interés por tus logros y no los valores.
- El dinero te obsesiona y ahorras todo lo que puedes, con vistas a gastarlo cuando lo necesites, pero ese momento nunca llega, ya que nada es demasiado urgente para gastarlo.
- El miedo al fracaso te obsesiona tanto que prefieres permanecer en la situación en la que estás a crecer personal, familiar o laboralmente.
Estos tres síntomas, en su suma o individualmente, son causa inequívoca de que necesitas hacer un cambio. Postergar la felicidad no hace más que dar rienda suelta a las emociones negativas e impide que seamos realmente felices. Muchas veces, lo cierto es que al final, la felicidad, de tanto posponerla, termina por no llegar.
Consecuencias de aplazar la felicidad
Los efectos del síndrome de la felicidad aplazada son evidentes: en el estado opuesto a la felicidad, nos encontraremos apáticos, melancólicos o irritables. En realidad, lo que está haciendo la persona con este síndrome es aplazar una y otra vez esa felicidad, proyectarla de manera constante hacia el futuro, de manera que nunca llega.
Como consecuencia, se termina generando un miedo, no solo al fracaso, sino también al riesgo en sí mismo, por el miedo a poner en peligro un estilo de vida considerado razonable o estable. La realidad es que, muchas veces, esa imagen de la vida no es real, sino fruto de la aceptación de que “no debemos aspirar a más”.
¿Cómo hacer frente al síndrome de la felicidad aplazada?
Si estamos inmersos en el síndrome, quizá no seamos conscientes de cuál es el problema, pero si sabemos qué nos ocurre, es importante que actuemos lo antes posible.
Reordena tus prioridades
La solución pasa por dar paso a lo verdaderamente importante, que no siempre coincide con lo urgente. Esto significa priorizar o destinar tiempo a aquello que te apasiona. Se trata, simplemente, de ver que también necesitas un espacio para disfrutar, y no solo para sufrir o sacrificarte, por mucho que este sacrificio después pueda hacerte sentir bien.
Como consecuencia, es probable que ese afán por ser feliz te lleve a tomar riesgos, pero esto son necesarios para avanzar. Si evitamos de manera sistemática los riesgos, terminaremos perdiendo calidad de vida… y todo gracias a esas limitaciones autoimpuestas que nos dejan un espacio muy pequeño sobre el que movernos.
Piensa en lo que ya te hace feliz
Nadie es totalmente infeliz; todos tenemos algo en nuestra vida que nos complace, y es este es un punto de partida interesante. En lugar de seguir proyectando la felicidad, por mucho que sea con el objetivo de reordenar las prioridades, vivir el presente ayudará en el cambio que te proponemos.
Es decir, si ya hay hábitos que te hacen sentir bien, como leer o dedicar unos días al año a viajar, intenta que esto que ya haces no sea desplazado por las obligaciones. A fin de cuentas, frente al síndrome de la felicidad aplazada, el plano de la hipótesis es mucho menos tangible que la realidad.