Los ganglios basales y su papel en la formación de hábitos
A lo largo del día ponemos en marcha incontables hábitos: desde cepillarnos los dientes hasta vestirnos o seguir la ruta en coche que nos conduce al trabajo.
Todas estas secuencias de acciones se realizan de forma automática, sin necesidad de control consciente y nos facilitan enormemente la rutina cotidiana. Sin embargo, su ocurrencia sería imposible sin la intervención de ciertas estructuras cerebrales. Por ello, queremos hablarte del papel de los ganglios basales en la formación de hábitos.
Cabe mencionar que no todos los hábitos son positivos y beneficiosos. Las adicciones, la mala alimentación o el sedentarismo tienen un importante componente automático, y por esto que nos resulta tan difícil hacer cambios al respecto. Sin embargo, conocer el funcionamiento de los ganglios basales puede ayudarnos a lograr el objetivo.
¿Qué es un hábito?
Los hábitos forman parte del denominado “aprendizaje con refuerzo”. Así, un acto (o una secuencia de acciones) que se repite en varias ocasiones y supone una cierta ganancia termina convirtiéndose en una rutina automática. Esto nos permite ahorrar energía y ser más eficientes en nuestro proceder; y es que ya no necesitamos controlar o monitorear conscientemente esas rutinas básicas y podemos centrarnos en otros asuntos.
Principalmente, en la formación de hábitos se pueden distinguir tres componentes:
- Una señal que detona la activación del hábito. Es el indicador que avisa a nuestro cerebro de que es momento de comenzar a ejecutar esa rutina automática. Esta señal puede ser una persona, una hora del día, un estímulo visual o sonoro o incluso un comportamiento anterior. Por ejemplo, para muchas personas tomarse un café es el detonante asociado a fumarse un cigarrillo.
- La rutina, o el conjunto de acciones que se han automatizado. Estos pueden ser físicos (como lavar los platos) pero también mentales, como la tendencia a sentirse juzgado y rechazado que presentan las personas con ansiedad social.
- Una recompensa, que es la que aumenta la probabilidad de que una conducta vuelva a repetirse en el futuro.
Cabe mencionar que, aunque exista una recompensa, es posible que también exista un coste. Por ejemplo, en el hábito de beber alcohol sabemos que resulta perjudicial para nuestra salud, pero prima el placer y el beneficio a corto plazo que nos proporciona.
El papel de los ganglios basales en la formación de hábitos
Ahora bien, como hemos comentado, todo esto no sucedería si no fuese gracias al papel de los ganglios basales en la formación de hábitos. Estos son unas grandes estructuras neuronales subcorticales involucradas en el control motor voluntario y en el aprendizaje con refuerzo.
Los ganglios basales están formados por el núcleo caudado, el putamen, el globo pálido, el núcleo subtalámico y la sustancia negra y se encuentran fuertemente conectados con otras áreas cerebrales como el tálamo y la corteza cerebral.
Por su relación con áreas vinculadas a la recompensa, juegan un papel fundamental en la formación de hábitos. Por ejemplo, en investigaciones con animales se ha encontrado que aquellos que tenían dañados los ganglios basales presentaban dificultades en tareas como recorrer laberintos. Dado que la asimilación de la ruta depende de estas estructuras cerebrales, no les era posible recordar y actuar sobre ese patrón automatizado.
Un caso contrario, pero que nos lleva a similares conclusiones, es el de Eugene Pauly. Este hombre sufrió una encefalitis viral que causó enormes daños en su cerebro. Como resultado, era incapaz de recordar lo ocurrido en los últimos 30 años; y, sin embargo, seguía su rutina matutina de preparar el desayuno, podía salir de casa y encontrar el camino de vuelta e incluso instaurar nuevos hábitos. Y esto es porque sus ganglios basales permanecieron intactos.
Terminar con los malos hábitos es posible
Gracias a estos hallazgos, hoy sabemos más sobre cómo funciona el cerebro y cómo sacarle provecho a este conocimiento. Sabemos que la actividad de las neuronas se transforma cuando adquirimos un nuevo hábito, y este patrón de activación queda almacenado como un conjunto, a la espera de una señal que lo active.
Cuando voluntariamente dejamos dicho hábito, la actividad neuronal vuelve a transformarse, pero ese aprendizaje queda latente y puede reactivarse con suma facilidad.
De aquí deducimos que para eliminar un mal hábito es necesario hacer el esfuerzo consciente de crear nuevas rutinas en su lugar, de activar deliberadamente un comportamiento diferente en las situaciones que ahora desencadenan el hábito.
Sin embargo, esta transformación no será suficiente y habremos de estar muy atentos al contexto pues, ante cualquier señal, el aprendizaje pasado puede reactivarse. Es por esto que, para un exfumador, dar una sola calada a un cigarrillo, puede provocar una recaída.
En suma, el papel de los ganglios basales en la formación de hábitos es fundamental y conocer su funcionamiento puede ayudarnos a realizar cambios en nuestra vida cotidiana.
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