El tiempo: esa gota que se desliza y no podemos parar con la mirada
No es una buena idea darle tiempo al tiempo, porque no sabemos qué va a hacer con él.
Decía Dani Rovira en uno de sus monólogos que cuando somos pequeños miramos a los mayores de nuestro colegio y nos parecen tan grandes que pensamos que tendrá que pasar una eternidad hasta alcanzar ese tamaño. Después, cuando lo logramos, nos damos cuenta de que en realidad no somos tan grandes y que eso tiene algunos inconvenientes, como tener que asumir más responsabilidades…y miramos atrás y aparece la primera nostalgia. Una nostalgia tímida, igual que desliza la primera gota por el cristal en un día de lluvia.
Aparece esa intuición de que no los charcos ya no son tan divertidos. Además surgen enigmas, como las personas del otro sexo, frente a las que de repente ha aparecido una barrera. Una especie de agujero negro que nos excita y repele a la vez, frente al que los adultos nos interrogan preguntándonos por nuestra primera novia “del cole” o censuran ciertos comportamientos sin explicarnos bien el porqué.
Pasamos a ser adultos y la infancia queda atrás
Después llega la Universidad y nos encontramos con que aquel es un mundo muy distinto al que su fama y su escaparate anunciaban. Seguramente más frío, seguramente con instantes de enorme intensidad, con momentos de placer sencillo que luego se convertirán en los mejores recuerdos.
Una cena, una noche jugando hasta las tantas, un examen imposible que solucionamos en una noche de inspiración y los rezos y plegarias para que los efectos de las diapositivas no fallen el día de la exposición.
“No es una buena idea darle tiempo al tiempo, porque no sabemos qué va a hacer con él”
En la facultad pasa lo mismo que en el colegio, pero esta vez mucho más rápido. Cuando entramos y vemos a “nuestros veteranos” pensamos que tienen que saber un montón. Sin embargo, cuando el tiempo te pone del otro lado te das cuenta de que la memoria es frágil y al llegar al último curso te preguntas, ¿qué he aprendido durante todos estos años que me sirva para optar a un puesto de trabajo?
La respuesta no es fácil, los comienzos de becario tampoco lo son. Quieres aprender pero te mandan tareas rutinarias, lo que te pagan no te da para vivir y cuando llevas un tiempo te das cuenta en muchos casos que terminas haciendo lo que nadie quiere. Así, peleando te plantas en los treinta. Un lugar en el que al principio de los veinte pensabas que ibas a tener la vida perfectamente ordenada y encaminada.
Además te sorprendes porque esa falta de desatino tampoco te sienta mal. Por otro lado, te das cuenta de que ya has consumido una buena parte de tu vida y que la mochila de proyectos futuros no a hecho más que engordar. Viajes, idiomas, cursos, deporte, lecturas, películas: toda la lista de lo pendiente te supera.
Entonces piensas en si hay alguna manera de cambiar la física para introducir en el espacio futuro toda esa glotonería de sueños. Una opción sería parar el tiempo, pero eso resulta tan imposible como detener con la mirada a la gota que resbala por la ventana en los días de lluvia cuando ya hay muchas.
Así, como dice Dani Rovira, recordando una gregería del genial Gómez de la Serna, cuando te das cuenta de que en realidad el paso del tiempo se asemeja a un precipicio, viene un niño -el que fuiste- y te empuja.
Prioridades proyectadas sobre el tiempo
“Ni rápido, ni despacio
Sólo lento
Ni respiro, ni suspiro
Sólo aliento
Ni remo, ni mar
Sólo viento
Ni mañana, ni noche,
Sólo tiempo”
-Mónica Carrillo-
Con este acto de conciencia sobre nuestra propia invención, el tiempo, llegamos a la conclusión de que tenemos que priorizar. En algunos casos juntamos proyectos para los mismos instantes, como la de aprender una película y ver un idioma. Perdonad, lo he dicho al revés.
Este efecto pernicioso, consecuencia de potenciar las diabluras de la atención, se debe a otro intento por gozar de nuestra glotonería de anhelos. Hablamos de intentar hacer el máximo de actividades al mismo tiempo, con infinidad de pantallas y de comunicaciones abiertas. Lo que se conoce como trabajar en modo multitarea.
Así nos encontramos, frente a lo que podríamos pensar, que las personas que menos trabajan de esa manera suelen ser más inteligentes. También nos encontramos con que las personas inteligentes tienen menos amigos que la media, por lo tanto tienden a tener reacciones más profundas y menos relaciones superficiales.
En este sentido, el mejor recurso para evitar que el tiempo se disipe consiste en establecer una buena escala de prioridades en la que cuente más lo que estamos viviendo que la indecisión, asociada a la libertad, de tener la posibilidad de cambiar continuamente de proyecto.
Piensa que con la tecnología actual podemos anular una cita o fijarla con muy poco tiempo de anticipación. Así, lo que en principio es una gran ventaja, lo que logra es ampliar el periodo de indecisión o de duda. Crece la ansiedad y la la percepción de la velocidad a la que pasa el tiempo se dispara.
El tiempo es, al final, el mejor regalo con el que contamos. Un lienzo en el que hay condicionantes, pero también en el solemos contar con buen margen de maniobra para pintar. Invierte en procesos que te gusten, antes en logros que anheles; invierte en experiencias, antes que en objetos; invierte en sonrisas antes que en caras largas y por nada del mundo desperdicies el regalo de vivir y emocionarte.
“El tiempo es implacable, el tiempo no espera a nadie”