La falacia de llegada: cuando triunfar te decepciona
Si eres de los que espera lograr la felicidad cuando consiga por fin ese trabajo, cuando apruebe esa oposición o tenga un cuerpo “diez”… Cuidado. Tal vez tu enfoque sea el equivocado. Todos, en algún momento, hemos caído en lo que se conoce como falacia de llegada. Es decir, muchas veces pensamos que nuestra vida será mejor cuando conquistemos un objetivo determinado.
Sin embargo, esas expectativas no siempre se cumplen. Lo apostamos todo a esa cima, y cuando por fin la coronamos con gran esfuerzo, aparece la decepción, el vacío, la contradicción. Es una experiencia que puede ser bastante conocida. De hecho, hay casos en que al conquistar un logro extraordinario más de uno deriva una depresión.
¿A qué se debe este fenómeno? ¿Somos las personas demasiado volubles? Al fin y al cabo, resulta contradictorio apostarlo todo a un propósito y, cuando por fin lo hacemos nuestro, podemos caer en el pozo del desánimo. Bien, lo cierto es que esta es una realidad muy común y que la psicología viene estudiando hace tiempo. Profundizamos en ella.
¿Qué es la falacia de llegada?
La falacia de llegada define esa ilusión que experimenta el ser humano ante la idea de que, al lograr algo, su felicidad será absoluta y duradera. Ese es el auténtico problema: asumir que la satisfacción será permanente cuando se logra la meta. Es como quien finalmente obtiene una plaza en una oposición, y da por sentado que su vida será a partir de entonces un sendero de rosas sin espinas…
Sin embargo, tras ese logro, uno se da de bruces ante la llegada de nuevos problemas y desafíos. La felicidad no dura, se deshilacha. La promesa de un bienestar permanente es efectivamente una gran falacia.
El psicólogo de Harvard Tal Ben-Shahar indica que esta sensación debe animarnos a poner un punto de prudencia en nuestras expectativas. Con frecuencia, ni llegaremos exactamente a ese lugar que queremos, ni lo necesitaremos para conseguir lo que realmente anhelamos.
Aunque lo cierto es que es muy fácil caer en este tipo de trampas. Lo hace, por ejemplo, quien da por sentado que al perder unos kilos y tener un cuerpo “más normativo” tendrá más éxito social. Somos personas orientadas al futuro y en ocasiones construimos expectativas poco realistas sobre lo que nos traerá el devenir. Ahora bien, ¿quiere decir esto que es mejor no ponernos metas o situar expectativas en el día de mañana?
A menudo damos por sentado que la felicidad nos encontrará detrás de una línea de meta. Y por ello, nos esforzamos lo indecible en conseguir cosas, cuando lo cierto es que tenemos lo suficiente para ser felices aquí y ahora.
¿Qué viene primero, la felicidad o el éxito?
Establecerse metas, objetivos y propósitos no solo es positivo, es recomendable. Lo que ya no lo es tanto es apostar a que todo nuestro bienestar y nuestra felicidad se situarán justo ahí, detrás de esa línea de meta. Nos centramos tanto en que “cuando tengamos tal cosa seremos dichosos para siempre” que es casi inevitable sentir un vacío cuando obtenemos ese santo grial.
La falacia de llegada la suelen sufrir quienes alcanzan el éxito social. Muchos viven un ascenso meteórico en sus carreras, para llegar a la cúspide, y volver a caer. Les sucede a actores, cantantes y deportistas. También a figuras anónimas; a cualquiera de nosotros. Nuestra cultura, al fin y al cabo, nos inculca la idea de que seremos merecedores de la felicidad solo cuando consigamos “algo”.
Esto explica por qué casi sin darnos cuenta, nos convertimos en eternos buscadores de la felicidad. Nos esforzamos, situamos la mirada en el mañana soñando con ese día en que, por fin, nos alcance esa emoción y perviva para siempre en nosotros. Sin embargo, mientras tanto es imperante apretar bien los dientes, renunciar a cosas…
Sin embargo, la ciencia no está de acuerdo con este enfoque. Una investigación nos lo dejan claro: el éxito no siempre da la felicidad, pero el afecto positivo, es decir, la persona feliz y satisfecha consigo mismo sí tiene mayor probabilidad de lograr el triunfo…
La felicidad es un estado mental, no un destino
Hay un hecho que nos recuerda la neurociencia e incluso la antropología. Las personas no estamos “diseñadas” para ser felices, lo estamos para sobrevivir a los entornos complejos que nos rodean. Esto nos da una pista de por qué a veces nos cuesta tanto alcanzar esa dicha extraordinaria. El cerebro solo quiere que estemos a salvo de amenazas y peligros.
Tenemos pleno derecho a marcarnos metas, a soñar, a imaginarnos cómo será nuestra vida cuando logremos esto y lo otro. Ahora bien, no nos olvidemos de que la felicidad no es un destino, es un estado mental que podemos y debemos promover a diario.
Es más, sabiendo que la felicidad es algo puntual y casi fugaz, siempre es más recomendable centrarnos en nuestro bienestar. Estar bien con nosotros mismos, confiar en nuestras habilidades, sentirnos orgullos de cómo somos y dignos de lograr lo que deseamos y merecemos, es sin duda el mejor recurso. Y eso no se halla detrás de una línea de meta, este enfoque debe acompañarnos a cada segundo y durante toda nuestra existencia…
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